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Sindone: La Misteriosa Sábana Santa De Turín
Sindone: La Misteriosa Sábana Santa De Turín
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Sindone: La Misteriosa Sábana Santa De Turín

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encontramos othònia, es decir, tejidos genéricos de lino, en plural y por tanto no vendas como aparece en la traducción italiana de 1974,

que no es literal. Como othònia significa tejidos genéricos de lino, la palabra puede referirse de hecho, al ser una palabra plural, a una sábana al tiempo que al pañuelo-sudario y a vendas.

Pero sin duda no significa exactamente vendas. Advirtamos que los otros tres evangelistas no nos dicen de qué tejido era la Sábana de Jesús: esto piensa Juan, que escribe su Evangelio el último, entre los años 80 y 100 para llenar el vacío:

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las telas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las telas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Si hubiera querido hablar expresamente de vendas, Juan no habría usado othònia sino keirìai, como hizo en ese mismo Evangelio (Jn, 11, 14) en relación con la resurrección de Lázaro.

Datos parahistóricos de la Sábana Santa hasta 1356 y el primer documento histórico verdadero de ese año (#ulink_e80950f3-5445-57f3-9bdd-45ca5f86ad00)

La historia de la Sábana Santa o Sindone desde 1356 en adelante está documentada sin vacíos temporales. Por el contrario, para los siglos precedentes se trata sobre todo de tradiciones e hipótesis, además de unos pocos documentos escritos poco convincentes.

Cirilo de Jerusalén, en torno al año 340, define como «testimonios de la resurrección» la piedra roja de las vetas blancas del Sepulcro y la Sábana (no dice las vendas), que, según los evangelistas sinópticos, habría envuelto a Jesús, aunque no dice si vio personalmente esa tela. La conexión con la Sábana Santa de Turín es en este aspecto imposible. Cerca de doscientos años después, estamos en torno a 570, un tal Antonino de Piacenza, peregrino en Jerusalén, afirma que en esta ciudad se puede ver el «sudario» que tapó la cabeza de Jesús, precisando que se conserva en un monasterio junto al Jordán: aparte de que el peregrino no habla de una imagen sobreimpresa, tampoco en este caso se puede pensar en la Tela de Turín, ni siquiera en una sábana en general, al tratarse de un pañuelo. Tampoco olvidamos las muchas presuntas reliquias que circulaban en esos siglos, de los clavos de Cristo al madero de la cruz, de la lanza de Longinos que habría atravesado el costado de Jesús crucificado a pañuelos varios con lágrimas de la Virgen y otros restos sagrados.

Un mandylion o pañuelo con el rostro de Jesús estaba expuesto en el 544 en Edesa, la actual Sanliurfa o sencillamente Urfa, en el sudeste de Turquía. Se ha supuesto que dicho mandylion no era otra cosa que la Sábana Santa doblada en varias capas superpuestas de modo que solo se viera el Rostro y poco más. ¿La Sábana Santa? En ciertas imágenes que representan el mandylion, como las de la Iglesia del Salvador en Neréditsa, cerca de Nóvgorod en Rusia, en Gradac (Serbia) o en Laón (Aisne, Francia), se representa como un relicario rectangular con rombos mostrando en el centro un rostro con barba y cabellos largos. En 1984, el sindonólogo J. P. Jackson había detectado la existencia en la Tela de Turín de rastros de carreras ininterrumpidas a lo largo de toda ella, correspondientes a un doblado en ocho partes rectangulares de 110 x 55 cm. cada una: si la sábana Santa estaba doblada de esa manera, haciendo que el rectángulo superior resultara ser el del Rostro, este estaría casi en el centro del recuadro, un poco hacia arriba, mientras que aparecería bajo él el busto y una pequeña parte del costado.

Si se considera que resulta inverosímil que en Edesa se hubiera querido presentar solo la cara o poco más del hombre desvestido y martirizado, en la hipótesis obviamente de que se tratase de la Sábana Santa, pudo ser por motivos de decencia, según la mentalidad de la época, por la cual la imagen que representa el cuerpo desnudo y torturado de Cristo sería considerada completamente escandalosa y hay que observar, más en general, que por razones análogas no se mostraban de hecho en esos siglos pinturas o mosaicos de Jesús desvestido y, por otro lado, no existían tampoco representaciones de Jesús crucificado aunque cubierto con un paño de pudor: se realizarían solo siglos después.

En la antigüedad surgió una leyenda en torno al lienzo de Edesa, que nos ha llegado con algunas variantes:

El mandylion lo habría creado milagrosamente Jesús como regalo a Abgaro V, llamado Ukama, «el Negro», rey de Edesa en el siglo I del 13 al 50, que sufría de lepra, a través de sus mensajeros enviados a Jerusalén con ocasión de la semana de Pascua y que invitó al Nazareno a su corte, esperando que hiciera un milagro. Pero, al no poder ir con él, pues faltaban pocos días para su crucifixión, Cristo le había curado a través de la visión de ese icono, que se hizo llegar al soberano mediante sus delegados. Según otra versión, la pintura fue realizada al temple por un pintor, un tal Ananías, enviado expresamente por Jesús al rey. Según otra leyenda más, la pintura la habría hecho Ananías, pero Jesús, al no estar convencido del resultado, mojando sus dedos en la pintura, habría añadido algún retoque haciendo que el Rostro fuera exactamente igual que el suyo. En todo caso, el soberano se curó al ver la imagen y así se convirtió al cristianismo, con su hijo Ma’nu V, que, durante un periodo breve de tiempo, fue rey tras su muerte. Pero el sobrino de Abgaro, Ma’nu VI, que subió al trono en el año 57, habría vuelto al paganismo y perseguido a los cristianos. Todavía hoy en la iglesia genovesa de San Bartolomé de los Armenios se venera una imagen pintada al temple a base de clara de huevo que sería precisamente la enviada por Jesús al rey Abgaro. Evidentemente, si el mandylion era una pintura, no habría podido tener nada que ver con la Sábana Santa. En todo caso, en la realidad histórica, el de Génova es un antiquísimo icono bizantino inspirado por el mandylion y, tal vez, realizado en Edesa.

Icono al temple de la Iglesia de San Bartolomé de los Armenios en Génova

Según tradiciones dispares, griegas, árabes y sirias, hacia la mitad del siglo X, el emperador de Oriente Romano I Lecapeno deseaba que el mandylion se llevara a Constantinopla. El Rostro de Cristo de Edesa era considerado por todos achiropita, es decir, «no hecho por manos humanas» y era venerado sobre todo por esto.

La Anatolia estaba desde hace tiempo sometida a los turcos, que, al ser islamistas y dado que para ellos Jesús era, y es, el segundo profeta más importante después de Mahoma, veneraban el mandylion considerándolo protector de la ciudad.

Queriendo obtener la misma tutela, el emperador Romano I inició la guerra contra los turcos enviando contra ellos un potente ejército a las órdenes del general Juan Curcuas, quien, en la primavera del año 943, conquistó Edesa. El general bizantino pidió al emir de la ciudad derrotada la entrega del mandylion, entretanto escondido por los asediados y, para conseguirlo, prometió misericordia para los habitantes, liberó a 200 prisioneros y prometió pagar más de doce monedas en metal precioso (según algunas fuentes, monedas de plata, según otras, incluso de oro). A pesar de las protestas del pueblo, el emir aceptó y entregó la reliquia al general Curcuas. El mandylion llegó a Constantinopla el 15 de agosto de 944, fiesta del Tránsito de María (luego de la Asunción). El mandylion (¿o la Sábana Santa doblada?), después de la entrega oficial al emperador se dejó en la capilla Nuestra Señora del Faro, junto al Bucoleón, el palacio de Romano I.

Una miniatura del Códice Skilitzis, manuscrito bizantino realizado entre los siglos Xi y XIII, actualmente guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid, representa la entrega del mandylion al emperador Romano I Lecapeno, flanqueado por el patriarca de Constantinopla, Teofilacto, y otros dignatarios. Como se ve en la imagen, en el centro destaca la imagen de Cristo, que, casi tridimensionalmente, se levanta de la tela:

El 16 de agosto de 944, día posterior a la llegada del mandylion a Constantinopla, el archidiácono Gregorio de la catedral de Santa Sofía, refrendario encargado de los mensajes oficiales entre el patriarca y el emperador, lanzaba desde el púlpito un sermón sobre el acontecimiento. En la Biblioteca Vaticana se ha conservado el manuscrito (Cod. Vat. Gr. 511, ff. 143-150v, catalogado De Christi imagine Edessena).

Gregorio, después de afirmar que pretende hablar de la reliquia traída desde Edesa en el año actual de 6452 (según la datación bíblica, correspondiente al año 944 después de Cristo) describe en tono apasionado el mandylion, al que llama sábana, refiriéndose evidentemente a los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), lo cuales, al contrario que Juan, usan precisamente ese término. Dice Gregorio de la imagen: «Reliquia impresa únicamente por los sudores de la agonía del rostro del Príncipe de la Vida, que gotean como pequeños arroyos de sangre, y el dedo de Dios. Esos son los ornamentos que han coloreado la verdadera imagen de Cristo. Y la imagen, después de haber goteado también está hecha por las gotas más preciosas de su costado. Los dos hechos están llenos de enseñanzas: aquí sangre y agua, allí sudor e imagen. Es el equilibrio de la realidad, pues [se originan] de un Solo y Único [Ser]. Pero se ve también la fuente de agua viva que apaga la sed mostrando los sudores artífices de la imagen, que se deslizan por el costado de una naturaleza [común] a cualquiera y que han producido [la reliquia]. Poco a poco nos habituamos a algo que no se había visto nunca antes y de lo cual ni ojos ni mente habían tenido experiencia. Una imagen no delimitada en sus bordes, que se disuelve en la nada, a la que, si te acercas, poco a poco empalidece y desaparece y, si te alejas, reaparece, un color apagado, muy pálido, que no sabría definir, que casi se sale de la escala cromática. Dos grandes improntas de un cuerpo expoliado, de frente y de espaldas, acostado de una forma muy extraña e ilógica. Una cantidad de señales evidentemente sanguinolentas, estampadas también sobre la piel de una suma inmovilidad cadavérica (…) antes de hundirse en esa larga contemplación sin palabras que es siempre y para cualquiera la primera observación de la sábana. Para todos, el primer impacto con la sábana es una larga mirada en un largo silencio».

Evidentemente, el uso de la palabra sábana en aquel antiguo sermón no es una prueba de que se refiriera precisamente a la Sábana Santa de Turín. Sin embargo, es muy importante la cita del cuerpo de Jesús y no solo de su rostro, porque da a entender que se trataba de una sábana y no de un pañuelo.

Miniatura del siglo XV que representa la conquista latina de Constantinopla.

En 1204 se produce la tragedia: el Imperio de Oriente es atacado por los combatientes de la Cuarta Cruzada, que se ha organizado en Occidente para liberar de musulmanes Tierra Santa, algo que no se conseguiría. Y el 12 de abril, Constantinopla es expugnada entre horribles masacres y tremendos saqueos de tesoros y reliquias sagradas. Si es verdad que solo la Primera Cruzada tuvo también fuertes motivaciones ideales además de las habituales razones económicas y de poder, sin embargo, antes de 1204, quizás no se había llegado todavía a tal punto de especulación cínica y sanguinaria en el bando cristiano. Al mando de la mezquina expedición estaban, a la cabeza, el conde Balduino IX de Flandes y, bajo su mando, los condestables franceses Guillermo de Champlitte, Godofredo de Villehardoui, Otón de la Roche, señor de Borgoña, y los comandantes italianos Bonifacio de Montferrato y Enrico Dandolo, dux de Venecia. Se funda el Imperio Latino y los jefes de los vencedores, salvo el dux, que ya tenía más de noventa años y estaba muy enfermo, se repartieron el territorio: el conde Balduino de Flandes se hace coronar como Balduino I, con gran pompa, en la catedral de Constantinopla, Santa Sofía, como los emperadores; Guillermo de Champlitte se convierte en príncipe de Acaya; Godofredo de Villehardoui en príncipe de Morea; Bonifacio de Montferrato en rey de Tesalónica; finalmente, aunque su figura sea la más importante para nuestra historia, Otón de la Roche se convierte en duque de Atenas y de Tebas. Entretanto, el mandylion (¿o bien la Sábana Santa?) es robado durante el saqueo de la iglesia adosada al palacio imperial de Blanquerna, donde estaba guardado, y desaparece. ¿Tal vez se ocultó en Atenas? Lo haría suponer la copia, siempre que fura cierta la prueba de la existencia de su original,

de una carta datada el 1 de agosto de 1205, no mucho después del saqueo de Constantinopla, cuyo original se habría enviado al Papa entonces reinante, Inocencio III, por Teodoro Ángelo Comneno, emparentado con la familia imperial. El remitente, después de condenar los actos de los cruzados saqueadores de reliquias, pide al Sumo Pontífice la restitución de la tela de Constantinopla, que afirma que estaba guardada en ese momento en Atenas por el duque Otón de la Roche. Se ha dicho, aunque no haya pruebas seguras, que posteriormente, en 1208, el duque de Atenas y Tebas habría enviado la sábana (de nuevo la pregunta: ¿la de Turín?) en su posesión a su padre Ponce II de La Roche-sur-Ognon y de Ray para que desde aquel año la tela estuviera en Francia en poder de la familia.

Todo lo anterior no se puede considerar verdadera Historia, pues faltan documentos seguros que atestigüen que la sábana de Constantinopla fuera realmente la hoy se conserva en Turín, por lo que queda un vacío histórico hasta 1356, cuando, como veremos, la Sábana Santa que hoy se conserva en Turín está sin duda en Francia, en Lirey, y sin embargo se ha encontrado, por decirlo así, un cuasidocumento, es decir una miniatura sobre un manuscrito, el Códice Pray, datado entre 1192 y 1195, actualmente en poder de la Biblioteca Nacional de Budapest.

Se trata de un sacramentario en latín con un sermón fúnebre en húngaro (el texto más antiguo en este idioma). Fue encontrado en el siglo XVIII por el jesuita húngaro Georgius Pray, de ahí el nombre del manuscrito, en Eslovaquia, en la biblioteca del capítulo benedictino de Pozsony, actualmente Bratislava. El Códice Pray se escribió a mano, pues el siglo XII es anterior a la invención en Occidente de la impresión con tipos móviles. La miniatura está en el reverso de la hoja número XXVII. Muestra el entierro de Jesús y consta de dos partes superpuestas. La superior muestra la unción de los restos de Jesús, que, algo especial con respecto a los iconos de esos tiempos y los anteriores, está desnudo, igual que en la Sábana Santa y, como en la tela, sus manos se cruzan sobre el pubis, la derecha sobre la izquierda, sin que se vean los pulgares e, igual que en la Sábana Santa, tampoco se ven los pies (ver la sección siguiente Por qué en el Hombre de la Sábana Santa no se ven los pulgares y, en el positivo sindónico, tiene el pie derecho cubriendo el izquierdo). Aquí se muestran detalles de las manos y las extremidades inferiores sobre el negativo de una foto de la Sábana Santa y, a continuación, la imagen del Códice Pray:

Miniatura del Codice Pray.

Como se puede observar, en la parte superior de la miniatura Pray aparece el cuerpo de Cristo tendido sobre un lienzo de tela en el momento de la unción y la parte de debajo de la propia miniatura muestra a las mujeres pías visitando el sepulcro en el domingo de Pascua, con los óleos para ungir el cadáver, pero que ya no está allí, porque, como anuncia el ángel, Cristo ha resucitado:

Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. Pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho». Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo. (Marcos, 16, 1-8).

Siempre en la imagen de la miniatura Pray, se ven, en la parte superior, rayas en ángulo recto sobre la tela, que, según algunos podrían querer representar el tejido sindónico de espina de pescado (personalmente, no estoy convencido de ello). En la parte más baja de la misma imagen aparecen sobre la tela dos grupos de pequeños círculos dispuestos en forma L, similares a cuatro grupos de cuatro agujeros cada uno, originados por abrasiones, como los que se encuentran en la Sábana Santa de Turín (realmente, en esta hay otros pequeños agujeros bastante pequeños, pero poco visibles, mientras que estos son los grandes que se aprecian a simple vista por quien vaya a ver la tela). Esos grupos simétricos de agujeros están respectivamente cerca del centro de los cuatro rectángulos que pueden suponerse del plegado en cuatro dobleces de la Sábana.

Detalle de la Sábana Santa con indicación de los cuatro grupos de las abrasiones más antiguas.

Primer plano de uno de los grupos más antiguos de abrasiones de la Sábana Santa.

Detalle del Códice Pray destacando los dos presuntos grupos de agujeros en L.

Se podría por tanto suponer que cuando se produjeron esos agujeros de abrasión sobre la Sábana Santa, esta estuviera doblada en cuatro y lo que provocó que las abrasiones pasaran a través de todas las capas. La razón de estas abrasiones se desconoce (¿tal vez metal fundido caído por accidente?), pero sí se sabe que están en la tela desde antes de 1532, el año del incendio en la Capilla de la Sábana Santa en Chambery (v. Cronología, año 1532), de hecho estos daños se reproducen en un grabado que representa la Sábana Santa, que es la primera obra que la reproduce integralmente, atribuida a Durero y realizada en la misma Chambery en 1516, grabado que muestra los cuatro grupos simétricos de agujeros:

Grabado de la Sábana Santa atribuido a Alberto Durero del año 1516, a una escala de un tercio de la real, conservada en la iglesia de Saint-Gommaiere de Lier, Bélgica: los grupos de cuatro agujeros son muy evidentes.

¿Se podría pensar que el autor de la miniatura del Códice Pray, que declara expresamente en el texto haberse inspirado en una sábana, hubiera visto precisamente la que hoy se conserva en Turín y se inspirara en ella?

Por cierto: Se puede advertir que en el grabado el rostro y la cabeza del Hombre resultan bien claros y destacados (debido a la tridimensionalidad de la cabeza), estando en 1516 todavía ausente la mancha permanente de agua causada al apagar el incendio de Chambery de 1532 (v. cronología), mancha que algunos, por una observación superficial, se equivocan creyendo que es la nuca del Hombre. Véase al respecto este detalle de la foto de la Sábana Santa de Turín:

Aunque la miniatura del Códice Pray encierra indicios seguramente interesantes, el primer documento verdaderamente histórico sobre la Sábana Santa es solo de 1356: en aquel año, la tela se encuentra en Francia, en Lirey, en del departamento del Aube, en la diócesis de Troyes. Pertenece a la familia de los Charny, parientes de los De la Roche. El cabeza de familia es el conde Godofredo de Charny. El 28 de mayo de 1356 se inaugura la iglesia de Lirey, proyectada y construida por el mismo conde, a la que se dota de seis canónigos, y la oficia personalmente el obispo de Troyes, Enrique de Poitiers. En 1357, tras morir Godofredo en la guerra, su viuda, Juana de Vergy cede la Sábana Santa, mediante documento escrito, a los canónigos, tal vez por apuros económicos que tenía que atender, pero formalmente por generosidad, al haber sido esta la voluntad de su difunto marido. Los canónigos se lucran realizando ostensiones pagadas que resultan ser un gran éxito, tanto que el pequeño centro de Lirey se convierte en un importante centro espiritual. Un nuevo obispo, Pedro d’Arcis, prohíbe las ostensiones juzgando que la Sábana Santa era falsa, aunque sin haberla visto y solo por el hecho de que proliferaban diversas reliquias falsas, entre ellas sábanas pintadas. Los canónigos apelan al Papa y obtienen la autorización formal para continuar con las ostensiones. A continuación, una bula de 1390 concede además indulgencias espirituales para quienes veneren la Sábana de la iglesia de Lirey.


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