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El Inductor
El Inductor
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El Inductor

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Yeri se detiene, da la vuelta y le grita a su suegra:

—¿Y usted? ¡Pero si es la mujer que separa a una familia para lograr sus bajas intenciones de tener a su lado a su malcriado y déspota hijo! Ese monstruo lo crió usted, es la responsable. Usted vino aquí con sus sueños de tener una nacionalidad norteamericana, abandonó sus raíces, y luego arrastró a mi Yaro y a mi amado Ismat a esta locura que acabó mal. Lo sabe, acabó mal. —Su voz es fuerte, tiene el rostro exaltado.

—Yeri, yo... —La mujer intentó defenderse.

—Ninguna justificación sobre esta tierra me devolverá a mi familia. Usted cavó la tumba de ellos. Debió dejarnos en paz en Kenia.

—Solo traté de darle una vida mejor.

—¿A eso le llama una vida mejor? Por favor, ya cállese.

—Me matas, Yeri, tus verdades me matan.

En ese momento Yeri ve las lágrimas de Munga. Se empieza a sentir mal, pero no dice nada, solo calla. El dolor es profundo.

Luego de esto Munga se marchó. Yeri insistió en quedarse. Cerró toda la casa y se sumió en la autotortura de recorrer todos los recuerdos de sus seres amados a través de sus cosas. Imaginaba a ambos en la cocina, desayunando, viendo televisión, duchándose, llevando una vida normal. Era frustrante, pero necesitaba eso. Al paso de unas horas cayó en un profundo sueño. El mueble fue su cama, es cuando tiene pesadillas.

En aquellos sueños juega de la mano con su hijo y su esposo en aquel parque. Se divierten en una feria, pero el cielo empieza a ponerse oscuro. Unas manos negras que salen de la tierra jalan a Ismat y esta grita: «¡Mamá!», pero inevitablemente es arrastrado por aquel misterio. Despierta sudada. Se sienta y mira su reloj: son las tres de la mañana.

Recuerda vagamente que la tablet debe estar cargada, así que va a por ella y la enciende.

Para su sorpresa no estaba bloqueada, así que empezaron a entrar todos los mensajes de Ismat.

Muchos mensajes de amigos. Su muro de Facebook estaba plagado de condolencias por su partida, es motivo de más llanto.

Hay varias burbujas de chat: una decía «Pons», las demás no las reconoció. Entró a la de la chica y empezó a leer, quedando sorprendida. En aquellas conversaciones descubrió que los jóvenes se habían enamorado cuando Pons se marchó a París a estudiar Danza. Se confiesan amor y mantuvieron una hermosa relación mediante conversaciones de chat. Ismat le dedicaba canciones preciosas, ella danzaba para él. Las últimas conversaciones en cambio tenían una mezcla de incierto amargo: los reclamos de ella por el descuido del joven. A veces duraba muchos días para conectarse.


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