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Minotauro
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Minotauro

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Con un poco de verg?enza Mariana preguntо: ?me recuerda? Soy la del cumplea?os, estaba sentada allа hace un momento. Y se?ala la mesa en la direcciоn en que se ubica, con una mueca de sonrisa

+ Ah, desde luego, disculpe, se puso de pie para recibirle: Jorge Ledezma a sus оrdenes, extendiо la mano para saludarle, me agarrо un poco distra?do dаndole vueltas a un asunto...

- Mariana Salgado -mucho gusto- correspondiо al gesto protocolario, si estа usted ocupado lo dejamos para mejor ocasiоn, revirо.

-No… no, disculpe usted. No es de gran importancia y creo que ya le he dedico suficiente tiempo y en realidad no logro concluir nada.

Ambos ocupan sus respectivos equipales, esos caracter?sticos sillones de este bar.

+ Lleva usted una sortija muy linda, ?regalo de su padre? Jorge lanzо un dardo envenenado sin proponеrselo

Su intenciоn nunca fue incomodar ni sacar del balance que la dama ya se hab?a apropiado, no fue algo siquiera pensado, pero de haberlo sido se parecer?a mucho al sonido del golpe que despide un bate de madera cuando se conecta un “hit” macizo directo al jard?n central.

Mariana enrojeciо s?bitamente, tuvo un recorrido mental desde su adolescencia: el d?a en que recibiо el anillo como obsequio, ahora la ausente era ella…

- ?S?!, mi papа me lo regalо cuando sal? de preparatoria, era de еl y lo mandо ajustar para que me quedara a m?.

Mariana se retirо el anillo y lo puso en manos de Jorge, quien lo observо con autentico cuidado y detalle. Se trataba de una pieza de oro de 14 quilates, con grabados en los hombros, en uno de ellos, el escudo de la logia masоnica del rito escoces de El Paso Texas, en el otro una “equis” formada de dos pergaminos enrollados sobre una hoja de olivo, distintivo del grupo al que pertenec?a el antiguo due?o como custodio de la biblioteca y secretario de acuerdos, sobre la montura el clаsico compаs y la escuadra, emblema de la masoner?a y debajo de еl dos rub?es y las siglas G11.

Mariana nunca se hab?a quitado de su dedo esa pieza para mostrarla a nadie, s?bitamente cayо en la cuenta de ello, pero no se incomodо, por el contrario, su reacciоn fue tan natural y cоmoda que hasta sintiо algo de familiaridad.

- ?Es usted masоn?, preguntо Mariana, o ?cоmo lo supo?

+ Jorge mintiо: ?no!, pero trabajo desde siempre con muchos de ellos. Mariana sab?a que la primera parte de la respuesta era mentira:

- “Ah, s?, y ?a quе se dedica usted’?

+ Soy empleado de gobierno, de profesiоn “leguleyo”

- ?Cоmo?

+ Abogado, ?pero no litigante!

- ?Ah no?, ?entonces de cuаles?

+ De los que asesoran ?nicamente… ?Y quе sigue como parte del festejo?

Mariana se incomodо de nuevo, no estaba acostumbrada a tantas preguntas y en sоlo un momento Jorge ya sab?a mаs de ella de lo que mucha gente le conoc?a en a?os de tratarle.

- Pues nos reuniremos en casa, serа algo familiar… sintiо que su respuesta carec?a de cortes?a y reculо titubeante para despuеs pensar en voz alta. “la verdad es que no sabr?a si fuese buena idea invitarle, no deseo ser pedante, pero mis amigas y mi familia… ay, quе contrariedad!”-se sintiо entre la espada y la pared-

+ Descuide, no se sienta incоmoda, comprendo. Ya habrа oportunidad de coincidir, yo frecuento este lugar con bastante regularidad. El buen Mike puede dar testimonio de ello, ?Cierto Mike?

Ahora el mesero era quien se pon?a de colores, aunque estaba de pie a una distancia prudente nunca pensо que Jorge lo fuera a incluir en la charla, muy contento asintiо a la menciоn de su persona con un gesto de aprobaciоn silente, Jorge levantо su vaso ligeramente para saludarle y despuеs de ello darle un trago al final de su segunda cerveza.

-Mire Jorge, ya estamos aqu? y si lo dejamos a la suerte serа dif?cil coincidir, perm?tame darle mis datos, ?nicamente deme oportunidad de llegar primero a casa; mi madre debe estar como loca ya; lo espero, ?no me vaya a fallar!

+ “?Nuncamente lo har?a!” tomо la tarjeta de presentaciоn y la llevо al bolsillo interior de su saco.

Com?nmente Jorge no atiende a este tipo de invitaciones, asume que representan ya en s? un compromiso y es lo que menos desea, bebiо un par de cervezas mаs y estaba decidido a quedarse ah? pero hab?a algo extraordinario en esta ocasiоn y repentinamente deseaba investigar este impulso, no eran ?nicamente las largas piernas de Mariana, era algo que necesitaba abordar con -riguroso escrutinio acadеmico-, se dec?a a s? mismo sonriendo, como justificando la decisiоn de atender la invitaciоn de Mariana.

Cap?tulo 5

Maestro Jacobo

El amigo mаs cercano del Ingeniero Salgado era el Maestro Jacobo Aguilar, ademаs de ser compa?eros de Logia y tener el mismo grado, compart?an un rancio gusto por la lectura, eran un par de eruditos que sol?an pasar largas horas revisando libros y compartiendo datos, ya fuese como parte de las tareas propias de la custodia de los libros de la Logia o como jornada personal; parec?an un par de chiquillos cada vez que llegaba un embarque de alguna casa editorial, o un pedido especial. El maestro Jacobo Aguilar era el propietario de la Librer?a El Compаs, ubicada en la esquina de la Calle Libertad con la Calle 15?, en el centro de la Ciudad.

Cuando Jacobo recib?a por mensajer?a una de esas cajas con libros de inmediato notificaba v?a telefоnica al Ingeniero Salgado, quien cancelaba todos sus compromisos para ese d?a, iba a su casa, com?a con prisa y se acompa?aba de su peque?a hija para ir a la librer?a del T?o Jacobo. De camino se deten?an a comprar helado, o cacahuates o alguna golosina para aderezar el evento.

La peque?a Mariana sol?a ademаs llevar sus libros para colorear y su surtid?sima lapicera, bueno, al menos as? eran esas visitas mientras Mariana era a?n una ni?a. Una vez que creciо perdiо el interеs por acompa?ar a su padre a donde fuera y ya siendo una adolescente no toleraba siquiera estar cerca de еl.

El ?ltimo volumen del diario de Jacobo Aguilar era el Tomo XVI, comenzaba a finales del mes de julio de 1971 y llegaba hasta el mes de febrero de 1972, en еl se relataba a veces con detalle, a veces de manera superficial el d?a a d?a personal, reuniones, temas tratados, compras y ventas de sus libros, citas, pendientes y hasta las visitas al mеdico eran citadas en ese texto.

Este volumen estaba bajo el celoso resguardo de Do?a Julia viuda de Aguilar, quien recorr?a con doloroso detalle los ?ltimos meses de la vida de su compa?ero, de su amigo, tratando de entender quе hab?a sucedido.

El empastado ten?a ya las marcas de la lectura obsesiva; frenеtica. La t?a Julia se hac?a acompa?ar por las tardes y las noches de insomnio de ese diario, al que deshojaba incesante, buscando respuestas, en anhelo de consuelo, fortificando su postura, convencida de su pienso. Jacobo no hab?a muerto en un accidente, hab?a algo mаs, ?no se trataba de algo fortuito!

Jacobo ya no estaba, no f?sicamente, pero dejо una seria de pistas -al menos eso pensaba su viuda- una ruta se?alada con migajas de pan que deb?an de ser seguidas, que conduc?an a alg?n lugar; que podr?an revelar mucho. La orilla del hilo que atо Teseo a la puerta del laberinto para encontrar de nueva cuenta la salida.

?nicamente hac?a falta encontrar la primera pista; la primera se?al.

Julia estaba segura de que el diario era un distractor, ni siquiera un referente, el mensaje deber?a estar oculto en la vieja librer?a, propiedad de Jacobo.

La T?a Julia no tomaba como literal mucho del diario, sab?a de Jacobo y sus metаforas; se divert?a con ello. Pod?a referirse a una visita al mercado de la calle cuarta vieja como un viaje a tierra santa, los trabajos de contabilidad de sus amigos estaban citados como el zoolоgico y los changos; as? era Jacobo Aguilar, todo un enigma; un divertido enigma.

Cap?tulo 6

Fantasmas

El trabajo de Velarde ya es mаs que nada rutinario, monоtono. Hace muchos a?os que dejо de ser tedioso; cuando le importaba invertir el tiempo en algo mаs pudo haberlo sido, pero ya no.

Hac?a pasado ya alg?n tiempo en que decidiо abandonar las calles para refugiarse en el аrea de archivos, las rodillas ya no le daban el mejor de los servicios; el sоtano del edificio que albergaba las oficinas de la polic?a judicial federal se hab?a convertido en su refugio, en su santuario. Cientos de cajas apiladas y enmohecidas le brindaban su mejor compa??a.

Aunque Velare ya no patrullaba conservaba su arma de cargo, la lleva siempre consigo, abastecida. Dista mucho de ser nueva, pero le conservaba en buen estado. Haberla recibido de manos del propio Gustavo D?az Ordaz le conced?a, por decir lo menos, permiso de portaciоn vitalicio.

A Velarde le inquieta permanecer relegado, si bien podr?a admitir que al principio le resultaba cоmodo tener una participaciоn poco activa dentro del cuerpo policiaco, ?ltimamente se desespera por sentirse oxidado, son escasas las ocasiones en que es considerado para participar en un operativo, ya no se diga en un allanamiento, no cuenta con la confianza expresa de sus jefes; conserva su puesto por sus contactos en el Distrito Federal (que cada vez son menos) y por ser el ?nico elemento que cubre vacaciones, ausencias y tiempo extra sin chistar.

Tanto tiempo en este autoexilio en el аrea de archivo le ha trastornado sin darse cuenta, los ruidos que logran filtrarse desde el exterior poco a poco se han ido transformando en una incоmoda voz interior que lo molesta, que se burla de su vejez prematura, de su falta de mеritos, de su soledad; le atormenta.

Los murmullos, el barullo de oficina, las miradas que no van acompa?adas de sonido alguno; todo le resulta sospechoso.

Lo que alguna vez fuera el refugio perfecto ahora le causa ansiedad, le enturbia las ideas, lo altera al grado de sostener fuertes enfrentamientos verbales con sus colegas, todos injustificados. Estа irritable; irascible.

La gota que derramо el vaso: un tallоn en el fender de su coche.

Roberto entra a la comandancia gritando, lleno de rabia, que habrа de encontrar al autor de semejante canallada y le harа pagar por ello.

El exabrupto de Velarde va subiendo de tono hasta pasar de los gritos a una patada al surtidor de agua, el garrafоn de vidrio cae y se hace a?icos contra el piso.

El revuelo ha llegado hasta los o?dos del comandante quien abandona su oficina para ver quе es lo que sucede y al confrontar la escena llama al orden a gritos, pide que limpien el lugar y le ordena a Velarde que le acompa?e.

- Velarde…Velarde… ?Capitаn Velarde!

+ ?S? Se?or! (Velarde sale de su trance y se cuadra)

- ?Acompа?eme! (grita la orden)

Lleno de verg?enza e intentando recapitular sobre lo acontecido Velarde contempla el rostro de sus compa?eros quienes no dan crеdito de lo sucedido: el polic?a con mаs experiencia y de carаcter retra?do explotо como una caldera, se expresо de una manera que nadie le conoc?a, lleno de cоlera. Ahora lo invade un sentimiento de verg?enza casi infantil, podr?a decirse incluso que tiene ganas de llorar, como un ni?o despuеs de la mаs terrible de las rabietas.

Dentro de s? escucha una voz que celebra lo sucedido –S?, ?estuvo bien! ?Que sepan que contigo no se juega!... ?ya estuvo bueno! ?Eres el Capitаn Roberto Velarde! Hasta el comandante se cuadrо, ?Lo viste?... ?Est?pidos!-

Velarde no se extra?о por la apariciоn de esa nueva voz interior…no pudo evitar sonre?r sardоnicamente mientras se dirig?a a la oficina del comandante, a recibir su llamado de atenciоn.

Cap?tulo 7

Segundo Sue?o

Al llegar a su casa Jorge cayо rendido, el desgaste f?sico se sumо al cansancio mental -ya eran muchas vueltas de lo mismo-

Se durmiо.

Era tan pesado su sue?o que ni los zapatos alcanzо a quitarse, se quedо en la misma posiciоn durante mucho tiempo, pero a la hora del sereno su cuerpo comenzо a estremecerse, al interior de su sue?o apareciо еl mismo sentado ante una mesa donde estaba servido un gran banquete, sonriо al levantar una copa de vino, al descansarla sobre los labios dio un gran trago cerrando los ojos, pero al abrirlos encontrо sentada frente a еl a la rubia: “Te dije que volver?a!”

El sue?o comenzо a inquietar su cuerpo que de pronto luchaba contra la colcha y las almohadas para darse espacio, pero sin lograr despertar. Al interior de su mente la escena transcurr?a, pero ya en otra lid, la inquietud se detuvo y ahora ante esa mesa enorme ?nicamente estaban frente a еl una botella de vino y dos copas, la misteriosa mujer rubia ya no estaba frente a еl, sino a un lado, en una actitud cordial, aunque nunca pasiva.

Pareciera que hab?a cierta y cоmoda familiaridad entre ambos, Jorge beb?a de su copa de vino y miraba ya mаs tranquilo el rostro de la mujer que ten?a por compa?era, en la realidad era una prаctica habitual, estar al lado de una chica en la sobre mesa, salir de juerga y tomar un trago… hab?a cierta similitud, aunque esto era un sue?o y la postura receptiva de Jorge era mаs bien algo reverencial, de mayor respeto, a final de cuentas se trataba de una mujer adulta, mаs grande que еl pero tampoco vieja. De hecho, su rostro era exactamente el mismo que cre?a recordar de ni?o… una blusa de color blanco con escarola serv?a de lienzo a un antiguo relicario que pend?a de su cuello, se cubr?a con un saco tipo chaquet de color rojo p?rpura oscura, muy parecido al reflejo que desped?a el vino al reposar la copa sobre la mesa; un abultada pero bien peinada cabellera desped?a un inmenso brillo, era un resplandor hipnоtico. Jorge nunca hab?a visto a una mujer tan descaradamente rubia y en esta ocasiоn, ya fuese por su edad, y fuese por la reincidencia del asunto descubriо en esta mujer una sensualidad que anteriormente no hab?a advertido.

Al parecer la mujer se dio cuenta de cоmo era ahora vista por Jorge y no se incomodо en lo absoluto, muy por el contrario, se sintiо halagada, sirviо ambas copas de una botella que parec?a no tener fin e hizo cimbrar las paredes de ese comedor on?rico con una potente voz que iba cargada de marcialidad, presencia y sugerida calma:

- “buenas noches, Jorge, ?cоmo has estado?”-

-buenas noches… bien, gracias. –respondiо Jorge puntual, seco.

- “no te incomodes Jorge, bebe un poco mаs y plat?came: ?Quе es de tu vida? ?Te sientes bien aqu?, en la capital? ?Quе te ha parecido el vino? Esta variedad de uva es mi favorita…”

-s?, todo bien. Ya son muchos a?os aqu? en Chihuahua y no tengo planes de regresar a Ciudad Juаrez- ?por quе has venido?”

- “ah! Interesante pregunta, ?no te andas en las ramas eh? Pues bien, perm?teme ser brutalmente honesta contigo… Jorge, necesito de ti realmente poco, a lo mucho un favor… nada que encuentres ajeno o imposible, pero definitivamente demanda de entereza. Yo, por decirlo de alguna manera, soy coleccionista… hasta en eso nos parecemos Jorge” –dijo la dama con una mueca risue?a- “?mira, no lo hab?a advertido as?! Me permit? pasear un poco por tu casa y ?quе interesante selecciоn de libros posees! Esos instrumentos musicales viejos tambiеn son la locura, mi favorito sin duda es el peque?o acordeоn que tienes sobre la mesita de cafе, esa que tiene algo muy parecido a un mandala pintado a mano”.

El sue?o se tornо nebuloso, algo denso, un velo de humo con aroma a violetas cobrо presencia en todo ese salоn donde se encontraban y de una bocanada inversa, algo que podr?a describirse como cаmara rаpida, el humo desapareciо por completo dejando tras de s? ?nicamente el aroma y revelando que ya no estaban mаs en un lugar desconocido, frente a una gran mesa, ?no! en esta ocasiоn aparecieron en la sala de la casa de Jorge, ese lugar que rara vez utilizaba, sus sillones eran cоmodos y la iluminaciоn ideal para una buena lectura, pero еl siempre prefiriо leer y escribir en la mesa del comedor; era un hаbito que conservо desde ni?o, quizаs porque la casa de su madre era peque?a.

En ese momento su sue?o ya era cоmodo y el escenario familiar, a final de cuentas se trataba de la sala de su casa, tal cual estaba amueblada y ordenada, inclusive con algo de polvo sobre los muebles, se?a de que la se?ora del aseo no hab?a venido desde hac?a al menos un par de semanas, habr?a que investigar -?Quе fue lo que pasо?- Y hasta le causо gracia darse cuenta de que era el mismo tiempo que еl mismo ten?a sin visitar esa parte de su casa, no le era necesario, prefer?a ir del recibidor al peque?o patio interior de la casa y entrar directo al comedor que cruzar por la sala.

Se quedо pensando en cuando advirtiо que la mujer, la mujer intensamente rubia segu?a a su lado, sosteniendo una copa con la mano izquierda y recargada plаcidamente en el sillоn, sobre la mesa de centro la botella de vino que no se vaciaba y la copa de Jorge a la mitad. La sujetо para darle un trago mаs al tiempo que la dama continuaba con su charla:

-te dec?a, mi favorito es ese acordeоn viejito, me recuerda a esos m?sicos que tocaban tangos en la plazuela muy cerca de tu casa… bueno, ?eras apenas un ni?o!

- “?es tambiеn mi favorito! Me gusta que sea la primera pieza que se ve al entrar a esa habitaciоn, creo que el cuarto de tele es el lugar ideal para еl. Soy igualmente afecto a los tangos, encuentro en esa queja y lamento un desahogo con el que me identifico, son tоnicos, con carаcter; ?a veces hasta violentos! Aunque el tama?o de ese acordeоn es mаs bien dulce, no tan grave. Quizаs se utilizо para interpretar tarantelas, por eso me gustо tanto, creo que me recuerda mis ra?ces italianas”.

- “Jorge, quе gusto escucharte tan resuelto, tan confiado. Mis visitas no suelen ser tan prolongadas –ni tan bien recibidas, debo agregar- de verdad que ?eso s? que no lo advert?! ?Quе dicha! No recuerdo haber pasado de la segunda copa y ahora siento que podr?a acabarme esta botella, caramba, Jorge, ?eres todo un seductor!”

- “no, yo no… jajaja, es quе… aunque desconozco su origen y poco o nada logro advertir sobre su interеs en mi persona, reconozco que su compa??a me resulta muy grata. Es extra?o, porquе sе que no serа la ?ltima vez que me visite y eso, aunque poco ordinario, ?me da gusto!”

La dama soltо una larga y prolongada carcajada, dejо su copa sobre la mesa y recorriо hacia atrаs su cabellera con ambas manos.

- “?calla Jorge! ?Quе bаrbaro! ?No sabes ni quiеn soy mаs no por ello te detienes! ?Eres encantador! ?De verdad que de ninguna manera se me hubiera ocurrido pensar que eras tan divertido! Mira que, visto por fuera, te soy sincera: ?eres bastante ordinario! Vas a tu oficina todos los d?as, con una taza de cafе por desayuno y un cigarrillo en la mano, vestido de traje, tus zapatos lustrados; ?no sе por quе no utilizas un portafolios?; sales de trabajar y te vas a la cantina, te embruteces en los bares, seduces a diestra y siniestra, no te comprometes…”

- “?Diestra era interesante, pero Siniestra resultо ser toda una experiencia!” –se atreviо a interrumpir Jorge haciendo uno de sus acostumbrados chistes para restarle solemnidad al evento.

La mujer estallо de nueva cuenta en sonoras carcajadas, el brillo de sus ojos opacо el de su cabellera, de ellos se rodaron sendas lаgrimas de j?bilo, mismas que no tuvo reparo en secar con sus manos, no hab?a maquillaje que estropear, ni toallitas de papel en la mesita.

Tras recuperar el aliento se detuvo, еl esperaba con gusto y relajado lo que la mujer le dir?a a continuaciоn, era ya una situaciоn casi familiar.

- “Jorge, Jorge… hac?a ya mucho tiempo que no se me sal?an las lаgrimas, mucho en verdad. Aunque en esta ocasiоn no fue de dolor sino de alegr?a, aquella vez fue por un hombre, triste y lamentable historia que alg?n d?a te contarе si me lo permites. Tengo tantas, pero tantas ganas de platicar contigo que no quisiera irme, pero ya es hora. No te he dicho nada sobre m? y me recibes en tu casa como si perteneciera a ella; el vino fue idea tuya, ?sabes? Debo irme, no quisiera, pero debo.

Muy pronto sabrаs de m?, mientras ello ocurre, Jorge, ya es hora de despertar”.

Jorge despierta.

Cap?tulo 8

Asalto Frustrado

?nicamente el Capitаn Roberto Velarde sabe cuаndo fue la ?ltima vez que disparо su arma en contra de otra persona; esto sucediо la fr?a ma?ana del 15 de enero de 1972, durante un triple asalto bancario que fue misteriosamente frustrado.

El asunto se hab?a detallado de la siguiente forma: se trataba de un grupo de jоvenes radicales-anarquistas, que desde hac?a varios meses hab?a sido metоdicamente infiltrado y de quienes se sab?a todo, incluido lo que har?an ese d?a. En esa ocasiоn Velarde no ten?a asignada ninguna responsabilidad en particular, estaba trabajando de lleno con un caso de lo que parec?a ser la actuaciоn de un asesino en serie en Ciudad Juаrez –en los l?mites de la importante avenida 15 de septiembre-, pero para esta fecha en particular se encontraba franco en la ciudad de Chihuahua y el entonces gobernador Оscar Flores Sаnchez se lo pidiо en persona; “de compas” -“T? nomаs ve y deja que los militares hagan su jale, esto viene desde arriba… pero no me quiero quedar fuera de la jugada, ademаs el cabrоn de Fernando me quiere convertir la ciudad en un pinche Egipto cualquiera, ?estа bien que le soltaron la rienda, pero que no abuse!”.

Esa ma?ana en cuestiоn tres militares vestidos de civil pasaron por Velarde muy temprano en un VW sedаn color blanco -seg?n lo acordado- a uno de los muchos estanquillos que se ubican en el histоrico parque Lerdo, por el lado de la Avenida Ocampo; Velarde vest?a colores sоlidos pero pardos, conforme lo indicaba el manual, no llevaba cartera, ?nicamente su placa, sujetada a la parte interior del saco, sus gafas Persol 649 y su revоlver Nagant m1895, una rareza soviеtica de siete tiros calibre 7,62 x 38 mm que le era inseparable.

Esta arma llevaba grabadas en su ca?оn dos leyendas: por un lado “Cap. R. Velarde”, del otro lado “Obsequio Cmdt. Supremo G.D.O. 1969” trofeo recibido de las propias manos del entonces presidente de la rep?blica Gustavo D?az Ordaz por su “destacada colaboraciоn” durante su sexenio.

Velarde junto con tres militares vestidos de civil estaban haciendo guardia a las afueras de la sucursal Chuviscar del Banco Comercial Mexicano, pero la impaciencia le ganо y decidiо entrar, se formо en la fila como un cliente cualquiera, aunque de entre todos los ah? presentes era el ?nico vestido de civil que portaba un arma corta; al menos hasta ese momento. Adentro del banco ubicо al guardia, un tipo muy joven y al resto de los clientes -demasiados para su gusto- “ojalа no hubiera nadie”, pensо.

Hab?a avanzado apenas un par de pasos mientras estaba formado en la fila cuando a la puerta llegaron tres personas gritando “esto es un asalto”, a partir de ese momento las cosas sucedieron muy rаpido: una joven mujer que estaba adelante de Velarde entrо en pаnico e intentо salir corriendo; se escuchо entonces el primer disparo, una bala la alcanzо y cayо sin vida; uno de los asaltantes abriо fuego contra el guardia, quien virtualmente volо detrаs de una mampara intentando salvar su vida, aunque minutos despuеs morir?a desangrado; desde afuera se escuchaban disparos, fue entonces cuando cayо al suelo uno de los clientes herido, al mismo tiempo Velarde, que instintivamente hab?a salido de la l?nea de fuego, se dejо caer hacia atrаs impulsаndose contra el muro que ten?a a sus espaldas y se recargо en еl sin perder de vista lo que suced?a.

De entre la confusiоn ubicо a uno de los asaltantes cubierto con un pasamonta?a rojiblanco, que disparaba hac?a afuera sin ton ni son, se trataba ya de un enfrentamiento. Los militares no esperaron a que los malhechores salieran del inmueble, ?primer error?; abrieron fuego desde afuera hac?a adentro de la sucursal… ?segundo error? Si los disparos continuaban habr?a quizаs mаs muertos, ya que algunos de los clientes y empleados se quedaron inmоviles; la sorpresa los dejо al descubierto.

Con cuidado y sin hacer gran aspaviento Velarde realizо un movimiento que ten?a harto practicado: sacо su arma de la fornitura que llevaba fajada por dentro de la cintura del pantalоn; de su costado derecho apareciо su Nagant, lo amartillо con el pulgar derecho, el cilindro girо y se posо directamente sobre el ca?оn sellando cualquier salida de gas -peculiar caracter?stica de este modelo-, lo sujetо con ambas manos, apuntо con precisiоn y realizо ?nicamente un disparo a uno de los tres que hab?an entrado al banco, -al que le quedaba mаs franco al tiro-.

Tras el disparo cayо un cuerpo al piso, el tiro iba dirigido justo a la frente, lugar por donde entrо la bala causando un da?o mortal.

Los disparos cesaron dando pie a los gritos y jaloneos de parte de los militares que entraron al banco a tomar nota de lo sucedido, en el aire a?n flotaba el humo de los disparos y el olor a fierro de la sangre derramada ya pod?a percibirse de entre todo.

Velarde se reincorporо con discreciоn, parec?a que nadie le hab?a notado. Los militares entraron e hicieron lo suyo, dar de gritos y tratar de poner orden, as? como lo hacen con ellos: sin tacto y lanzando improperios a todas voces.


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