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Donde Habitan Los Ángeles
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Donde Habitan Los Ángeles

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—Magda, escucha... No quería remover malos recuerdos, solo quería asegurarme de que estuvieras bien.

La chica no respondió de inmediato, se acercó a un banco e indicó a Jess que se sentara con ella.

—Lo sé, y aprecio mucho tu preocupación, pero no puedo pensar en aquella época, no puedo y basta. Hago todo por olvidarlo, y vas y llegas tú. No me malinterpretes, me gusta tu compañía, pero no haces más que pensar en mi yo de hace tres años... Y yo no quiero que nadie me recuerde de ese modo... Ya no uso ni siquiera mi apellido, no volveré a ser Magdaline Spencer. Si alguno me lo pide, le doy el de Nathan. En cierto modo, él es como un padre, además de ser el médico que me salvó... En los meses posteriores a mi recuperación, hizo más que mi padre en diecisiete años.

—¿Nathan? —preguntó el muchacho, frunciendo el oscuro ceño.

—Sí, la pareja de Mark. Estaba de guardia aquel día...

—Eh, Magda, ¿quién es ese tipo?

Un hombre enorme se acercó mirándola de arriba a abajo.

—Billy, ¿qué haces por aquí?

Billy era el primo de su jefe. A pesar de que se llevaban bastantes años, al menos unos quince, se parecían bastante físicamente: ambos eran rubios de ojos azules, pero las semejanzas acababan ahí. Billy era todo lo contrario a Mark. Tenía mal genio y era presuntuoso; podría ser un buen tipo, pero su forma de ser lo fastidiaba todo.

—Tengo que atender unos asuntos... ¿No me presentas a tu amigo? —le preguntó con un apenas disimulado desagrado.

El ángel se levantó, no le gustaba el tono con el que se dirigía a Magda, como si fuera de su propiedad.

—Soy Jess, y ya nos íbamos. Vamos, Magda...

La chica lo siguió y juntos se alejaron de Billy.

El hombre se quedó mirándolos un poco y luego fue en dirección contraria, con los dientes apretados.

Jess parecía nervioso y también algo enfadado, Magda no conseguía entender el motivo.

—No debes hacerle caso a Billy, es un engreído, yo lo ignoro.

—Ese tipo no me gusta.

El muchacho experimentaba una extraña sensación, aquel hombre irradiaba una energía peculiar, casi violenta.

Debía intentar descubrir más...

Cuando llegaron al portal del edificio donde vivía Magda, Jess se detuvo. Había pensado en subir a su casa para pasar otro rato juntos, pero la noche fue tensa y ya no sabía cómo comportarse.

La chica decidió por los dos.

—Deberías marcharte, Jess. Estoy cansada.

—¿Me das tu número de teléfono? —le preguntó dubitativo.

Tenía la sensación de que Magda se le escapaba como arena entre los dedos.

Aun así, la chica accedió, y tras habérselo dado, se despidió y entró el edificio sin mirar atrás.

—¡Jess, al fin has vuelto! —Otohori estaba cómodamente sentado en el sillón mientras escuchaba música clásica con su hermana Kira acurrucada a su lado.

Hacían alarde de indiferencia, lo que hizo que el ángel caído supusiera que no estaban allí por pura coincidencia, como pretendían hacerle creer.


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