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—Les deseamos una estancia agradable.
—Ya veremos —comenta Sante—. A propósito, ¿podría confirmar si está todo pagado por el abogado?
El empleado coge una hoja de un bloc, lo lee rápidamente y lo apoya en el mostrador.
—Confirmado. El abogado ha firmado para cubrir sus gastos, incluidos el restaurante, el bar y el Spa.
—Bien, queríamos estar seguros... —aclara Sante, que se acerca a la hoja y la examina con atención sin importarle la expresión molesta del hombre.
—Perfecto, creo que podré disfrutar la estancia.
—Permítannos acompañarles a sus habitaciones —dice el empleado, haciendo un signo a un botones a pocos metros de distancia.
Un poco más tarde, antes de entrar en la habitación, nos ponemos de acuerdo en qué vamos a hacer.
—Y el Spa —comenta Sante—. No se anda con chiquitas, nuestro abogado. Tendrías que haber visto la firma de nuestra invitación: llena de florituras. Habría valido para un tratado internacional.
—Por ahora todo va sobre ruedas. Tengo curiosidad por saber qué tiene que decirnos.
—Venga, disfruta estos días. Todavía no has desconectado, te sentará bien. ¿Vamos al casino después de cenar? Quiero probar la ruleta con mil euros.
—¿Te preocupas por la cuenta del hotel y luego quieres dar dinero al casino?
—¿Dar? Lo que quiero es ganar dinero.
—¿No te poseerá el demonio del juego? —le pregunto, bromeando.
—Anda ya, el demonio... me tomará el ángel de la victoria en sus brazos.
—Entonces vendré.
—Perfecto.
—Nos vemos a las nueve directamente en el restaurante.
—Hasta luego.
El abogado me recibe con un «buenas noches comandante» muy cordial, y su novia con una sonrisa capaz de derretir el Polo.
Su novia... qué tristeza.
—Buenas noches, señorita Jessica, buenas noches abogado.
—¿Y el comandante Genovese?
—Estará al llegar.
—Allí viene —avisa Jessica.
Después de los saludos de rigor nos sentamos a la mesa y se relaja el ambiente. Mientras saboreo un brut de una marca conocida observo mejor a Jessica: lleva un vestido muy fino de color perla que se adapta a su cuerpo como la brisa de las noches de verano. Las pocas joyas sencillas completan una imagen digna de un cuadro de los prerrafaelistas ingleses. Me doy cuenta de que el corazón se me ha vuelto a acelerar.
—Como habréis imaginado, os he pedido que paséis estos días conmigo, a parte de por el placer de vuestra compañía, para poder hacerme una idea más precisa de cuánto tiempo falta para que el helicóptero esté listo.
—No tendremos problemas para respetar el compromiso de un año.
—Sé que te comprometiste en hacerlo en un año, pero he visto que habéis empezado bien y me preguntaba si podríais acabar antes.
—Haremos todo lo posible, pero tendrá que esperar por lo menos dos meses más para que podamos darle una fecha.
—Vale, vale. Por ahora disfrutemos de la cena y de la compañía. Ya hablaremos de eso más tarde.
Hace un signo a un camarero que se acerca y llena los vasos.
La velada transcurre bien, relajadamente. Hablamos de todo menos de helicópteros. Es imposible que la razón de nuestras vacaciones en San Remo se haya reducido a ese brevísimo diálogo. Es como si algo se hubiese quedado en el aire. Poco a poco dejo de pensar en ello.
Al acabar la cena pasamos a un salón donde toca un grupo que ataca algunas piezas pegadizas con resultados apreciables.
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