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Asesinos Alienígenas
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Asesinos Alienígenas

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“Con algo de suerte,” se dijo a sí misma, “no estará allí.”

Se encontró en un vestíbulo en el espacio de giro justamente afuera de la oficina de Levexitor. Se topó con dos grandes puertas de madera, carentes de ornamento alguno. El simple hecho de que ella estuviese allí significaba que la unidad de giro de Levexitor estaba encendida y que su llegada le había sido anunciada.

“Srta. Rabinowitz,” dijo la voz inmaterial de Levexitor. “No era de esperarse que me visitara nuevamente tan pronto.”

“Si le importuno, Mayor, le ruego me disculpe. Puedo regresar en otro momento.”

Hubo una pausa extrañamente larga antes de que él respondiera. “No veo razón por la cual no debiéramos discutir nuestros asuntos ahora. No es como si estuviese ocupado con cualquier otra cosa. Puede entrar.”

Rabinowitz caminó hacia la puerta virtual que estaba en frente de ella. Esta se deslizó hacia adentro para permitirle pasar hacia la realidad que Levexitor escogió para mostrar a sus visitantes.

Algunas personas eran criaturas elegantes, quienes creaban hábitats virtuales de exóticos diseños. Los jenitharpios no se encontraban entre estas personas. La oficina de Levexitor se veía exactamente igual cada vez que ella la visitaba durante los pasados cuatro meses. Las paredes eran marrones con partículas doradas, mientras que el piso era pulido y gris pizarra. Había dos puertas—la puerta por donde ella entró y una al otro extremo de la sala—y no había ventanas. La luz era difundida desde fuentes no específicas. La sala era pequeña; alguien así de importante en la Tierra hubiese tenido una oficina espaciosa. Era una sala sombría y triste, casi como una cueva con muy pocos muebles—pero entonces, el propio Levexitor era escasamente el Sr. Personalidad.

Contra la pared posterior había un banco de trabajo de baja altura, donde Chalnas, el asistente de Levexitor, generalmente se paraba. Chalnas era algún tipo de empleado que pasaba su tiempo garabateando en una libreta. Rabinowitz no podía recordarlo pronunciando cinco palabras consecutivas, e inclusive eso era netamente para pedir una aclaratoria sobre algún punto. En ese momento, Chalnas no estaba de pie allí. Era una de esas personas que escasamente se notan cuando están allí, pero su ausencia se sentía extraña.

Al centro de la sala, en su propio escritorio de trabajo, se encontraba Path–Reynik Levexitor. Los jenitharpios eran bípedos, pero humanoides sólo por una definición liberal del término. Eran cilindros peludos, cubiertos por un plumaje un poco similar al de un marabú. Sus dos brazos muy largos iban conectados al cuerpo a la altura de lo que debe haber sido la cintura; podían alcanzar el tope de sus cabezas, ligeramente protuberantes, así como las plantas de sus anchos pies con igual facilidad. Sus ojos estaban mejor escondidos que los de un pastor inglés y sus voces parecían resonar desde todo su cuerpo.

La proyección de Levexitor en su espacio de giro era muy alta, una cabeza completa más alta que Rabinowitz. Su marabú estaba teñido con lavanda, mucho más elegante que el marrón plebeyo de Chalnas. Era tan noble, que escasamente necesitaba moverse.

No había sillas en la sala. Rabinowitz estaba de pie, Levexitor estaba de pie, Chalnas—cuando estaba allí—estaba de pie. El acto de hacerse a sí mismo deliberadamente más pequeño al frente de los demás obviamente era indecible en Jenithar. Si Rabinowitz no hubiese sido capaz de sentarse en su silla de extensión en casa, al mismo tiempo que permanecía “de pie” en el espacio de giro de Levexitor, algunas de sus largas sesiones de negocios no pudieran haber salido tan bien como salieron.

“Bienvenida, Srta. Rabinowitz. No esperaba pararme con usted tan pronto de nuevo.”

“Me disculpo profundamente por mi intromisión, Mayor. Hubo un par de pequeños detalles que faltó resolver y pensé que podríamos dejarlos descansar de una vez por todas... pero si Chalnas no se encuentra para registrarlos—”

“Es el día de descanso de Chalnas, pero puedo recordar bastante bien lo que dijimos. Por favor, continúe.”

Rabinowitz pasó los siguientes diez minutos discutiendo definiciones exactas de derechos teatrales submarinos de las tres novelas de Tenger y la duración exacta de las opciones. Al tiempo que este fue un ejercicio insulso, le dio una excusa legítima para estar allí.

Hubo pausas atípicamente largas en las respuestas de Levexitor, y parecía más intranquilo. Obviamente había alguna tarea en su espacio real que preocupaba al menos parte de su mente. Cuando Rabinowitz comentó que preferiría negociar con asuntos locales y recuperarse, él desestimó eso sin pensarlo dos veces y prosiguió con la discusión.

Cuando entró en materia más profundamente de lo necesario, Rabinowitz dijo, “Mayor, dudo en traer un asunto tan delicado frente a una persona tan alta, pero algo me ha molestado tanto que siento que debo hablar con usted al respecto.”

“Por favor, siéntase libre de hablar abiertamente,” dijo Levexitor.

“Muy bien, Mayor,” dijo Rabinowitz. “He oído rumores en la Tierra de que elementos criminales están intentando contrabandear parte de nuestra literatura hacia mercados recónditos. No he escuchado nombres, pero sólo nuestros más bajos hombres recurrirían a tales actividades.”

“Es curioso que usted deba mencionar tal asunto justamente ahora, Srta. Rabinowitz. Por favor, continúe.”

“Sé que usted, por supuesto, está por encima de esas cosas. Sin embargo, como amiga, me preocupaba que usted pudiese ser, involuntariamente, conducido por estos astutos criminales a realizar actos que ciertamente le perjudicarían. También pienso que usted debería saber cómo advertirle a sus colegas más cercanos, algunos de los cuales podrían sucumbir a esta gran tentación. Estos criminales, no tienen escrúpulos, y perjudicarían a cualquier persona que negocie con ellos.”

“De hecho,” dijo Levexitor. “Puedo entender demasiado bien cómo alguien, incluso el más alto de nosotros, pudiera ser tentado en algún momento por esos otros, especialmente si vienen de fuentes altas.” Hubo otra pausa larga. “Sí,” finalmente prosiguió, “y también puedo comprender la última disminución que usted mencionó. Para decirlo claramente, Srta. Rabinowitz—”

Levexitor interrumpió repentinamente lo que estaba diciendo y se volteó. Su cabeza se inclinó hacia atrás y hacia arriba. Luego, emitiendo un pequeño grito, se abalanzó contra su mesa de trabajo y se quedó muy, muy quieto.

“¿Mayor? ¿Mayor?” La habitación estaba totalmente en silencio. Nada se movía, nada hacía ruido. Rabinowitz miró a su alrededor. No había nadie en la sala virtual, a excepción de Levexitor y ella. Y Levexitor no se movía.

Rabinowitz caminó hacia adelante hasta estar justamente en frente del gran extraterrestre. Alcanzó a tocarlo. Había solidez, era como tocar un árbol usando gruesos guantes de goma, pero sin más sensación que esa. El cuerpo proyectado de Levexitor era tan real como las paredes—y no estaba más animado que ellas.

Caminó lentamente por la sala. Sus pasos no hacían ruido. Levexitor no hacía ruido. Lo único que ella escuchó fue su propio pulso fluyendo por sus orejas y su respiración, que intentaba regular.

No sería buena idea gritar o preguntar si alguien más estaba allí. En este espacio virtual sólo estaba su proyección y la de Levexitor. Alguien o algo pudo haber ingresado al espacio real de Levexitor y, de hecho, aún podría estar allí, pero ella no podía verlo.

Se debe notificar a alguien. Ella miró alrededor de la sala escasamente amoblada para algunos dispositivos de comunicaciones. No parecía que hubiese alguien. El escritorio de Chalnas estaba vacío y sin cambio alguno. Algunos controles digitales estaban sobre la mesa de Levexitor, pero él se encontraba extendido sobre ellos y ella no podía moverlo. Incluso si pudiese, los controles no habrían sido intuitivos.

El cuerpo de Levexitor se sacudió de la mesa, repentinamente. No era un movimiento conscientemente controlado. Mientras Rabinowitz observaba, unas manos no visibles jugaban con el panel de control sobre el escritorio. Entonces, la oficina del alienígena desapareció repentinamente, y ella se encontró de vuelta en su propia sala de giro.

Cruzó sus brazos fuertemente, y se sentó sobre su silla de extensión, temblando como una hoja. Sus dientes realmente castañeaban; no podía recordar hacer eso desde cuando leyó “El Corazón Delator” por primera vez, a los catorce años. Cerró sus ojos e intentó regular sus repentinos jadeos para respirar.

Lentamente, muy lentamente, retomó el control. Forzó a sus temblorosos labios a decir, “Teléfono: San Francisco, Interpol, detective Hoy.” En unos instantes, el rostro sonriente del detective apareció ante ella.

“Qué placentera sorpresa, Srta. Rabinowitz,” dijo. “No creí que volvería a hablar con usted tan pronto.”

“No es placentera,” dijo. “Para nada. Tendrá que contactar a las autoridades en Jenithar. Acaba de sucederle algo a Levexitor. Creo que fue asesinado.”

***

“Me siento tan estúpida,” dijo Rabinowitz. “Me llené de pánico como una tonta adolescente. Yo no estaba en peligro. No pudo haberme tocado—”

“Usted estuvo presente cuando la vida de alguien terminó de forma violenta,” dijo Hoy cómodamente desde el otro lado del escritorio parlante. “O al menos, se encontraba telepresente. Creo que no sería natural que usted no hubiese entrado en shock.”

“Él estaba justo allí conmigo,” prosiguió Rabinowitz. “El asesino. No pude verlo, no pude escucharlo, pude tocarlo. Pero estuvo allí, sin embargo. Se encontraba en el mundo real y yo en el virtual, pero teníamos un enlace en común—Levexitor. ¿Cree usted que me vio?”

Hoy hizo una pausa. “Bien, pudo haber monitoreado el computador de Levexitor sin encontrarse en el espacio. ¿Su imagen proyectada es igual a la real?”

“Básicamente. Estoy bastante satisfecha con mi imagen.”

“Estoy totalmente de acuerdo con usted.” Dijo Hoy con una amplia sonrisa.

“Gracias, detective. Cada vez que pienso que usted tiene mucha determinación, me decepciona educadamente. Supongo que no importa si él me vio o no. Levexitor dijo mi nombre con suficiente frecuencia. El asesino debe haber estado allí todo ese tiempo. Eso explica las extrañas pausas de Levexitor. Por lo menos esto significa que estoy fuera de la lista de sospechosos.”

“Bien, lamento decepcionarle, pero no. Usted pudo haber asesinado a Levexitor para cubrir sus pistas al saber que yo sospechaba de usted.”

“Usted tiene una mente realmente paranóica.”

“Es mi trabajo. Aunque usted se ha movido más abajo en la lista.”

“Gracias.” Rabinowitz lo miró directamente hacia los ojos. “¿Quién más está en ese listado? ¿Qué clase de compañía estoy llevando?”

“No necesita preocupar su linda cabecita con eso.”

“Si uno de los sospechosos asesinó a Levexitor y sabe quién soy yo, puede intentar silenciarme. Debo protegerme. Sigo siendo un testigo, incluso si no vi nada.”

Hoy estaba pensativo. “Bien, si es culpable, esta no será ninguna gran sorpresa para usted. Jivin Rashtapurdi definitivamente se encuentra en alguna parte del plan.”

“¿El gángster?”

“No, el tendero. Y estamos buscando a otro agente llamado Peter Whitefish. ¿Lo conoce?”

“He hecho algunos negocios con él.”

“¿Y su opinión sobre él?”

“Él representa a sus clientes en el modo que él cree mejor para sus intereses.”

“¿Eso significa?”

“Significa que hay algo como cortesía profesional. ¿Alguien más en la lista?”

“También hay algunas cosas que prefiero no decir.”

“Es una lista corta.”

“Las mujeres siempre dicen que lo importante es la calidad, no la cantidad.”

“Sólo lo hacemos por lástima. ¿Algún nombre afuera de la Tierra?”

“No investigo afuera de la Tierra, sólo aquí. Soy de la Interpol, no de la CPI, ¿recuerda?”

Rabinowitz se puso de pie. “Bien, estuvo bien de su parte el darme una mano durante mi pequeño ataque de pánico—”

“Desearía realmente haber tomado su mano. Eso pudiera haber sido divertido.”

“—pero de verdad sólo tuve dos horas de sueño durante las cuarenta y dos horas anteriores. Mi alarma de enojo se encenderá dentro de unos siete minutos, y no querrá usted estar cerca cuando eso suceda. Hasta mi alarma pre-menstrual se queda corta en comparación.”

“Entonces intentaré atraparla cuando esté de un mejor humor. La puerta está por aquí, ¿verdad?”

“Está aprendiendo. Es una señal positiva.”

Esta vez, Rabinowitz tuvo seis horas de sueño antes de que un oficial de policía llamara.

***

“Sólo deseo alquilar un cuerpo,” dijo Rabinowitz de manera gruñona, “no estoy pidiendo un crédito bancario.”

“Hay normas estrictas,” dijo el alienígena. El jenitharpio no se acobardó, pero el gesto de su imagen virtual reflejaba vulnerabilidad frente a la burocracia. “Si por error yo le diese una talla corporal equivocada, perdería mi licencia. Y mi gobierno tiene leyes estrictas que prohíben a los criminales convictos telepresentarse en Jenithar. Por favor, responda todas las preguntas.”

“Su policía me pidió venir. Desean que yo inspeccione la escena de un homicidio.”

“Entonces es mejor que llene el formulario rápidamente.”

“Me alegra no tener que hacer esto cada vez que visito Jenithar,” murmuró Rabinowitz. “Girar es mucho más civilizado.”

Le entregó su registro biográfico estelar estándar al funcionario y se aseguró de que las respuestas que introdujo se encontraban en los campos adecuados. “Nombre completo: Deborah Esther Rabinowitz. Número de identificación: 5981–5523–5514–2769467–171723. Fecha de nacimiento: 17/46/3/22/54 interestelar. Educación: diploma de primer nivel, Universidad de California en Los Ángeles, Estudios Interestelares; diplomas de primer y segundo nivel, Instituto Policultural en Pna’Fath, Estándares Comerciales Galácticos y Dinámicas Interculturales. Progenitores: Daniel Isaac Rabinowitz y Bárbara Samuelson Rabinowitz. Padre aún vive, madre fallecida. Ocupación de sus progenitores: padre, diplomático, nivel plenipotenciario, asignaciones generales; madre, profesora de comparativa de literatura mundial, Universidad de California en Los Ángeles. Hermanos/as: ninguno. Descendientes: ninguno. Ocupación: agente literario. Banco: Banco Mundial Takashiro. Ingresos: ...”

Hizo una pausa. “Presumo que esto se mantiene confidencial.”

“Ah, sí. Tenemos estrictas normas contra la divulgación no autorizada.”

Le dio la información solicitada, tanto sobre sus finanzas personales como las de sus negocios. Pero se frustró cuando siguió leyendo el cuestionario. “No soporto eso. Mire esta lista. ¿Tiene el sujeto alguna sanción penal?; ¿cuál era la reputación del individuo en la escuela?, ¿cuáles títulos tiene el sujeto?, ¿cuáles premios he ganado?, ¿cuáles son los miembros de mi familia durante dos generaciones hacia adelante y hacia atrás hasta mis primos terceros?, ¿es alguno de ellos un criminal convicto?, ¿quiénes son mis socios de negocios y clientes?, ¿cuáles son sus puntuaciones de estatus?... sólo sigue y sigue. Pregunta por todo, excepto si mis clientes tienen sexo con sus mascotas. Verifique el listado de ¿Quién es quién? de mi padre, si desea saber información sobre mis familiares, pero no le suministraré información acerca de mis clientes.”

“Debo calcular su rango exacto, así podré saber la talla de cuerpo que debe usted tener. Esto sólo debe hacerse una vez. Después de eso, su registro siempre estará en el archivo.”

“No esperéis la orden de vuestra salida. No me interesa... mire, sólo déme cualquier talla de cuerpo que desee. O dígame que no me atenderá y me iré donde uno de sus competidores.”

“Probablemente yo pueda relacionar sus datos con otra información pública para obtener lo que necesito,” dijo el empleado de la tienda de alquileres. Miró fijamente su computador durante varios segundos y luego continuó, “Creo, que posiblemente ya tenga lo suficiente como para analizar su estatura equivalente. Espere un momento mientras le asigno un cuerpo adecuado.”

Rabinowitz esperó durante un rato mucho más largo que un momento. Entonces, el empleado le dijo, “Todo está listo. Prepárese para unirse.”

Sin importar cuántas veces lo haya hecho—y ella lo ha hecho con más frecuencia que la mayoría de los humanos—unirse con un cuerpo alienígena siempre era desorientador. La gente de cada planeta construyó cuerpos mecánicos de alquiler, tan parecidos a sus propios cuerpos como sea posible, lo cual los hace extraños para cualquier persona cuyo cuerpo sea distinto. Algunas razas tienen más de dos brazos, y un ser humano sólo pudiera dejar algunos de ellos colgando débilmente; algunos tienen menos brazos, y un ser humano se sentiría discapacitado. Algunos ven en longitudes de onda incomprensibles para el ser humano, mientras que otros pueden oír en frecuencias que los humanos no pueden alcanzar.

Los peores de todos, sin embargo, son aquellos que son casi humanoides, como los jenitharpios. Tenían dos brazos y dos piernas, pero sus brazos comenzaban en su cintura, a la mitad de su cuerpo, en una disposición articulada que de ninguna manera podría llamarse “hombros”. Las manos, difíciles de encontrar, estaban demasiado lejos de su cabeza. Se sentía como si estuviese viviendo adentro de un espejo de feria.

Rabinowitz se encontró de pie al lado del empleado, mirándolo. “Le notifiqué a la policía,” le dijo el empleado. “Llegarán dentro de poco para escoltarla. Me indicaron que los espere aquí.”

“Bien. Prefiero pasar un poco de tiempo a solas con mi nuevo cuerpo, de manera que pueda aprender a utilizarlo.”

“Si lo desea, ahora que ya tenemos su altura en el archivo, podemos prepararle un cuerpo permanente por un pequeño cargo adicional. Un cuerpo estaría disponible permanentemente para usted y podría visitar Jenithar cada vez que lo desee, sin pasar nuevamente por estos inconvenientes.”

“Gracias. Tendré eso en mente si me veo obligada a hacer más negocios por aquí.”

El empleado se fue, dejándola sola. La habitación estaba repleta de estantes con cuerpos de alquiler en todos los distintos rangos de altura—muchos eran más pequeños que el de ella, algunos otros eran considerablemente más altos. Su cuerpo se sentía pesado. Muchas razas fabricaban sus cuerpos de visitante con plástico u otros materiales ligeros. Algunos incluso los creaban haciendo crecer tejidos orgánicos. Los jenitharpios elaboraban los suyos con metal rechinante e incómodo. Este cuerpo estaba cubierto con un marabú falso verde-parduzco. Por su tamaño y color, ella aparentaba tener un rango decente.

Rabinowitz cojeó hasta un área despejada cercana al centro de la habitación, y comenzó a moverse de un lado a otro. Los movimientos de sus piernas no eran excesivamente malos si daba muchísimos pasos súper cortos, como si estuviese usando un kimono muy estrecho. Los brazos largos y delgados se sentían inútiles y colgantes; parecían caer como mangueras de hule, y ella prácticamente debía dislocar sus hombros para moverlos. Eran más que brazos, tentáculos, sin verdaderas articulaciones. “Debes ser una bailarina balinesa para lograr que estas cosas se muevan bien,” murmuró.

Quince minutos después, se sintió lo suficientemente cómoda como para no avergonzarse en exceso. Afortunadamente, nadie esperaba que un alienígena en un cuerpo alquilado fuese elegante. Cada raza tenía sus propios chistes sobre lo torpes que eran los visitantes de otros planetas.

Un par de novatos ingresó a la habitación, uno era un tanto más alto y más pálido que el otro. No había una forma inmediata de determinar sus sexos. “¿Srta. Rabinowitz?” dijo el más alto, que seguía siendo más bajo que ella. “Permítame presentarme. Soy Feffeti rab Dellor, oficial de tercer nivel. Me siento agradecido de que haya aceptado prestar su asistencia para nuestras investigaciones. Por favor, acompáñeme, visitaremos la escena del crimen.” Ni siquiera se molestó en presentarle a su compañero de menor tamaño.

“Conéctate, MacDuff,” respondió Rabinowitz.

El oficial hizo una pausa. “Disculpe. Eso no lo tradujo bien.”

“No se preocupe. Era una alusión literaria. De todos modos, yo no debería estarlas regalando.”

El oficial Dellor y su compañero condujeron a Rabinowitz por un pasillo repleto de gente hasta un elevador, donde la subieron a un vehículo grande donde iban otras personas. Descendieron dieciséis pisos hasta que Dellor indicó que habían llegado a su nivel. Salieron y caminaron entre más multitudes hacia una parada de transporte público. La gente les abría paso conforme ellos caminaban; posiblemente Dellor tenía alguna insignia policial que Rabinowitz no podía reconocer, o quizás las personas respetaban su estatura, que era mayor a la de casi cualquier otra persona a su alrededor.

Al parecer, hasta los funcionarios policiales usaban el transporte público aquí. Pidieron el próximo taxi en la fila, pasando antes que cualquier otra persona que se encontraba esperando. Dellor le entregó al conductor, quien era mucho más bajo, un código policial de desactivación y un destino, y el taxi aceleró.

La única experiencia anterior de Rabinowitz en Jenithar fue en el espacio de giro de Levexitor, así que sus primeras “vistas” reales, le encantaron. El cielo estaba nublado, e inclusive a pesar de que su cuerpo artificial no podía diferenciar los rangos normales de temperatura o humedad, el clima se sentía húmedo. El cielo brillaba a pesar de las nubes; Rabinowitz había leído que el sol de Jenithar era uno del tipo F, ligeramente más brillante que el de la Tierra. Los filtros de su cuerpo de alquiler limitaban la luz hacia un nivel adecuado, pero hacían extraños cambios a su manera de percibir la profundidad, además, le hacía ver los colores desteñidos y antinaturales.

Esta región en particular era una ciudad con suficientes rascacielos como para hacer sentir cómodo a un habitante de Manhattan, pero ese mismo neoyorquino pudiera gritar de sorpresa por lo limpio que se encontraba todo. Legiones de trabajadores municipales fueron contratadas únicamente para mantener los edificios y calles inmaculadamente pulcros y libres de basura. Rabinowitz pudo haber pensado que esto se derivaba de algún sentido de orgullo cívico, eso si su lectura anterior no le hubiese explicado que era parte de un programa de empleo pleno.

Había gente en todos lados, en constante movimiento. Formaban largas filas de peatones a los lados de la calle, en filas ordenadas de acuerdo a sus estaturas, con cada acera dedicada al tráfico peatonal de un sentido. Había un remolino de colores y formas, pero sorpresivamente, había pocos sonidos. Al estar forzados a vivir juntos tan cercanamente, los jenitharpios desarrollaron normas estrictas sobre la invasión de la privacidad ajena con sus propios ruidos.

“Usted es un agente literario, ¿correcto?” preguntó Dellor mientras iban en camino.

“Sí. Jenithar sigue siendo un mercado muy abierto para la literatura de mi mundo.”