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Cegados Parte I
Cegados Parte I
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Cegados Parte I

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Caminaba sin remordimientos, convenciéndose de la justificación de sus actos, de lo mal que la sociedad se había portado con él, de lo moral y de lo inmoral, que debía adaptarse a la nueva situación y si esta le favorecía, la iba a aprovechar. No le debía nada a nadie, se sentía bien, casi eufórico, seguro de sí mismo, pensaba que sus problemas personales, que su complejo de inferioridad, podrían diluirse ante el inesperado giro de acontecimientos. No tenía obligación de ayudar a la comunidad, de la que nunca se sintió parte. Además no era un héroe, ni bombero, no era policía, no era médico, no era médico… ¡médico!, en ese instante recordó a Alicia, la intensa, buena e impactante impresión que le había causado. Ella sí merecía ser salvada, tenía que ayudarla, por ella sí era capaz de esforzarse, por ella sí podría ser un héroe, sería su héroe, así encontraría la forma de lograr atraer su atención.

Buscó un coche disponible, el que encontró, tenía las llaves puestas, sonaba música a bajo volumen en la radio. Quizás radiaban algún noticiario, sintonizó emisoras, sonaban programas varios, con seguridad de esos pregrabados, en una cadena la locutora pedía ayuda, se había quedado ciega. Siguió buscando y en una consiguió alguna vaga noticia, el locutor, que también había perdido la vista, aunque no los nervios, emitía repetidamente una especie de parte de emergencia. Narraba como la mayoría de las líneas telefónicas estaban saturadas, por un exceso de llamadas. Que todo se inició con una potente luz cegadora de la que desconocían las causas. Aventuraba varias hipótesis, podría ser por una bomba atómica, posibilidad poco probable, el país no sufría amenazas directas ni motivos para ninguna agresión. Tampoco se descartaba algún nuevo tipo de ataque terrorista. Quizás la entrada de un gran meteorito en la atmósfera provocara una gran llamarada, otra posibilidad era por un desconocido efecto climatológico o alguna anomalía provocada por el Sol como una enorme erupción solar. El locutor continuaba dando algunos consejos básicos, permanecer en casa porque ser el lugar más seguro, el que mejor conocíamos de memoria, no aventurarse en la calle por ser peligroso y esperar a recibir ayuda.

–¡Ja!, ayuda, —pensó Rafa con ironía.

Arrancó el coche y empezó a conducir por la desolada calle, era imposible avanzar, había que esquivar los demás vehículos parados, ya que circular, no circulaba ninguno. Lo peor era la gente, estaban en medio de la calzada y se movían muy lentos, cuando conseguía que un peatón abandonara la trayectoria, por otro lado se volvía a interponer otro, iba a tardar horas en llegar al hospital. Tenía que buscar otro medio de transporte, le parecía demasiado fuerte la posibilidad de avanzar atropellando gente. Abandonó el coche y anduvo un rato, ya empezaba a adaptarse a la nueva situación evitando el área de acción de los afectados. Hacía el menor ruido posible y si no tenía más remedio, gritaba ayuda, imitando a los demás.

Encontró un ciclomotor, nunca había sido demasiado hábil conduciéndolos, aunque podría servirle. Se dirigió con torpeza al hospital y claro que este vehículo era mucho más práctico, era más fácil esquivar personas y vehículos.

Entró por urgencias, aquello se parecía mucho a las películas de zombis que tanto le gustaban, caos y desorden por todos lados. Por supuesto el personal sanitario también estaba afectado, nadie ayudaba a nadie, bastante tenía cada uno con lo suyo. Deambuló por los pasillos, las salas y las consultas, no la encontró. ¿Dónde estaría?, de pronto recordó que la noche pasada Alicia le comentó a otro compañero que salía a las ocho de la mañana, por lo que pensó que quizás podría estar en el aparcamiento. Se dirigió allí con la moto, no la encontró. Observó un poco por los alrededores, hasta que vio una zona en obras con un cartel que decía estacionamiento de personal, perdonen las molestias, estamos trabajando para mejorar. Se acercó y de pronto la vio, estaba sentada en un bordillo a la sombra, con unas gran gafas de sol cubriéndole los ojos, le acompañaba alguien, supuso que un compañero.

–Hola, ¿necesitan ayuda? —preguntó Rafa.

Alicia se levantó de un respingo, entre asustada y sorprendida.

–Sí, sí, nos hemos quedado ciegos después del gran resplandor, llévenos a urgencias por favor, hace horas que no ha pasado nadie por aquí. No nos hemos atrevido a ir nosotros porque la zona está plagada de agujeros y hoyos de la obra.

Rafa le explicó que iba en moto y que solo podían ir de uno en uno. Ayudó a subir a Alicia, le indicó que se agarrara fuerte, emprendieron la marcha mientras notaba los pechos de Alicia clavados en su espalda.

Rafa pensó que era hora de tomar decisiones, desde luego no iba a ir a urgencias, ¿para qué?, allí no habría nadie que pudiera ayudar. Decidió llevarla a casa y le ocultaría que había sido su paciente la noche anterior. Al bajar de la moto, Alicia, extrañada, le indicó que habían tardado demasiado en llegar a urgencias. Preguntó qué sucedía, tras oír los gritos de auxilio de la gente que se dirigían torpes hacia ellos, siguiendo el ruido de la moto. Apresurado le informó que allí no estaban a salvo, que se encontraban en peligro. Luego se lo explicaría todo con más calma porque era imperante salir allí, le imploró un poco de confianza y tras vencer las sospechas de Alicia, consiguió que subiera a casa.

La sentó en el sofá, Alicia le pidió agua, Rafa fue a la cocina a por un vaso y ¡sorpresa…! allí continuaba el cadáver de su vecino. Por la frenética sucesión de acontecimientos le había olvidado por completo.

Sintió pena por él y se lamentó por su mala suerte, comprendió que debido a la ceguera entró por error en su piso. Los remordimientos le castigaban porque aquella situación podría haberse evitado si él hubiera actuado de otro modo, si hubiera intentado asustarle, si hubiera intentado dialogar, claro que a toro pasado todo se ve más claro y aquello ya no tenía solución.

Volvió al salón y tras apurar el vaso de agua, Alicia preguntó por su compañero de trabajo que esperaba en el aparcamiento del hospital. Rafa, antes de nada, le dio una breve explicación de la situación actual, donde todo el mundo había perdido la visión, donde no funcionaba ningún servicio público y le adornó, con gran exageración para influirle temor, que bandas de supervivientes realizaban saqueos, pillajes y asesinatos. Le contó que gracias a que estaba durmiendo completamente a oscuras cuando sucedió el fenómeno, no estaba afectado. Le surgió de repente la idea que más gente como él podría no estar ciega, se reservó ese problema para más adelante.

Pidió a Alicia que le esperase allí, mientras iba a recoger a su amigo. Le cerró la puerta del salón por seguridad y para que no se percatara de que sacaba el cadáver. Tras arrastrar al pesado vecino a la calle lo depositó al lado de una pared.

Bueno, había que empezar a organizarse y solucionar prioridades. Tenía que pensar en la comida, en la seguridad, en las medicinas, que suerte que contaba con un médico en casa. Ya resolvería improvisando como buen español los problemas que fueran surgiendo.

Entró en el supermercado que se encontraba debajo de su casa, allí se reencontró con su vecino el encargado. Bajo protestas y un forcejeo le sacó a la calle, le arrebató las llaves, cerró las puertas y bajó las persianas de seguridad. El encargado quedó afuera impotente, golpeando la puerta y gritando.

–Ya se cansará —dijo Rafa.

Realizó una pequeña inspección, estaba surtido de alimentos y todo tipo de productos. Todos los congeladores funcionaban y estaban repletos de mercancías. El supermercado tenía una puerta trasera con acceso independiente al pasillo del bloque, podría entrar y salir con comodidad de la tienda sin necesidad de salir al incómodo exterior.

Al pasar por la zona de la frutería tuvo un inesperado encuentro, la ayudante del supermercado, una chica joven y rubia, se encontraba tumbada en un rincón. Se acercó con sigilo y comprobó que estaba dormida, Rafa no contaba con este contratiempo. Ahora tendría que volver a abrir las pesadas persianas metálicas de la gran puerta para sacarla de allí o la podría sacar por la puerta de atrás y salir por la entrada del bloque. Lo pensó unos momentos, mientras la observaba. La verdad es que la joven era atractiva, vestía una bata corta que dejaba al aire un muslo terso y suave, sus labios eran carnosos y rosados. Lo pensó mejor y tras una sonrisa lasciva, se le ocurrió que su situación era ideal para conseguir saciar sus bajos instintos reprimidos durante años. Ahora era su momento y no iba a desaprovecharlo, su imaginación evocó los instantes placenteros de un sultán con sus concubinas, de un harén, su particular harén. Se sintió poderoso, fuerte, eufórico y un subidón de autoestima le animó.

Allí había mucha comida, podría alimentar otra boca más. Decidido a no expulsarla pensó que no podía dejarla allí, era un peligro para su despensa, podía, por accidente, estropear algo, romper, o provocar un incendio, no quiso arriesgarse. Podría instalarla en su casa junto a Alicia, aunque lo reflexionó mejor, quizás más adelante. Tenía que pensar, pensar, se le ocurrió una idea brillante, la casa de su vecino, «fallecido por accidente», era la vivienda contigua a la suya, por su cercanía era mucho más práctico para sus planes.

Necesitaba las llaves, así que salió por el portal del edificio, se acercó al cadáver. Buscó las llaves y al encontrarlas subió al piso, estaba vacío. Con rapidez lo preparó, lo ordenó un poco, eliminó los elementos peligrosos para un invidente y descendió de nuevo a por la chica. Seguía dormida, tenía que inventar una historia coherente para conseguir que subiera al piso sin problemas. Buscó en la oficina y encontró una radio portátil, sintonizó la emisora que antes había escuchado, allí seguía aquel locutor con su corto parte de noticias, más cansado, pero allí continuaba. Despertó con suavidad a la chica, que tras unos instantes reaccionó de forma brusca:

–Sigo sin poder ver, no veo nada, ¿quién es usted?, ¿qué ha pasado? —interrogó nerviosa la chica.

–Tranquilízate, me llamo Rafa, soy amigo, escucha la radio un momento y comprenderás la situación.

La chica oyó las noticias, enmudeció sorprendida. Tras un breve llanto, preguntó por su encargado, Rafa le dijo que no sabía, que allí no había nadie más, pero la chica oyó los golpes en la puerta y preguntó por ellos. Rafa le explicó que eran bandas que querían entrar a robar al supermercado y que debían de marcharse de allí ya que no estaban seguros. La chica asintió y ambos subieron hacia el piso del vecino donde la instaló lo más cómoda posible.

Rafa le dio una larga charla sobre la nueva situación, el mundo había cambiado y había que sobrevivir. Ella estaba ciega, era débil e indefensa, no podía valerse por ella misma. El exterior se había vuelto peligroso, por las bandas y porque para ella, ahora, el exterior era un nuevo y desconocido mundo, con sus barreras arquitectónicas y su dificultad para conseguir alimentos, medicinas, bienestar. Le dijo que no se preocupara, que él la iba a cuidar, la alimentaría, la ayudaría, la protegería. De momento su hogar sería este, que debía memorizarlo y aprender la ubicación de los enseres para desenvolverse con seguridad.

La chica le agradeció mucho la ayuda, le comentó que no sabía cómo podría pagárselo, Rafa aprovechó la ocasión y en un tono amigable, le tomó la mano y le hizo saber que era soltero sin novia. Que necesitaba compañía, que tenía necesidades, que ella podría llegar a ser una gran carga y una gran responsabilidad, pero haría un gran esfuerzo por atenderla. Se inclinó sobre ella y le robó un beso, ella se sobresaltó, se revolvió y se apartó asustada. Le hizo saber muy nerviosa que no le gustaba aquella situación, que la dejara marchar, que por favor la llevara a su casa.

Rafa entró en cólera, le gritó que en su casa no habría nadie, o estarían ciegos o muertos. ¿Qué quería?, ¿qué la dejara en la calle?, ¿a merced de los alborotadores?, con seguridad que la violarían entre todos y después la matarían. Le dijo que ya había visto muchos cadáveres tirados en la calle, y si esto no ocurría, de todas formas moriría de hambre y sed. Mientras ella sollozaba le dio un ultimátum, lo que quizás necesitaba era un tiempo para reflexionar y para que aprendiera lo que le esperaba sola, sin ayuda. Le provocaría vivir una situación similar, padeciendo hambre, sed y necesidades. Cortó la llave del agua y sacó del apartamento toda la comida y las bebidas que encontró en los armarios de la cocina. Salió dando un portazo, girando la llave para que no pudiera salir.


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