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Josephine
Josephine
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Josephine

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–¿Qué hiciste?

–Me negué a realizar las pruebas de ingreso de la directora. —Adeline cuadró los hombros y alzó la barbilla—. De ninguna manera iba a dejar que me exhibieran.

–Lo comparó a un animal en un circo gitano —añadió Georgie.

Josie no podía parar de reír.

–¡Dime que no lo hiciste!

–Por supuesto que sí. Es más, lo volvería a hacer —dijo Adeline y sonrió.

–Dijiste que te gustaba estar aquí. —Josie se quedó mirando a Adeline con confusión.

–Es cierto, aunque una cosa no tiene que ver con la otra.

Josie ladeó la cabeza, la confusión le llenaba la mente.

–¿Cómo puedes oponerte a las órdenes cuando quieres estar en la escuela de la señorita Emmeline?

Georgie se alisó la falda.

–No te molestes intentando descifrar a Adeline. Es rebelde hasta la médula. No hay nada que se pueda hacer.

–Ojalá yo fuese también un poco más rebelde.

Josie cerró la boca de golpe. Había dicho aquellas palabras en voz alta, aunque solo tenía la intención de pensarlas. ¡Será posible! Desvió su mirada hacia la raída moqueta, deseando que la tragase y desaparecer.

–Bueno, quédate con nosotras y seguro que Adeline te contagiará. —Georgie se acercó al armario y empezó a inspeccionar los vestidos de Josie.

–No había nada que la señorita Emmeline pudiera hacer, ya que nunca me habría permitido a mí misma exponerme a las críticas miradas de extraños. Incluso después de aislarme, seguí negándome. De verdad, no entiendo por qué una mujer debería permitir que se le exhibiese de aquella forma. —Adeline le lanzó una mirada a Josie—. Parecía que ibas a desmayarte cuando la señorita Emmeline te sacó al escenario.

–Eso es porque estaba a punto de hacerlo.

Josie no pudo recordar un momento en el que estuviese más asustada o incómoda. Le había temblado todo el cuerpo y el calor la había consumido mientras se enfrentaba a todos aquellos ojos curiosos. Cada par de ojos estaba concentrado en ella…esperando. La voz le había temblado tanto como el cuerpo cuando habló.

–Hiciste un gran trabajo cuando enumeraste los reyes, a pesar de tu obvio malestar —dijo Georgie por encima de su hombro, mientras seguía inspeccionando los vestidos de Josie.

–Y el modo en el que sujetaste el arco fue impresionante, aunque no dieses en la diana. —Adeline suspiró—. Tu puntería mejorará con nuestra ayuda. Somos las mejores arqueras aquí.

–Honestamente, cuando salimos fuera, estaba tan angustiada por mi fallido intento en el piano que ni me paré a considerar lo que quería mostrar y simplemente me dirigí a la primera prueba. Estaba desesperada por terminar para que todo el mundo dejase de mirarme.

–No tocaste tan mal. —Georgina le dio la vuelta a un andrajoso vestido para comprobar la hilera de botones que había en la parte de atrás.

Josie dejó escapar un suspiro.

–Estaba tan nerviosa que no pude parar el temblor de mis dedos para poder tocar las notas adecuadas. Fue un desastre, pero gracias por tu amabilidad.

–Bueno, basta ya de pianos. Te gusta el tiro con arco, ¿verdad? —Adeline arqueó una ceja a modo de pregunta.

Josie bajó su mirada.

–Creo que sí. Fue bastante emocionante, aunque he de decir que no tengo experiencia en tal deporte. Era la primera vez que cogía un arco. Una vez vi a mi padre practicarlo, pero yo nunca lo he intentado.

–Eso está a punto de cambiar. —Adeline miró a Georgie—, ¿verdad?

–Por supuesto. Y tu vestuario también. No puedes ponerte estos vestidos. —Georgie empezó a coger los vestidos de Josie que estaban colgados y los tiró al suelo—. Ninguno de estos es adecuado para la alta sociedad.

Josie se apresuró a rescatar su ropa.

–Pues debo llevarlos. Es la única ropa que tengo.

La confesión le envió una ola de calor que le llegó hasta las mejillas. Antes de que padre muriera, había llevado vestidos a la moda, había visitado a modistas y había comprado en Bond Street. Maldita fuera mamá por dejarlas en apuros financieros cuando padre murió.

Georgie agarró el vestido que ahora sostenía Josie.

–Yo lo había cogido antes. No puedes llevar estos vestidos. De ninguna manera. Tengo vestidos de sobra para poder ofrecerte un guardarropa apropiado.

Josie se encogió bajo la mirada de Georgie.

–No puedo aceptar tal caridad.

–Puedes, y lo harás. —Georgie le arrancó a Josie el vestido de las manos—. Insisto.

Adeline se acercó y se colocó al lado de Josie.

–Es inútil seguir discutiendo con ella y no debes sentirte mal. Georgie también financia muchos de mis gastos.

–¿En serio? —Josie relajó las manos y se volvió hacia Adeline.

–Financia mi tiro con arco. Si no fuese por ella, no tendría ni mi propio arco ni las flechas que uso. Con tantos hermanos, el dinero para gastos es casi inexistente.

–Además, tengo más dinero del que necesito. —Georgie le enseñó un vestido de día de color rosa—. Pruébate este. Creo que tenemos las mismas medidas.

Josie se tragó sus objeciones y con la ayuda de Georgie y de Adeline, se probó el vestido. Dio un paso atrás y pasó las manos por la parte delantera del vestido, alisando la falda de muselina.

–Justo lo que pensaba. El vestido te queda perfectamente. —Georgie sonrió antes de volver a su armario—. Necesitarás un traje de montar, un vestido de noche, uno de paseo…ah, y no nos olvidemos de los tocados y de las enaguas.

Josie levantó las manos en señal de protesta.

–No hay necesidad de todo eso. Mis enaguas son más que adecuadas.

Adeline lanzó la camisola de Josie al otro lado de la habitación.

–He visto a doncellas limpiar el suelo con trapos en mejores condiciones.

Josie tomó aire bruscamente.

–Aceptaré los vestidos y otros accesorios, pero me niego a aceptar tus enaguas. Aunque las mías estén deshilachadas, nadie mirará lo que hay debajo de mi falda.

–Muy bien. —Georgie cogió un traje de montar de color verde decorado con un ribete de un verde más intenso—. Con tu pelo oscuro y tus ojos de color miel, esta tonalidad te favorece.

Josie aceptó el vestido y lo sostuvo ante ella. El verde era su color favorito y las sombras de la falda eran preciosas. Captó la mirada de Georgie.

–Gracias.

–No hay nada que agradecer, de verdad. Ahora eres una de las nuestras y todas cuidamos las unas de las otras.

Adeline asintió con decisión.

–Absolutamente.

Una de ellas. A Josie se le hinchó el corazón, el alivio y la emoción atravesándola. Estaba encantada de unirse a estas chicas y de mantener su lugar junto a ellas. Tal vez con el tiempo, se harían tan cercanas como si fuesen hermanas.

CAPÍTULO UNO

Kent, Inglaterra, agosto 1827

Josie, con los ojos desorbitados, paseó su mirada por toda la habitación. Adeline no había exagerado cuando le había descrito Faversham Abbey. Era todo lo que uno podría esperar de un viejo monasterio convertido en la finca de un conde, desde las pintorescas torres hasta las ventanas estrechas y las altas columnas.

Sentada sobre un canapé revestido de brocado, centró su atención en Adeline, Georgie y Theodora. Josephine le dedicó una sonrisa a Adeline, notando la franca alegría que radiaba de su amiga.

–La abadía es realmente impresionante.

–Me resulta difícil de creer que vaya a vivir aquí. Es como si estuviese atrapada en un sueño, del que espero no despertarme nunca. —Adeline se apartó un rizo que le caía por la frente.

–¿Tienes que ser tan…dramática? —Georgina sonrió con satisfacción, un brillo juguetón bailaba en sus ojos.

–Por supuesto que tiene que serlo. —Theo abrió su abanico de seda—. Este es el primer día del resto de su vida. Un momento muy excitante.

Georgie deslizó su mirada hacia Theo.

–¿Deberíamos hablarle sobre la noche de bodas?

Josie sintió que se le sonrojaban las mejillas, ya que sabía perfectamente a lo que se refería Georgie.

–No hay necesidad. —Adeline agitó su mano para descartar la idea.

Georgie hizo una mueca.

–Parece que nunca conseguiré explicarle a nadie el acto de copulación y el placer que se encuentra cuando te pillan.

–Siempre quedará Josie. —Adeline sonrió.

–No. —Josie desvió su mirada y la posó sobre la repisa de mármol de la chimenea—. Lo que quiero decir es que preferiría que no lo hicieses.

Puede que fuese casta, pero la inocencia no era lo mismo que la ignorancia. Josie sabía perfectamente bien lo que ocurría entre un hombre y una mujer tras la puerta de una habitación. Mamá se lo había explicado de la forma más torpe que uno podía imaginar. Utilizó todo tipo de utensilios de cocina para hacer una demostración y concluyó con la advertencia de que no se dejara guiar nunca por la lujuria. Alejó aquel recuerdo de su mente, puesto que no tenía ningún deseo de reflexionar sobre tales cosas.

–Relájate. Estaba solo bromeando. —Georgie rio.

–Por supuesto. —Josie dirigió su atención al aparador—. ¿Me permites que sirva?

Se alzó y atravesó la habitación hacia la bandeja del té. La tarea de servir le proporcionaba una necesaria distracción del tema en cuestión. Levantó la tetera para servir la primera taza.

–Te ayudaré. —Theo se acercó hasta ella, esperando mientras Josie terminaba de llenar las otras tres tazas.

–Dos terrones de azúcar, por favor —dijo Georgie.

Josie añadió el azúcar en la taza de Georgie y lo removió antes de entregársela a Theo y de coger las otras dos tazas. Regresó al canapé, le dio a Adeline su taza y se sentó.

–En apenas dos días serás la condesa de Ailesbury. Es bastante interesante.

Adeline sonrió.

–Lady Ailsebury. Suena maravilloso, ¿verdad?

–Espléndido, de hecho. —Theo dio un sorbo a su té.

–Y por primera vez, tendrás el título de lady delante de tu nombre. No es que espere que te comportes como una. —Georgina le guiñó un ojo, sus ojos iluminados con malicia.

Adeline sonrió y una pequeña risa se le escapó mientras dirigía su atención a Josie.

–Ahora, solo tenemos que encontrar un marido para ti.

–No tengo prisa, aunque mamá no estaría de acuerdo conmigo.

Josie, antes de dirigirse hacia Faversham Abbey, le había prometido a su madre que buscaría activamente un marido cuando volviese. Su economía había alcanzado un mínimo histórico. Mamá le había dicho que si no conseguía casarse pronto, y con un hombre adinerado, se quedarían totalmente desamparadas.

Josie sabía que era un comportamiento egoísta, pero, a pesar de todo, no podía venderse al mejor postor. Una vida de indigencia era preferible a un matrimonio sin amor. Aun así, no había mentido a mamá, simplemente le había engañado un poco. Tenía la intención de buscar un buen partido y, por definición, de abrirse para que la cortejaran. Simplemente, no aceptaría una oferta de matrimonio a no ser que hubiese sentimientos profundos.

–A lo mejor encuentras a alguien mientras estás aquí. —Adeline dejó su taza sobre la mesita de caoba.

–Ya hemos hablado mucho sobre mí. Dinos, ¿hay algo que podamos hacer por ti? ¿Tienes el vestido preparado? ¿Necesitas ayuda para planificar los asientos o el menú? —Josie fijó sus ojos en Adeline.

–Nada de nada. Ya se han hecho todos los arreglos —dijo Adeline—. Incluso me he tomado la libertad de organizar actividades solo para nosotras.

Josie no pudo evitar sentir un sentimiento de pérdida. Todas sus amigas la estaban abandonando por sus nuevas vidas de esposas. No era del todo así; sin embargo, se sentía dejada de lado. Con las otras tres casadas, ¿qué sería de ella? ¿Volvería a ser la chica asustada que llegó a la escuela hacía tantos años? A ellas les debía su fuerza. De una cosa estaba segura: nada volvería a ser igual.

–¿Qué actividades? —preguntó Georgie, con una ceja arqueada.

–Mañana por la mañana toca la caza del pavo. No veo la hora de enseñaros mis habilidades y ver si alguna de vosotras sabe cazar —dijo Adeline. Se giró hacia Theo y añadió—: Me temo que no llegarás a tiempo desde la escuela para unirte a nosotras.

–No te preocupes por mí. Estoy deseando pasar algo de tiempo a solas con Alistair. —Theo se levantó, dejó a un lado su taza y se alisó las faldas—. Desea salir de madrugada. Será mejor que me vaya a la cama.

–Cierto. Necesitarás energía. Asegúrate de conservar un poco cuando recojas a Ainsley y Arabella. —Adeline rio antes de añadir—: Echo de menos a las pesadas hermanas.

–Las verás muy pronto —dijo Theo.

–Espero que les gusten los nuevos vestidos que encargamos —añadió Adeline.