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Llorando Sobre La Luz Derramada
Llorando Sobre La Luz Derramada
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Llorando Sobre La Luz Derramada

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Aunque no estaría de más probar suerte.

Comenzó a introducir valores aleatorios en las variables con las que estaba trabajando, probando el láser con cada una de ellas. Lo apodíctico de su prueba dependía de las ecuaciones de Maxwell, que, en su simplicidad, tenían permutaciones infinitas. Tenía más posibilidades de ligarse a Kate Upton que de escribir aleatoriamente la variable que demostrara su hipótesis.

Escribió algo. Entrar. No hubo cambios.

Tecleó de nuevo. Entrar. Lo mismo.

Luego intentó su aniversario, no servía de nada ya contenerse con la superstición.

Nada.

¿El cumpleaños de Georgie?

Entonces sonó el teléfono. Afortunadamente.

El mensaje de Nikos decía: «Una persona que no ha hecho su gran contribución a la ciencia antes de los treinta años nunca lo hará. Albert Einstein».

Yanni empezó a escribir una respuesta que decía: «Gracias por retorcer el cuchillo», pero un coche tocó el claxon desde la calle y obviamente era Nikos.

Salió corriendo, deseoso de cambiar de aires, y cerró la puerta al comentario de Thalia de «no bebas». Sintiéndose mal, se asomó otra vez dentro de la casa y le dijo:

―Está bien, cariño, no beberé. Lo prometo.

Nikos estaba esperando en su descapotable, recostado con las manos relajadas como si estuviera sentado en un sofá. Sonreía a unas chicas que cruzaban la calle y ellas le devolvían la sonrisa.

―Esa era tu maniobra de ligue, enviar el mensaje y tocar la bocina unos segundos después mientras yo respondo. No me vuelvas a hacer eso ―dijo Yanni con aversión, sin subir al coche.

―Oye, tú lo inventaste, hombre. Simplemente lo perfeccioné ―dijo Nikos y ambos se rieron a carcajadas.

―Sí, ese parece ser el patrón últimamente ―dijo Yanni con una expresión triste y consternada en su rostro.

Capítulo i^3

―Lo hecho, hecho está ―respondió ella por décima vez, mientras doblaba las cortinas de la oficina-laboratorio. Había sacado todo lo que no había sido tocado por el fuego para que no absorbiera el olor. Entonces su cara mostró preocupación real y preguntó en voz baja:

―¿Reemplazará Demokritos el láser?

Yanni se sentó y suspiró profundamente un par de veces, como si la respuesta se encontrase en las moléculas que le rodeaban.

―Sí, tiene que hacerlo. Pero tomará una eternidad hacer el papeleo y obtener el permiso. No podrá hacerlo a tiempo para la revisión de la financiación.

Thalia remetió las esquinas de las cortinas tan perfectamente como pudo. Eso era algo que podía controlar y se calmó haciendo el trabajo sin problemas.

―Sé que el láser es caro, ¿no podemos conseguir ese dinero de algún sitio mientras tanto? ¿De Nikos, por ejemplo?

Yanni buscó rencor en su voz pero no lo encontró. La sugerencia era fría y lógica, no recriminatoria. Y tenía razón.

―Podemos, sí. Pero el problema no es el precio, sino la disponibilidad. Las piezas son caras y además no están disponibles para particulares. Tener el dinero no es suficiente, aparte hay que ser un centro de investigación para conseguir algo así. O el departamento de investigación y desarrollo de una gran corporación, o algo por el estilo.

―¿Y no puedes explicar el contratiempo al comité de revisión?

Yanni pensó en la llamada de antes, un socio le advirtió sobre el nuevo administrador, que estaba decidido a cortarle los fondos. Decidió no contarle eso a su esposa, para dejar un ápice de esperanza. Estaba tranquila, pero podría no necesitar más que esta nueva información para desmoronarse.

―Sí, claro. No son inaccesibles, los llamaré mañana a primera hora.

Forzó una sonrisa, la besó y subió a su oficina-laboratorio. Se sentó en su silla como siempre y revisó los daños. No eran muchos, podría haber sido mucho peor. El láser tenía una gran quemadura en la parte superior de la caja, obviamente por el sobrecalentamiento. El cableado estaba quemado y olía mal, el plástico siempre lo hace. El borde del escritorio estaba chamuscado, también una esquina de su silla y la alfombra. El señor Andreas realmente trató de evitar rociar el láser, se las arregló para formar un círculo alrededor y ahogó el oxígeno de la llama. Hombre práctico, su pensamiento podría haber ahorrado decenas de miles de euros en reparaciones. La alfombra estaba destruida. Estaba bien. Yanni incluso pensó en llevar la contraria a su esposa y dejar la habitación tal cual.

Las cicatrices del fracaso.

Pensó en volver a encender el láser. Tal vez ese era su accidente fausto. Tal vez este sería su momento eureka, cuando un percance en el laboratorio conduce a un descubrimiento que cambia el mundo. Era tonto de su parte, pero la tentación pudo con él.

Pensó que el láser ya estaba dañado, así que tampoco iba a empeorar las cosas. Trajo una manta vieja por si acaso, diciendo a Thalia que como mantenía la ventana abierta, hacía frío. Ya había oscurecido, así que no estaba tan lejos de la verdad.

Sostuvo la manta en la mano por si se producía otro incendio y encendió el láser, esperando el momento eureka de sus sueños que le cambiaría la vida.

Capítulo i^4

Cuando llegó el láser, fue como la mañana de Navidad. Sus ojos brillaban mientras desenvolvía el embalaje de protección extrema.

―¿Es el efecto visible a simple vista? ―preguntó Ourania.

Yanni tiró algunas bolitas de polietileno al suelo.

―No, uso las gafas polarizadas para ver el patrón de muaré. Las matemáticas predicen que, cuando las ecuaciones se alineen, esa longitud de onda en particular producirá un efecto muaré si se ve a través de las gafas.

Y luego agregó con un toque de orgullo:

―Se me ocurrió a mí.

―¡Eso es brillante, Yanni! ―dijo ella―. De esa forma no necesitas un chip de computadora cuántica para probar la teoría.

―Correcto. Gracias en parte a eso me las arreglé para mantener mis fondos todo este tiempo, porque la prueba era relativamente barata.

Sostuvo el láser como un niño sostendría un brillante tren de juguete y corrió arriba para conectarlo.

Capítulo 2i

Yanni iba y venía por la habitación vacía y estaba furioso.

¿Qué hacía Hermes con estos niños? ¿Los usaban para algún tipo de experimento de interacción humana? ¿Era seguro? Y si no lo era, ¿quién podría saberlo? ¿Qué valores les estaban enseñando a los niños? Si uno de ellos lastimara a otro, ¿qué haría al respecto su madre adoptiva?

Dejó de atender a razonamientos, todo lo que quería era gritarle a las cámaras por exponerles a esto, por exponer a esto a Alex; y llevar al niño a su casa, donde estaría a salvo, donde crecería en un hogar de verdad, con una madre de verdad.

La parte racional de su cerebro se impuso y le hizo pensar que ellos lo habían ingeniado. El juguete era exactamente igual que el de su hijo, el niño podría hacerse pasar por el hermano de Georgie si fuera necesario. Lo habían preparado todo para esta respuesta, esto era una prueba. Incluso si pudiera llevarse al niño y adoptarlo y darle una familia amorosa, ¿qué podría hacer por los demás? ¿Y quién sabía si no estaban mejor así? Lo más probable era que las mejores universidades los estuvieran esperando, siendo ellos verdaderos hijos corporativos y leales hasta los huesos. ¿Quién era él para cargarse eso?

No podía salvarlos. Especialmente ahora. Tal vez en el futuro, cuando terminase su prueba. Cuando tuviera la misma influencia en esta compañía que Nikos. Tal vez entonces podría hacer algo al respecto. Amenazar con denunciarlo en los medios de comunicación. Cualquier cosa.

Pero tenía que ganar esta batalla. Por él, por su familia, por la ciencia, por todos. Esta batalla sádica que parecía diseñada para atormentarlo.

Se calmó y se sentó. Esperaba no haber asustado a Alex; aunque si el chico estaba asustado, no lo mostró.

―Alex ―dijo con la voz más dulce que pudo―. Estoy aquí para enseñarte algo. ¿Te gustaría?

Alex sonrió y movió su linda cabeza de arriba abajo asintiendo.

―Bien. Aquí va. Sabes de computadoras, ¿verdad? Te deben dar tabletas y cosas así para jugar, ¿no? ―preguntó con la misma expectación que cuando le pidió matrimonio a su mujer.

Alex asintió.

―Genial. Esas computadoras tienen una máquina-cerebro dentro de ellas. A eso lo llamamos procesador. ¿Entiendes?

―Sí. Pro-pensador.

―Llamémoslo así, no importa. El pro-pensador necesita ser rápido para que los juegos sean rápidos. Odiamos cuando los juegos van lentos, ¿verdad? Genial. Así que hacemos pensadores cada vez más rápidos, pero las cosas que ponemos ahí no pueden ir tan rápido. Son perezosas y dicen: «¡No nos apresuren tanto!» y se quedan ahí sentadas, sin hacer el trabajo.

Alex se rió y asintió.

―Genial. Así que tenemos que poner cosas más rápidas, cosas que no sean perezosas. ¿Y sabes cuál es la cosa más rápida del mundo?

Alex agitó la cabeza, con ojos deseosos de saber la respuesta.

―Luz. La luz del sol es la cosa más rápida del mundo. No es para nada perezosa. Pero la luz solar es tan rápida que se necesita algo inteligente para mantenerla dentro ―dijo Yanni, y encapsuló aire entre sus manos. Las agitó, aún cerradas, como si tuviera una avispa dentro. Eso parecía entretener mucho a Alex.

―Cuando le digo al señor Luz-Solar que haga un trabajo, necesito ver si lo hizo o no, ¿verdad?

―Verdad.

―Así que echo un vistazo ―dijo, mirando entre sus manos ahuecadas. Alex se inclinó para ver también―, pero el señor Luz-Solar encuentra el agujero y se escapa.

Abrió las manos y dejó libre al imaginario señor Luz-Solar.

―¡Hala! Como. Como la harina.

―Igual que la harina.

―¡Entonces mami está enfadada por el lío que hicimos!

―¡Sí! Por eso tenemos que encontrar una forma de hacer que la luz del sol ruede en círculos. Así, cuando echemos un vistazo, la mayor parte de la luz solar se quedará dentro. Un hombre llamado Maxwell, que tiene una gran barba, pensó en engañar a la luz haciendo nudos. Como los cordones de mis zapatos, ¿ves? Hice un nudo, así que no irán a ninguna parte.

―Aún no puedo atarme los cordones de los zapatos y por eso tengo zapatillas de tiras.

―Lo sé, yo tampoco podía atarme los cordones de los zapatos cuando era pequeño. Pero aprendí el truco, y ahora puedo. Y estoy tratando de aprender a atar la luz del sol en nudos, para que se quede ahí y no se escape. Solo necesito encontrar el truco.

―Y luego puedes cambiar las zapatillas de tiras por zapatillas con cordones, que son más rápidas y entonces puedes ser más rápido.

--¿Y?

―Y luego puedes ser muy rápido para hacerle los trucos al señor Luz-Solar y se caiga en los nudos... En pequeños nudos, como los cordones de los zapatos y puedes echar un vistazo lo suficientemente rápido como para cerrar las manos de nuevo ―dijo Alex, mirando entre sus pequeñas manos.

Así que eso era un momento eureka.

―¿Y entonces?

―¡Y entonces el pro-pensador no será perezoso y hará el trabajo rápido y no tendré que esperar al juego lento!

Alguien aplaudió. Un aplauso lento y concluyente. Yanni se dio la vuelta y vio a la mujer elegantemente vestida de antes.

―Excelente Dr. Tsafantakis. Venga conmigo. No se preocupe, vendrán a recoger al niño en un momento .

Yanni se despidió de Alex. El niño levantó la vista y preguntó:

―¿Puedes traer a Georgie a jugar conmigo?

―Eso es lo primero que le voy a preguntar a esta señora. Adiós, Alex ―dijo.

―Adiós, señor ―dijo Alex, y volvió a jugar con su camión de juguete.

Yanni siguió a la mujer elegantemente vestida a la habitación contigua. A estas alturas, estaba preparado para todo.

Capítulo 2i^2

El sol se estaba poniendo, pero seguía brillando. Yanni disfrutaba del viento en su cara y del sonido de la música antigua que retransmitía la radio. Nikos había tomado la ruta paisajística, subiendo a la montaña Parnitha. Empezaba a hacer frío a medida que subían, pero era estimulante.

El casino fue idea de Nikos; todos los lugares que solían frecuentar habían cerrado de todos modos, y los nuevos eran para familias, así que Yanni ni siquiera se atrevió a sugerirlos. Nikos condujo el cabriolet a la entrada, el aparcacoches lo saludó por su nombre y estacionó el auto junto a otros caros biplazas.

Nikos le guió con los brazos abiertos como si estuviera vendiendo el lugar.

―Ahora, ¿no es esto más varonil? Mira la vista ―dijo, y los dos se sentaron sobre lujoso cuero.

Yanni miraba la ciudad a sus pies mientras Nikos pedía que subieran whisky. Hacia el norte, la zona residencial era más o menos como siempre, un lugar de cierta seguridad que albergaba casas grandes y caras con jardín y acogedores edificios de apartamentos con tres habitaciones para familias. Atenas se extendía también hacia el sur, pero se desvanecía en el horizonte, que parecía acercarse por el aire húmedo y gris de la niebla. Rozando el nivel más bajo de la atmósfera estaban los nuevos rascacielos del centro de la ciudad, altas bestias de cristal y acero que se habían erigido a una velocidad increíble, como si se hubieran formado por condensación espontánea del cristal. Esto le hizo pensar en sus cristales de luz, imaginó cómo se verían en la realidad. ¿Parecerían tan hermosos, formados en celosías a partir de un chip de ordenador? ¿Eran estos rascacielos tan efímeros como sus cristales de luz, o estaban para quedarse?

―¿Cuál es el tuyo? ―preguntó Yanni.

Nikos prendió el extremo de un puro y señaló hacia los rascacielos.

―El segundo por la izquierda. Por mi parte ya está todo, no tengo que hacer nada más. Ahora les toca a los contratistas construirlo, ¡y caray, trabajan rápido! Ni siquiera yo puedo creer que en solo seis meses y ya llevan la mitad. Durante mucho tiempo solo existió en mi mente y ahora de repente brota del suelo y cambia el paisaje.

Yanni conocía esa sensación. La de que algo existiese solo en su mente, no la de verlo ante sus ojos, porque su trabajo todavía estaba en desarrollo. Por eso a Nikos le gustaba tanto venir aquí. Debía ser reconfortante poder ver el progreso de su creación desde lejos, sentado en una silla de cuero y fumándose un puro. Ciertamente había llevado la expresión mirar desde el palco a una escala completamente nueva.

―Están metiendo mucho dinero en ello, ¿no? ―preguntó Yanni, y se inclinó hacia delante para encender su cigarro.

Nikos respondió:

―¿Mucho? A mansalva. Fumemos un poco de ese dinero.

―Thalia me va a matar por el olor a tabaco ―dijo Yanni y exhaló el humo lentamente, disfrutando del aroma.

―Pues cúlpame a mí, di que fumé y te arrojé ceniza por accidente o algo así ―dijo Nikos―. ¡Necesitas parar un momento y disfrutar! ¿Cómo va tu apodeixis? ―preguntó, refiriéndose a la prueba en la que Yanni trabajaba desde hacía años.