скачать книгу бесплатно
“Usted es una mujer extraña, capitana Korrell.”
“Escogeré aceptar eso como un cumplido, Maestro Larramac.” Sonrió. “Cualquier cosa que no sea un insulto directo es más fácil de aceptar como un cumplido.”
“Insisto en que me llame Roscil.”
“Y personalmente, prefiero que me llame Dev.”
“Entonces Dev, eso es. ¿Le importaría almorzar conmigo?”
Dev dudó. Esa, aunque ella no lo había mencionado, era otra razón por la cual cambiaba de un empleo a otro—principalmente empleadores amorosos que creyeron que los deberes de una capitana eran tanto horizontales como verticales. Ella no era virgen, ni una puritana, pero aprendió, mediante una amarga experiencia, que el sexo frecuentemente perjudicaba las relaciones de negocios. Por otra parte, su situación financiera era tal que no podía negarse a aceptar una comida gratuita. La sinceridad de Larramac era refrescante, pero podría hacerse tan desagradable como el toqueteo de otra persona. Supongo que tendré que investigar sobre él en algún momento, pensó. Puede ser tarde o temprano. “Es una buena idea,” le dijo.
***
Mientras luchaba a través de la lluvia daschamesa, Dev pensó afectuosamente sobre ese almuerzo. El impetuoso exterior de Larramac puede intimidar a la mayoría de las personas, pero ella vio más allá de eso. Larramac, un hombre solitario en su interior, prefería rechazar antes que ser rechazado. En ese momento, él no le dejó hablar, por lo cual ella se sintió agradecida. Se lo había permitido hace una semana, a lo cual ella pudo evadir hábilmente sin lastimarlo. Por lo tanto, quedaron establecidas las reglas del juego, las cuales él cortésmente guardó.
Por supuesto, había otras cosas por las que ella pudo haberlo estrangulado—tales como su insistencia en acompañarla en este primer viaje para “ver qué tan bien te desempeñas.” A pesar de eso, ella estaba razonablemente satisfecha con él.
Las luces de otro bar daschamés parpadeaban tenuemente frente a ella, y ella volteó hacia el bar. Mientras se acercaba, pudo ver, de pie al lado del edificio, el carro que los daschameses le habían prestado a la nave—un indicativo bastante justo de que sus desobedientes tripulantes se encontraban allí. Aceleró el paso.
Ambos hombres eran fáciles de encontrar al momento en que ella entró en el bar—eran las únicas manchas de color en el lugar. Gros Dunnis, el ingeniero, era un hombre corpulento, de dos metros de alto y vestido con un uniforme espacial de colores verde oscuro y plata. Su cabello rojo y su barba toda roja estaban combinados, en ese momento, con su rostro completamente rojo que delataba su intoxicación. Dmitor Zhurat, el arreador de robots, era un hombre mucho más bajo y rechoncho—de hecho, era casi del mismo tamaño y figura de los nativos. Aún así, su uniforme rojo y azul sobresalía con facilidad entre los insípidos tonos tierra empleados en las ropas de los daschameses.
Zhurat fue el primero en verla. “Bien, no es esta nueshtra capitancita saliendo de su torre para unirshe a nosotros. Gros, tenemosh una distinguida visitante. Debemos demoshtrarle dignidad.”
Dunnis, un ebrio más alegre, se dirigió a ella. “Hola, capitana, ¿le importaría tomarshe algo con nosotrosh?”
“Ustedes dos debían estar de vuelta en la nave hace dos horas y media,” dijo Dev con ecuanimidad. “Creo que mejor deberían venir conmigo.”
“Debemos habernos olvidado de la hora,” dijo Zhurat en son de burla. “Pero venga a tomarse algo con nosotros y luego nos iremos.”
“Ustedes saben que yo no bebo.”
“Eso esh cierto. Usted es muy buena como para beber con nosotrosh, ¿No es así?”
“‘La mente sana no requiere estímulos externos para relajarse,’” citó Dev.
“¿Usted me está llamando loco a mí?”
“Le estoy llamando borracho y desordenado. Sus salarios serán retenidos y se les asignarán labores de castigo. Les aconsejo que vengan pacíficamente, antes de que haya problemas.” Abrió un poco sus pies en una postura de cuclillas, preparada para cualquier cosa.
En la esquina, el propietario mostró señales de agitación. Se mantuvo repitiendo algo una y otra vez. Sin quitarle los ojos de encima a Zhurat, Dev encendió el traductor de su casco una vez más. “…hay demasiada gente aquí, hay demasiada gente aquí hoy,” estaba diciendo el cantinero.
“Mis amigos y yo nos iremos en un segundo,” le dijo.
El propietario, a pesar de ello, estaba poco sosegado por su promesa. Aplaudió con ambas manos varias veces en lo que Dev llegó a entender que era un gesto daschamés de nerviosismo. “Los dioses se ofenderán, hay demasiada gente,” dijo el propietario.
Dev lo ignoró y continuó hablándole a Zhurat. “Sólo se lo diré una vez más. Vámonos.”
“Malditos eoanos malcriados,” murmuró Zhurat. “Creen que son mejoresh que cualquierash...”
Dev se movió suavemente cruzando la sala y puso una de sus manos sobre el hombro de su subordinado. “Vamos, Zhurat, es hora de irnos. Estará mucho más cómodo de vuelta en la nave. No queremos ofender a los dioses de esta gente, ¿no?”
“¡Quítese de encima mío!” rugió Zhurat. Encogió su hombro para deshacerse de la mano de la capitana, pero sus dedos de aferraron, causándole dolor y no se quitaban. Miró hacia el rostro de Dev y le pareció tan firme como una estatua de mármol. Rápidamente miró de nueva hacia su vaso medio vacío.
“No querrá usted que alguien se enoje,” repitió Dev en un tono suave pero firme, “ni los dioses, ni yo.”
“¡Dioses!” resopló Zhurat. Se puso de pie y Dev retiró su mano de su hombro. “No hay dioses.” Él retrocedió su auricular para traducir, y repitió sus observaciones. “¡No hay dioses!” dijo en voz alta.
Se tambaleó hasta el centro de la habitación. “Son ovejas, todos ustedes,” dijo. Dev asumió que el computador había traducido “ovejas” como una referencia local apropiada. “No tienen agallas, no se divierten, no tienen vidas. Viven en estas miserables chocitas porque temen tomar las riendas de sus propias vidas y crean a estos grandes dioses malvados como excusa para no tener que hacer nada. Todos ustedes son un fraude y sus dioses son los mayores fraudes.”
La atmósfera en la habitación se tornó en un silencio sepulcral. Todos los ojos, tanto humanos como daschameses estaban puestos sobre Zhurat. El silencio era como aquel entre el último tictac de una bomba de tiempo y su explosión. Dev aclaró su garganta. “Creo que usted pudo haber herido sus sentimientos,” dijo.
A pesar de ello, la observación sólo añadió leña al fuego. “Les mostraré,” gritó. “Les mostraré todo.” Y corrió repentinamente hacia afuera del bar.
“Vamos,” dijo Dev a Dunnis. “Ayúdame a atraparlo antes de que se lastime.” La lluvia caía con más fuerza cuando salieron a buscarlo, una lluvia fría y batiente que limitaba la visión y golpeaba en la cabeza. El ritmo de las gotas que caían era casi suficiente para ahogar sus pensamientos. Dev se sintió desorientada, y el brillo de su linterna sólo alcanzó unos pocos metros antes de que el manto de la oscuridad la absorbiese. Zhurat no se encontraba a la vista. Ella no tenía idea de la dirección que él tomó al irse, pero seguir hacia adelante en línea recta parecía la mejor opción. Tomó la mano de Dunnis y lo haló hacia ella como si fuera un niño pequeño.
Veinte metros más adelante, vieron a Zhurat de pie, solo, en un pequeño espacio despejado entre algunas chozas. “Vamos, bastardos,” gritó. “¿Dónde están? ¡Déjenme ver el poder de los grandes dioses de Dascham!”
Dev notó que había ojos mirando a través de grietas en las chozas, probablemente observando con desconfianza a este extraño que retó a los dioses. ¿Era un valiente o un tonto? ¿O acaso él mismo era un dios, que podía hablar así?
“¡Los desafío!” gritó Zhurat. “Yo, Dmitor Zhurat, ¡yo reto a los dioses!”
Esa escena se quedó grabada para siempre en la memoria de Dev. Zhurat de pie a solas en el claro, con sus brazos extendidos hacia el cielo, ondeando sus puños cerrados en el aire. Luego una ensordecedora explosión y un rápido resplandor, de intensidad cegadora, hicieron que Dev y Dunnis cerraran sus ojos. Dev podría haber jurado que escuchó un sonido crepitante y… ¿eso fue un grito entre la torrencial lluvia? No podía decirlo con certeza.
Cuando Dev abrió sus ojos otra vez, Zhurat había desaparecido—sólo su uniforme yacía humeante sobre el piso entre una pila de ceniza que se desvanecía rápidamente.
CAPÍTULO 2
Puedes medir la inmadurez de una gente por el grosor de sus libros de leyes.
—Anthropos, Cordura y Sociedad
Dev y Dunnis permanecieron de pie bajo la lluvia, incapaces de moverse durante varios segundos. Sus ojos estaban fijos sobre los penosos restos de quien apenas hacía unos segundos antes, había sido su compañero tripulante. El aire se sintió cargado con electricidad y un tenue hedor flotaba hacia sus narices a pesar del aguacero—el desagradable aroma de carne quemada.
Lentamente, se dieron cuenta del movimiento a sus alrededores. Una multitud de nativos se encontraba reunida en la oscuridad de la noche daschamesa, emergiendo de sus chozas al final para ver las consecuencias de la increíble escena. Demasiado tímidos, sólo se acercaron a la periferia del círculo de luz arrojado por la linterna de Dev; todo lo que ella podía divisar eran las siluetas de sus cuerpos rechonchos. Se juntaron en un semicírculo detrás de ella y Dunnis y miraron los humeantes restos de Dmitor Zhurat. Los nativos se mecían hacia atrás y hacia adelante sobre sus pies, tan suavemente, todos a un mismo ritmo y el aire parecía sonar con el sonido de zumbido—o canto—de un gran número de gargantas úrsidas.
Dev cerró sus ojos y frotó su frente pensativamente con su mano izquierda. Se sintió mareada y con ligeras náuseas, y más que nunca deseó haber podido quedarse a bordo de la nave leyendo algún libro interesante.
Los deseos sólo son buenos en los cuentos de hadas, se dijo a sí misma acuciosamente. Esta es la vida real, y tienes obligaciones que cumplir. Muévete, mujer.
Estaba segura de que no habían pasado más de treinta segundos desde la muerte de Zhurat. Al abrir sus ojos nuevamente, se sacudió la parálisis de shock y comenzó a dar un paso hacia adelante cuando otro sonido llegó a sus oídos. Primero, era apenas audible entre el canto de la multitud a su alrededor y la penetrante caída de la lluvia sobre el suelo charcoso, pero rápidamente su fuerza creció hasta que el aire reverberaba con su volumen. Era un zumbido que era más que ruido blanco; más bien era el preludio hacia otro sonido que seguiría en el debido curso.
Había una luz que acompañaba al zumbido, suavizando la oscuridad de la noche daschamesa. Venía desde arriba y se hacía más brillante con cada segundo que pasaba. Algún objeto brillante descendía desde el cielo—un descender lento y ordenado, diseñado para impresionar a la audiencia con su estaticidad. Mientras el objeto bajó lo suficiente como para ver a través del fuerte aguacero, Dev descubrió que debía proteger sus ojos el brillo total de la criatura ante ella.
Su figura se parecía a la de los nativos del planeta, con dos brazos y dos piernas, así como un cuerpo redondo y felpudo, con nariz en forma de hocico. Pero sobre su espalda, había un enorme conjunto de alas, que se movían suavemente mientras la criatura flotaba en el aire frente a la multitud. Si bien tenía más de dos veces el tamaño de cualquiera de los nativos, Dev calculó su estatura en tres metros y medio, quizás cuatro metros, cuyas alas al abrirse por completo eran de un ancho de cinco metros o más. La criatura emanaba un fresco brillo azul blanquecino que iluminaba el área en un radio de dos docenas de metros y en una de sus manos sostenía una espada larga con un brillante fulgor dorado propio. Los profundos ojos de la criatura brillaban en un color rojo, como dos carbones calientes entre una chimenea oscurecida.
Un Oso de Peluche Vengador, fue la primera reacción de Dev, pero el humor estaba seco adentro de su mente. El flotar en el aire a diez metros de distancia y a cinco metros por encima del suelo era más impresionante, y lejano a la idea de un adorable juguete. Dev se puso de pie con su mano reposando ligeramente sobre su pecho—a un par de centímetros a distancia de la empuñadura de su pistola láser—y esperó para ver qué sucedería a continuación.
El resplandor hacía girar su cabeza de manera que su mirada se deslizaba sobre toda la muchedumbre que se encontraba en la lluvia frente a él. Finalmente, abrió su boca para hablar. Dev ya tenía su casco listo para traducir.
“Los dioses son omnipotentes,” gruñó la criatura.
Un coro de gruñidos en respuesta emergió desde la multitud de daschameses. El computador de Dev tradujo los gruñidos como una ronda de ‘Amenes.’
“Los dioses están en todos lados,” dijo la brillante criatura, y la multitud respondió con otro coro de ‘Amenes.’
“Los dioses son buenos,” dijo la figura, y la respuesta de la multitud fue la misma. Dev decidió decir un ‘Amén’ ella misma, como buena medida.
Al terminar la letanía, la brillante criatura comenzó su discurso. “Los dioses tienen el poder de la vida y la muerte sobre todos los que moran en Dascham,” dijo. “Los dioses hacen que la cacería sea buena y la cosecha sea rica, según su elección. O, como castigo, pueden dañar los cultivos y regar plagas a través de los bosques. Como está escrito en los antiguos pactos, los dioses son los maestros supremos de Dascham y de todos los seres sobre él, y de todo lo que allí existe.”
“Amén,” dijo la multitud y posteriormente, Dev. Dunnis le asestó una extraña mirada con el rabillo de su ojo, pero no dijo nada.
“El poder de los dioses es absoluto,” continuó la gigantesca criatura. “Los dioses todo lo saben. No hay escapatoria de su conocimiento y de la justicia que imparten. Nadie puede oponerse a sus benévolas normas. Recuerden, todos ustedes, la Hora de la Incineración y sepan qué retribuciones pueden causar los dioses por rebelarse contra su régimen.”
La criatura se quedó en silencio durante un segundo, y Dev casi murmuró un “Amén” una vez más, antes de darse cuenta de que nadie más iba a decirlo. Acalló la palabra antes de que escapara de sus labios y esperó en silencio junto a los demás a que el ángel decidiera hablar de nuevo.
“Cuando esos seres celestiales vinieron entre ustedes por primera vez, no nos opusimos a ellos. A pesar de que muchos de ustedes tenían miedo de que fuesen los demonios contra los que luchamos hace muchos años, los dioses sabían que ellos eran criaturas mortales como ustedes, capaces de actuar para mal o para bien. No nos opusimos cuando les trajeron comercio y bienes a cambio de sus minerales. Pero al traer también la herejía, los dioses deben actuar para defender el mundo que legítimamente les pertenece.”
La criatura terminó ese discurso con sus ojos directamente enfocados sobre Dev, en conocimiento de su posición como capitana y responsable por el comportamiento de los humanos. Supo que se esperaba alguna reacción de su parte; el destino de la misión comercial del Foxfire podía aquí estar pendiendo de un hilo. Enmascarando sus emociones para prevenir que cualquier indicio de nerviosismo se notara en su voz, dio un paso hacia adelante y se dirigió al mensajero divino.
“Oh, ser bendito, escúcheme,” dijo. Su voz tomó los tonos cuidadosamente modulados que generalmente empleaba en las emergencias de la sala de control. No había señal de sarcasmo o irreverencia en su discurso. “Los seres humanos somos individuos, como los daschameses. El individuo llamado Zhurat era un perpetuo irrespetuoso hacia las autoridades. Se encontraba tan ebrio esta noche, como seguramente ya lo sabe. En su omnisapiente conocimiento, sabe que intenté disuadirlo de estas acciones irritantes y heréticas; es mi falta y me avergüenzo de no haber tenido éxito. Lidiaron con Zhurat según sus normas y costumbres, como es su derecho. De hecho, los dioses son los maestros de Dascham, y pueden tratar con los transgresores según les parezca justo. Pero los dioses de Dascham son reconocidos a lo largo de la galaxia por la rectitud de su justicia; pido a esa justicia no condenar a todos los humanos por las transgresiones de uno como Zhurat.”
Esa última parte era una mentira descarada. Al menos el noventa y nueve por ciento de la raza humana jamás había escuchado hablar sobre Dascham; y entre la distinguida minoría que había escuchado sobre ese planeta, consideraban que sus dioses eran parte de un pintoresco folclor. Pero de acuerdo a las lecturas extensas de Dev acerca de religiones, ella tenía conocimiento de que todos los dioses tenían un trato en común: eran inmensamente susceptibles a las adulaciones. Con una situación tan crítica, ciertamente no haría daño el jugar con los egos de las deidades de Dascham.
Al terminar de hablar, dio un paso hacia atrás e inclinó humildemente su cabeza en espera de la respuesta del ángel. La fulgurante criatura pareció considerar sus palabras durante medio minuto antes de hablar nuevamente. “Los dioses son justos,” anunció a un apasionado coro de ‘Amenes.’ “Han decidido que Zhurat actuó solo en su atento de impartir la herejía entre los verdaderos creyentes. Fue castigado en una forma justa, para mostrarle a quienes tienen dudas, el poder de los dioses. Una muerte rápida debe ser el final de todos los que se opongan a los dioses.”
Más ‘Amenes.’
“Los otros humanos parecen inocentes de esta mancha de herejía. Los dioses han ordenado que ellos vivan y continúen con su misión comercial como antes—pero la muerte de un tripulante les servirá como ejemplo. Todo aquél que se oponga a los dioses, morirá.”
En este momento, Dev, quien ahora conocía bien el sistema, condujo el canto de “Amén” de los espectadores.
“Grandes son los dioses, porque de ellos es el poder y la gloria eternos.”
“¡AMÉN!”
Con este último pronunciamiento, el Oso de Peluche Vengador se levantó serenamente hacia el cielo una vez más, moviendo sus alas como si nada. Su espada brillaba con un fulgor dorado mientras ondeaba su hoja casi de una manera amenazadora. Dev no podía inclinar su cabeza hacia abajo demasiado lejos para mirarlo subir porque el torrencial aguacero entraba en sus ojos. En lugar de eso, miró hacia donde habían estado las cenizas de Zhurat. El uniforme carbonizado, ahora enterrado en el fango, hizo imposible diferenciar entre los restos de su tripulante y el barro natural de Dascham.
Moviendo suavemente su cabeza, se perdió de vista. Seguramente tienen un infierno de película, pensó—pero teniendo cuidado de no expresar ese sentimiento en voz alta.
***
Dev y Dunnis rodaron de vuelta al Foxfire en el pequeño carruaje que los nativos les dieron. El daryek que lo tiraba era una bestia de aspecto viejo y enfermizo, probablemente la única a la que los habitantes de la localidad pudieron comprar. El animal, quien no estaba contento con la idea de estar obligado a trabajar de noche, mostró su resentimiento tirando lentamente a un paso apenas más rápido que el que los humanos podían llevar a pie. El carruaje retumbaba y se sacudía a través de las irregularidades del camino en una forma que parecía haber sido planificada para producir los peores moretones en los traseros de los pasajeros. Aún así, Dev recordaba lo desagradable que fue su camino hacia el pueblo por este mismo camino y decidió que prefería estas humillaciones—a duras penas.
Ambas personas permanecieron en silencio durante la mitad del camino, contemplando todo lo que habían visto. Finalmente, Dunnis exhaló un largo suspiro. “Eso fue terrorífico,” dijo. Toda señal de ebriedad había desaparecido de su voz; la muerte de Zhurat lo puso en sobriedad rápidamente.
Dev sonrió levemente. “No puedo discutir contra eso.”
“¿Qué supone usted que sucedió allí, de todos modos?”
“Los dioses hirieron a Zhurat por su blasfemia y un ángel descendió y nos dijo que no pecáramos más.”
Dunnis la miró con extrañeza. “¿De verdad cree en toda esa palabrería?”
“Es así como me pareció que era. Estoy abierta a mejores explicaciones, si las tiene.”
“Pensé que ustedes los eoanos no creían en nada además de ustedes mismos.”
“¿Está intentando decirme en qué creo?” Dev fue muy cuidadosa al decir eso. Sería demasiado fácil interpretar su observación como un sarcasmo. En su lugar, se aseguró de doblar las puntas de su lengua en una mueca severa pero cálida, de manera que el ingeniero pudiese ver que no había ninguna hostil defensa tras su observación.
El gran pelirrojo se rindió. “Francamente, capitana, no sé qué pensar. Seguramente usted estuvo haciendo reverencias y diciendo amenes por todo el lugar frente a ese… ese....”
“‘Ángel’ creo que sería un buen término. Y yo no hice ni una sola reverencia—aunque si todos los demás a mi alrededor lo hubiesen estado haciendo, yo lo hubiese hecho. La cortesía y las buenas maneras siempre te harán ganar puntos, siempre y cuando sean aplicadas correctamente.”
“Pero se entregó tan fácilmente a esa cosa, prácticamente chupándole el culo para pedir perdón—”
“Mis padres no me criaron para ser un pararrayos,” dijo Dev con simpleza.
“Si, pero… bueno, si son dioses, ¿por qué sólo están aquí en este atrasado planeta? ¿Por qué no están en el espacio o en otros mundos?”
“Yo no puedo responder eso. Simplemente no tengo suficiente información. Ciertamente no parece que estuvieran en el espacio, y sé que no están en Eos. Si así fuese, toda la población habría sido incinerada hace mucho tiempo. Pero se me ha dicho que los dioses trabajan de maneras misteriosas. Este es un universo enorme y variado; todo es posible.”
“Pero—”
“Escuche, hace mucho tiempo, una vez un poeta llamado Alexander Pope escribió, ‘Una verdad está clara: cualquiera que sea, es correcta.’ Eso, finalmente, es lo que yo creo. Lo que sea cierto para el resto del universo no tiene importancia aquí; lo que sea cierto en Dascham es que hay dioses que tienen magníficos poderes. Mientras estoy aquí, intento tomar en cuenta ese hecho antes de hacer o decir cualquier cosa. Le aconsejo que haga lo mismo—los dioses saben todo lo que se hace y pueden escuchar todo lo que se dice en este mundo.”
“Pero estamos hablando galingua ahora; seguramente ellos no entienden ese idioma.”
“No los subestime. Ya he perdido a uno de mis tripulantes, no puedo permitirme perder otro.” Y con eso terminó de hablar. Dunnis, comprendiendo que ella no tenía intenciones de hablar más, se sentó taciturno a su lado e intentó acompañarle a través de la lluvia y la oscuridad mientras su daryek caminaba lenta y pesadamente.
***
Fue cuestión de suerte el hecho que Dev había encendido algunas luces externas al dejar la nave, de lo contrario, podrían haber ido más allá de su destino, más allá de los bosques, en la penumbra. La Foxfire era pequeña para ser una nave de carga—siendo una bala de apenas treinta metros de altura y doce de diámetro en su base—aunque aquí en Dascham se veía gigantesca. Aunque es grande en comparación con las construcciones a pequeña escala de este mundo, podría ser completamente engullida por la total oscuridad de la noche daschamesa.
Dev ató al cansado daryek a una aleta estabilizadora de la nave, para eliminar la posibilidad de que la patética criatura intentase escapar durante el resto de la noche. Luego, tomando el empapado uniforme espacial que era todo lo que quedaba de Zhurat, siguió a Dunnis subiendo la escalera y entró en la compuerta de aire. Una vez adentro, continuó subiendo todo el camino hacia la nariz de la nave, moviéndose silenciosamente para que el ingeniero la siga. Pasaron el área de alojamiento y en su lugar, fueron a la sala de control, donde Dev caminó decididamente hacia la consola del capitán y activó un par de interruptores. Suspiró levemente y cerró sus ojos. “Creo que estaremos bien ahora.”
Dunnis la había observado con creciente curiosidad. Por sus acciones, ella había encendido las pantallas deflectoras alrededor de la nave. “¿Le preocupaba que los meteoritos pudieran golpearnos aquí?” preguntó.
“No, sino que el campo de las pantallas debe ser suficiente para atajar cualquier transmisión de baja intensidad proveniente desde el exterior de la nave. Ahora podremos hablar libremente.”
“¿Sobre qué?”
“Sobre los dioses. No se equivocó al pensar que yo no creía en ningún ser sobrenatural. Pero lo más importante es que alguien—o algún grupo de alguienes—ha armado un teatro aquí, y son bastante poderosos.”
“Pero ¿qué relación tiene con las pantallas...?”
“Comencemos por el principio,” dijo Dev. “Asuma que esos dioses son mortales como nosotros y que son tecnológicamente más avanzados que los demás nativos. Para una raza tan primitiva como la daschamesa, las maravillas de la ciencia serían vistas como magia, y pudieran ser vendidas por cualquiera que desee esforzarse para hacerlas. Por ejemplo, los dioses dicen ser capaces de escuchar todo lo que sucede en todo el mundo. Usted es un ingeniero, ¿cómo manejaría eso?”
“Micrófonos y transmisores,” dijo lentamente el hombre grande. “Existen dispositivos en forma de insecto, tan pequeños que los nativos nunca se darían cuenta de su función.”