скачать книгу бесплатно
El Lapso
Ruthy Garcia
âLa mente lo es todo. En lo que piensas te conviertesâ
Buda
â¡Si pudiera ser cierto!
Si fuera real como esos ojos me ven, entonces serÃa felizâ
(Pensamiento)
SerÃa sorprendente que un ser humano pudiera controlar la mente de otro. Los pensamientos voluntarios son absolutos, nadie puede cambiar eso.
Te invito a entrar en este mundo de pensamientos y verdades. El paseo será algo engorroso, tormentoso y hasta cierto punto aterrador. Recuerda que es posible que no haya retorno a la realidad, asà que tienes dos opciones al terminar este libro: tú eliges tu final.
Bienvenido a El lapso.
De la autora.
âLa causa primaria de la infelicidad nunca es la situación sino tus pensamientos sobre ella. Sé consciente de los pensamientos que estás teniendoâ
Eckhart Tolle
CAPÃTULO I
La terapeuta
Desde ese asiento se puede observar mucho más de lo que cualquiera cree. La palabrerÃa era hasta cierto grado entretenida, aunque a veces sufrÃa ciertos arranques. No podÃa hacer nada. Las circunstancias le obligaban a permanecer allÃ. Aunque no se sentÃa mal del todo, en algunos momentos lo único que tenÃa era ganas de irse, de abandonar aquel sitio y no regresar.
Poder escuchar con atención era para ella un privilegio. Desde la óptica desde la que observaba, simplemente era encantador. â¡Qué ilusa!â, se decÃa a sà misma. Trataba de encontrar respuestas claras entre tanta narración y explicaciones irrevocables. DebÃa aceptar los hechos y no intentar opinar, no porque podrÃa ser imprudente, nada de eso; más bien querÃa ser oportuna, agradable y fácil. ¡Y vaya si lo lograba! Manejaba la situación a las mil maravillas. Ningún gesto podrÃa delatar su falta de convencimiento ante las conversaciones con este hombre, que resultaba a veces ser un individuo tosco, desorientado, desesperante, abrumador, acaparador, pero sobre todo hermoso. BellÃsimo. Le cautivaba aquellos ojos profundos, su mirada de león hambriento, su sed de halagarle a cada instante. Sus sueños de diosa empezaban a cumplirse, caramba. âLo que es la vidaâ, se decÃa, se repetÃa. Y al final⦠se lo creÃa.
Mientras, allà sentada, sumida en esas reflexiones, asumiendo el papel que le habÃa tocado durante esos dos meses, a veces pasaban ráfagas del pasado que, entrometido, asomaba a su oscuro ser, en medio de una vida que no podÃa pasar por alto, menos borrar, tampoco olvidar.
Era evidente que no se refugiarÃa en aquellos detalles insignificantes de su aburrido pasado, un pasado poco complejo, no tan lejano. Hasta solo hacÃa dos meses era más que invisible, transparente. Estaba acostumbrada a no ser el centro de nada, a no relucir, a no sobresalir. Lo que llevaba viviendo en aquellos últimos sesenta dÃas era realmente emocionante.
Aquel asiento habÃa sido el lugar de primera fila para ser testigo debutante de las cosas más maravillosas que habÃa escuchado y experimentado en su aburrida, indiferente, indeseada y frustrada vida.
Pero las rosas que empiezan con color brillante, tarde o temprano terminan siendo opacas, secas, feas e indeseables.
Ella acomoda su cuadernillo de apuntes, siente el sofocante apretón de su sostén en su espalda y arruga un poco el rostro por lo apretado que le quedan esos zapatos. ¡Por Dios, se suponÃa que eran su talla! Otro desastre de tamaño incorrecto. Su vida real estaba siendo un caos. En aquellos momentos experimentó cierta ansiedad, pero no se quejó, asà que se dispuso a continuar con la charla que cada dÃa de los últimos cincuenta y nueve habÃa tenido con el increÃble caballero inglés, Sir Arthur Paradize.
âDesde que recuerdo he sido asÃ, absolutamente independiente, sin retazos.
âYa veo, pero⦠¿qué me dice de sus deseos locos por leer tantos libros? ¿Cuándo empezó todo? Hábleme de eso.
âEso, señorita Nova, es algo muy remoto, antiguo. Creo que percibà la lectura de mi primer libro en el vientre de mi madre, que fue en vida una lectora disciplinada, no como yo. Ella tenÃa hasta sus planes de lectura para un año completo. Era organizada y eso es muy difÃcil de igualar.
âPero usted también es alguien muy organizado, señor Paradize, no puede decir que no. Siempre ha insistido en que hay que ser ordenado, recalca la forma como le gusta que se hagan las cosas. Es digno de admiración.
âEs verdad, pero ¿sabe algo? âToma asientoâ. ¿Ve este diván? ¿Puede percibir la textura de esta fina madera? ¿La tela? ¿El modelo único en que fue hecho especialmente para mÃ? ¿Puede verlo? âdijo mientras se paraba, acariciaba el mueble y sonreÃa.
âClaro, lo veo. ¿Por qué lo dice?
âEso exactamente. Orden, disciplina y belleza son las tres palabras que definen la perfección. Como este diván, asà soy yo, único.
âSe alaba usted tanto queâ¦
â¿Le molesta, señorita Nova?
âNo, no es eso. Es queâ¦
â¡Es que nada! Siente envidia, debe ser duro para una inmigrante rusa salir de su tierra con sueños de ser cantante y parar haciendo lo que habÃa abandonado durante tanto tiempo.
âSeñor Paradize, por favor, no traâ¦
âDéjeme terminar. Ochocientos veinticinco euros a la semana me dan ciertos derechos sobre usted. Bueno, mientras duren las cuatro horas por las cuales la he contratado.
âPerdone, no quise ofenderle.
âAh⦠Ahora pide disculpas. Cada semana es lo mismo. Usted, señorita Nova, es una terapeuta paupérrima. Le recuerdo que acepté sus servicios porque lamentablemente nadie más respondÃa al llamado del periódico, no debe olvidar el hecho de que cuando ya la habÃa contratado empezaron a llamar personas de mucha capacidad y preparación.
â¿Por qué no me despide entonces?
âSus encantos⦠Debo admitir que su belleza no tiene precedentes. Más bien debió ser modelo. Sabe que no me canso de recalcar lo bien que se ve. Es usted una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida, y le recuerdo que he visto muchas.
El rostro de la señorita Nova enrojeció. Otra vez sucede: él la halaga, la lleva a las nubes. âCreo que no merezco tantoâ, piensa en medio de una alegrÃa mezclada con dudas. No sabÃa si reÃr o entristecerse, pero decidió que era mejor estar feliz. Estas cosas no suceden a menudo en la vida de una mujer como ella.
âBueno, discúlpeme entonces. No vengo aquà para hablar de mÃ, sino de usted. Yo soy la terapeuta, usted el paciente. Usted habla y yo escucho. Recuerde que se trata de eso, asà que⦠vuelva al⦠fino, único y bien elaborado diván, y continúe. DÃgame todo lo que desea, yo simplemente le escucharé âdijo mientras tomaba nota.
Arthur se recuesta, suspira y empieza a narrar algunos detalles, mientras Lara Nova, la humilde terapeuta, toma notas y escucha con detalle cada palabra que narra con emoción el señor Paradize.
âHace un rato le mencioné a mi madre. Le habÃa dicho que era fina y distinguida, pero le mentÃ: era la mujer más glamorosa que usted pueda imaginar.
â¿En serio? âdijo con tono de sorpresa y burla.
â¿Trata de burlarse? DÃgame, ¿cuánto costaron esos horrendos zapatos de segunda mano? ¿Y qué me dice de ese estúpido bolso? Mi madre era diferente, tenÃa porte, elegancia y clase.
âNo me he burlado, más bien me he sorprendido con lo que me ha dicho, es todo. Le siento⦠algo agrio conmigo.
Ella trata de encantar al hombre. Sabe que, aunque es áspero, lleva ventajas respecto a lo que piensa de ella y de la forma en que la ve, asà que usa sus encantos para aparentar cierta inocencia inexistente. Y vaya que tiene efecto Instantáneo. El poder de ser quien no eres es a veces un misterio interesante.
âBueno, si, no puedo ocultarlo más, estoy mal y es usted la culpable. La semana pasada escuché la conversación que tuvo en la puerta con su amanteâ¦
â¡No puede ser!
âSÃ, escuché claramente cuando le dijo: â¡Maldito millonario de pacotilla! ¡Es un malnacido! Cuando reúna cinco mil euros me largo y no vuelvo más. Nos iremos al Caribe juntosâ. ParecÃa estar feliz al decirle esto a su inadecuado, indelicado y torpe compañero de cama.
Ella guardó silencio durante unos segundos.
âSÃ, lo recuerdo, pero fue un arranque, lo siento âdijo asustada, mientras respiraba forzadamente.
No esperaba esta información, fue repentino. Por un momento sintió que estaba en peligro.
â¿Segura que fue solo un arranque? Porque si no quiere seguir viniendo, lo entenderé y la dejaré ir. Solo tiene que decÃrmelo. Lo menos que querrÃa es estropear su ilusa relación con un hombre que no sabe valorar qué clase de mujer tiene.
Ella se siente otra vez en las nubes, la irrealidad es hermosa, trascendental episodio de su transparente vida.
âNo, no, no, nada de eso. No tome en cuenta lo que escuchó, fue una estupidez. De todo corazón, estoy arrepentida. Perdóneme, señor Paradize.
Lara Nova cruzó con esfuerzo sus piernas. Ãl la miró con cierta desesperación. Es evidente que le atraÃa bastante.
âEstá bien, entonces lo olvido y usted no lo repite âdice Paradize.
âDe acuerdo. Ahora cuénteme más. Nos quedamos en la glamorosa señora Paradize.
âSÃ, sà ârió como un niñoâ. Era bellaâ¦
En ese momento la puerta recibe varios golpes con extremada delicadeza.
âSeñor Paradize, su té está listo.
âEs Margaret, la mucama âsusurró al tiempo que miraba su reloj.
â¿Quiere que lo traiga aquà o más bien desean pasar a la terraza? âdijo desde fuera de la habitación.
âTráigalo aquÃ, pero dentro de media hora, ahora estamos ocupados. A no ser que usted, señorita Nova, quiera tomarlo en este momento.
âNo, nada de eso, lo tomaremos juntos dentro de media hora. Quiero seguir escuchando.
âPuede retirarse, Margaret.
âComo guste, señor Paradize.
âLe decÃa que mi madre fue una mujer espectacular. Mi padre la conoció en una fiesta en ParÃs, en casa de unos amigos. TenÃan diecisiete años. El flechazo fue instantáneo. Construyeron juntos el emporio Paradize, usted sabe⦠Ya conoce a mi familia y el poder que encierra mi apellido. Sabe los detalles de mi fortuna, no es ningún secreto en toda Europa que soy un hombre realmente poderoso.
âNo cabe duda, es ciertoâ¦
âSoy hijo único. También debe recordar el inmencionable suceso de cuando la vida de mi hermosa madre es trastocada y lamentablemente muere, cuando yo tenÃa apenas catorce años.
âUn hecho que desafortunadamente marca a cualquiera. Lo siento mucho, señor Paradize.
âSÃ, más por el desconsiderado de mi padre.
â¿El señor Arthur Paradize padre? Hábleme de él.
âNo se atreva a mencionar que ese ser tan despreciable lleva mi nombre âdijo poniéndose de pie repentinamente y acercando su cara a la de Lara de una manera intimidante.
Sus miradas se enfrentaron y se produjo un momento muy tenso entre la presión del impulsivo hombre y el temor de ella.
De repente, la puerta se abrió.
âHe traÃdo su té, señor Paradize.
El hombre vuelve a su asiento.
âDéjelo en la mesa y retÃrese, Margaret.
âSÃ, recuerde que está caliente, como le gusta. Si lo deja enfriar no sabrá igual.
â¡Lárguese ya, señora Margaret! ¿No ha entendido? âdijo Arthur de una manera irritante.
Margaret se va. Lara mira con ojos de pena a la mujer, mientras esta se va algo desconcertada. La puerta se cierra lentamente, ambas mujeres se miran intensamente. A las dos les aqueja la misma pena.
âPerdón, señor Paradize, no quise... âdijo Lara.
âNo quise, blablablá. Pues no quiera más y que no se repita. No me agrada hablar de él.
âPero, aunque no mencionemos su nombre, podrÃamos llamarle de alguna forma, qué sé yo⦠un sinónimo⦠Sabe que necesito detalles de todas sus cosas.
âSÃ, lo creo justo. ¿Cómo se le ocurre que podrÃamos llamarle?
â¿Qué le parece el Innombrable?
Unos segundos de silencio hicieron que ella se preocupara de no haber elegido el nombre correcto.
âMe parece perfecto. ¡¡El Innombrable!! Bien, hasta me siento cómodo llamándole asÃ. âRio, de inmediato tomó asiento y gritó a vocesâ: ¡¡Ya basta!! ¡Cállate, maldito Innombrable, me estás sacando de mis casillas!
âSeñor Paradize, ¿qué le sucede?
â¿No lo escucha? Es él otra vez, por eso le tengo encerrado desde hace tanto tiempo. Cada vez es más desesperante. No aprende a guardar silencio ni un solo instante. Es un malnacido, le odio.
â¿Y por qué le ha encerrado? No creo que nadie se merezca eso.
â¿Le parece poco haber causado la muerte de mi santa madre?
âFue un accidente, señor Paradize. Debe hacer lo posible para olvidar, es necesario.
âSi hubiese sido su madre no dirÃa lo mismo, créame.
âNo, no debe verlo de esa manera. Necesita hacer lo posible por empezar de nuevo. Es usted una persona brillanâ¦
â¡Ya basta! Deje de alabarme, no conseguirá un céntimo más de lo que le pago. LimÃtese a cumplir con sus obligaciones como terapeuta.
âPerdón, señor Paradize. Sigamos hablando de su madre.
El tono de la conversación cambió bruscamente y entró en una nueva etapa de charla distendida, como si el momento incómodo de hacÃa unos segundos jamás hubiera sucedido.
âAh, sÃ⦠âSonrióâ. ¡Ella era única! Llena de vida. Pero lamentablemente el Innombrable apagó la luz que habÃa en ella.