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Un Beso Perverso
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Un Beso Perverso

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Un Beso Perverso
Dawn Brower

Algunos principios son agridulces. En 1814, un joven rescata a una mujer durante una tormenta de nieve y experimenta el amor a primera vista. Pero ella está huyendo de un matrimonio arreglado con un hombre malvado. ¿Podrán superar el peligro, o su incipiente amor se desenmarañará antes de que tenga la oportunidad de echar raíces? Esta es una precuela de 'Earl en problemas'.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes, son producto de la imaginación del autor o son utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier semejanza con lugares, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es meramente una coincidencia.

Un beso perverso Derechos de autor © 2019 - Dawn Brower

Published by Tektime

Arte de portada y ediciones por Victoria Miller

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser utilizada o reproducida electrónicamente o impresa sin permiso escrito, excepto en el caso de citas breves incorporadas en las revisiones.

Un beso perverso

Índice

Agradecimientos (#u8bbc3066-60d7-5ef7-a3f7-9b16fb62ccba)

CAPÍTULO UNO (#uab40bcf9-c165-5ce9-9cc1-98d3944cfe6f)

CAPÍTULO DOS (#udae8cb2c-c45b-5a25-a5f8-38629afb5e1d)

CAPÍTULO TRES (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CINCO (#litres_trial_promo)

ACERCA DE LA AUTORA (#litres_trial_promo)

TAMBIÉN DE DAWN BROWER (#litres_trial_promo)

EXTRACTO: El Conde De Harrington (#litres_trial_promo)

PRÓLOGO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO UNO (#litres_trial_promo)

Para todos aquellos que creen en el amor a primera vista... Algunos son lo suficientemente afortunados para encontrar a la persona con la que siempre podrán contar. Esto es para todos ustedes, personas afortunadas bendecidas con el amor de su vida.

Agradecimientos

Gracias a Elizabeth Evans, como siempre, tu apoyo y dedicación significan mucho para mí. Me agrada que estés de mi lado y dispuesta a leer todo lo que escribo. Eres la mejor y palabras simples no pueden describir en su totalidad, cuánto aprecio todo lo que has hecho por mí.

CAPÍTULO UNO

Diciembre 1814

Ligeros copos de nieve ondeaban desde el brillante cielo azul y cubrían el suelo de un blanco infinito. Mientras caían, la señorita Natalia Benson los observaba desde la ventana de la biblioteca. Su padre estaba encerrado en su estudio con Louis Fornier, conde Foix. Un hombre que le desagradaba y temía: unas cuantas veces se le había acercado demasiado y la había hecho sentir incómoda. Deseó que su padre no hiciera negocios con él y Natalia no entendía por qué pensaba él que el conde podía ayudar. Sí, la riqueza del hombre era muy conocida en Francia; sin embargo, tenía un lado oscuro. Tan negro como su cabello y sus ojos color cobalto, que a veces parecían tan oscuros como las plumas de un cuervo.

El vizconde Atherton era su padre. No era un secreto que Natalia había nacido de una relación fuera de matrimonio. Si su madre no hubiera muerto al dar a luz, él no se habría molestado en reclamarla en absoluto. La apatía de la vizcondesa Atherton hacia ella, era una mezcla de desprecio y distanciamiento. Natalia había sido criada por niñeras y después por una institutriz. No se habían molestado en enviarla a una escuela de señoritas. Dudaba que su padre también le hubiera reservado una dote. Su destino era desconocido y a los dieciocho, ya tenía que descubrir qué hacer con su vida. El matrimonio estaría muy abajo en la lista. No tenía pretendientes, ni prospectos, ni una reputación a la que aferrarse, su padre nunca la reconocería debido a su estado de nacimiento. En realidad, había tenido suerte de que él se hubiera molestado en educarla.

El conde Foix la miraba de tal manera libidinosa que ella creía que sus intenciones hacia ella eran indecorosas. Esa era otra razón por la que se sentía nerviosa acerca de la reunión de su padre con él... Tendría que huir y nunca mirar atrás. Tal vez debería comenzar a prepararse para esa fatalidad. Dudaba que el conde le ofreciera matrimonio, no es que le fuera a hacer mucha diferencia. Natalia no quería nada que ver con el hombre.

“Señorita Natalia”, una criada la llamó. “Su padre me pidió buscarla. Tiene algo que comentar con usted”.

“¿Sigue aquí el conde Foix?”. Por favor, que diga que no... su aprehensión aumentó con la llegada de la criada. Ningún empleado había sido particularmente amable con ella. No era una verdadera heredera y no mantenía ningún tipo de reconocimiento. La trataban casi como a una más de los criados. Esta criada ni siquiera la veía a los ojos.

“No pretendería saberlo”, respondió la criada, y partió rápidamente. Natalia la fulminó con su mirada mientras se marchaba. Estaba tan cansada de ser tratada tan indignamente.

Respiró hondo y se preparó para su próxima reunión. Como regla general, su padre la ignoraba. Si él quería hablar con ella, no sería un buen augurio para su futuro. El vizconde se había hecho cargo de ella y hasta le había dado regalos a lo largo de los años. Tenía un bonito collar de perlas y un relicario con la foto en miniatura de su madre en el interior. Natalia lo miraba a menudo y pensaba que tal vez se parecía a su madre. Ella tenía trenzas color azabache, del mismo tono que las de Natalia. Incluso tenía un color de ojos parecido, verde claro. A Natalia le gustaba que pareciera no tener ninguno de los rasgos de su padre. Odiaría convertirse en alguien tan inmoral como el desgraciado que la había engendrado. Era irónico que la muchedumbre la considerara la bastarda porque había nacido fuera del matrimonio. Como si ella hubiera decidido venir al mundo con esa mancha... ¿No había tenido esa mancha su padre antes que ella? Él había sido el que no había cumplido con sus votos.

Tal vez podía vender las joyas que tenía y conseguir un pasaje a Francia. Allí, podría encontrar a la familia de su madre. Sí, Inglaterra estaba en guerra con ellos, pero aún así sería mejor que lo que su padre le tenía reservado. Ella podría tener un lugar donde vivir, y comida para alimentarse; sin embargo, si la obligaba a casarse con el conde, sería torturada por el resto de sus días. Preferiría morir antes que pasar por eso.

Miró por la ventana una última vez y luego se dirigió hacia el estudio de su padre. Cuando llegó a la puerta, se detuvo un momento. Dentro estaban dos personas, dos hombres. Sus risas hacían eco por todas partes y retumbaban en ella. Tragó saliva y se quedó quieta. La puerta estaba entreabierta, por lo que pudo escucharlos con claridad.

“¿Estás seguro de que quieres casarte con ella?”, preguntaba su padre. Él daba golpecitos al escritorio con sus dedos de manera impaciente. “Parece una acción extrema para probar sus encantos”.

El conde rió aún más fuerte. Su acento francés era fuerte cuando respondió. “Usted, señor, es un padre antinatural. ¿Por qué estaría dispuesto a entregar a su hija a un hombre con la única intención de prostituirla?”. Su tono tenía un toque de diversión. Eso hizo que la espalda de Natalia sintiera escalofríos. Definitivamente, el conde no era un buen hombre.

Natalia se asomó por la ranura de la puerta e hizo lo posible por mantenerse fuera de la línea de visión de su padre. Ella siempre supo que él no se preocupaba realmente por ella, pero aún así le dolía escuchar que quería deshacerse tan fácilmente de ella. No ayudaría a nadie escuchar su conversación por más tiempo. Debía correr a su habitación y tomar su maleta, la que ya había preparado y abandonar la casa de su padre para siempre. Casarse con el conde sería lo peor que podría hacer. Pero su padre... era mucho más horrible de lo que ella podía haber imaginado.

El vizconde se encogió de hombros con indiferencia. “A su madre no le importó abrirme sus piernas. Dudo que mi hija sea muy diferente. Irá a su cama voluntariamente”. Su padre era tan malvado como el conde. Natalia había dejado de buscar algo redimible en él. Puede que la haya cuidado, pero claramente, nunca la había amado. Ella merecía mucho más de lo que él le había brindado. Era hora de tomar el control de su vida y abandonar la casa de su padre.

“¿Está tan seguro de eso?”, el conde parecía inseguro. “Cuando un hombre se las lleva, entonces algunas mujeres no lo consideran...agradable”.

“Entonces puede ser que esté haciendo algo mal”. Su padre tomó una copa y bebió. “Este es un buen brandy que me ha traído. Mientras me siga abasteciendo, no me importa lo que haga con ella. Oficialmente ella será su problema después de la boda”.

Natalia ya había escuchado suficiente. Su padre podría pudrirse en el infierno y el conde podría unirse a él. No quería tener nada que ver con ninguno de ellos. Una lágrima cayó por su mejilla. Se la limpió y corrió a su habitación. Al menos su habitación no estaba lejos. Estaba cerca de las habitaciones de los sirvientes. Dado que era ilegítima, no merecía estar con la familia en la parte superior de la casa. Tenía una habitación pequeña con una cama angosta y un armario pequeño. Le había entregado un lindo vestido para cuando exigía su presencia en las cenas, junto con un vestido de día y un vestido de uso diario. Los dos vestidos eran bastante fáciles de meter en su maleta, junto con sus limitados artículos personales. Su dinero para gastos lo había cosido al bolsillo de su vestido de día, que llevaba al momento.

Se apresuró a llegar a su habitación, tomó su maleta y se dirigió a la salida trasera. Natalia tomó su capa del gancho donde estaba colgada y se la puso al salir. Su padre no la buscaría de inmediato. Se encontraba demasiado ocupado bebiendo y retozando con el francés en su estudio. El vizconde ni siquiera tenía lealtad hacia su propio país. Tan solo cuidaba de él mismo. Natalia estaba completa y totalmente disgustada con él. Deseó haber podido reclamar otro hombre como su padre.

La nieve seguía cayendo y el viento se había levantado. A ella no le importaba. Mientras llegara a tiempo a la aldea de Faversham para alcanzar al coche de correo antes de que saliera, todo estaría bien finalmente. De lo contrario, su escape tardaría aún más para lograrlo. El frío se filtró al interior, pero no dejaría que eso la detuviera. Natalia siguió moviéndose tan rápido, como sus pies la llevaban. Después de un cuarto de hora, finalmente llegó a las afueras de la ciudad. El coche de correos estaba siendo cargado frente a la posada. No podía permitir que se fuera sin ella. Natalia abrazó su maleta contra su pecho y salió corriendo. Cuando alcanzó al coche, su respiración era irregular.

“Espere”, dijo entre respiraciones. “Por favor...espere”.

“¿Desea comprar un pasaje?”, preguntó el cochero. Tenía su cabello tan blanco como la nieve que caía del cielo, pero había algo de gris en las sienes. Su cara estaba roja por los vientos del invierno y sus mejillas y nariz estaban aún más coloradas que el resto.

“¿Lo hago?”, asintió furiosamente. “¿Hacia dónde se dirige?”. Natalia no había pensado en averiguar cuál era la trayectoria común del coche de correos. No había tenido tiempo real para planificar su partida. Aunque una parte de ella creía que de alguna manera debió saber que su padre la traicionaría de la peor forma posible. Nunca había sido realmente bueno con ella y solo le proporcionaba lo necesario para su supervivencia. Inclusive sus regalos no habían sido más que artículos que anteriormente habían pertenecido a su madre. No estaba dispuesta a seguir dedicándole tiempo pensando en él. Natalia hizo todo lo posible para concentrarse en el conductor del coche de correos. Su respuesta era esencial para que ella planeara el resto de su viaje.

“Tenemos varias paradas”. El cochero asintió hacia la carretera. “Pasaremos por Canterbury con una última parada en Dover”.

Eso servía. Podría intentar encontrar a alguien que la llevara a Francia desde allí. Tal vez un contrabandista... un barco militar nunca llevaría a una mujer a Francia. Especialmente con la guerra... “Gracias”, contestó ella. “Me gustaría comprar un pasaje”.

Pagó la tarifa y abordó el coche. En el interior no había mucho espacio, pero había sido la única que había comprado un pasaje. Si hubiera tenido otra opción, no estaría viajando con ese clima tan inclemente. Natalia apoyó la cabeza contra el coche y cerró sus ojos. Tal vez si tomaba una siesta, el viaje sería más rápido y olvidaría el frío que se extendía por todo su cuerpo.

Natalia despertó sobresaltada. El coche sacudió y se agitó fuertemente. La nieve caía con más fuerza de lo que había estado cuando había subido al coche, algunos copos habían encontrado su paso a través de una ventana. Su falda estaba empapada y ya no sentía sus pies. Quizá quedarse dormida no había sido la mejor decisión que podía haber tomado. Miró a su alrededor y no podía distinguir algo cercano. Estaban en medio de una tormenta de nieve a todo lo que daba.

Asomó la cabeza por la ventana y miró al cochero. Él zigzagueaba de atrás hacia adelante por arriba del coche. Natalia no podía saber si tenía o no el control. No se veía...bien. El pánico la atrapó mientras temía por su seguridad. Si el cochero no podía llevarlos al menos hasta la siguiente aldea, ¿qué le ocurriría a ella?

“Señor”, gritó ella por la ventana, pero parecía inútil. No respondía en absoluto. El viento la había atrapado y apenas podía oírse gritar, pero tenía que intentarlo de nuevo. “Señor, ¿está bien?”.

El cochero tomó un látigo y golpeó a los caballos alentándolos a ir más rápido. ¿Había perdido la cabeza? Al menos estaba alerta… si los caballos iban más rápido, podría perder el control y chocar. Tenía que encontrar una manera de prepararse para un posible impacto. La manera como caía la nieve era firme. “Señor”, gritó ella, su corazón se aceleraba en su pecho. Natalia se agarró por un costado de la ventana rezando para sobrevivir a ese condenado viaje. “Despacio...”. Su garganta estaba ronca por gritar contra el viento furioso.

Los caballos corrían por el estímulo del cochero. Se formó un nudo en su garganta que no podía despejar. La nieve volaba con el viento y más entraba por la ventana, picando sus mejillas. El coche se balanceaba de nuevo y avanzaba por el camino. El brillante cielo azul de más temprano, se había oscurecido al arreciar la tormenta.

Un crujido resonó en el viento y su corazón dio un vuelco. Natalia se agarró de un costado del coche, mientras este giraba hacia adelante y luego rodaba por un lado deslizándose por un extremo de la carretera. Perdió el control y cayó hacia atrás, golpeándose por un lado con un ruido sordo. Su cabeza había dado contra un costado y el dolor rebotó a través de ella. Ya no sintió el frío, la agonía se convirtió en su nueva constante. La nieve caía a su alrededor a través de la ventana abierta y pronto cubrió su rostro dejándola completamente empapada. De alguna manera, tendría que salir del coche y encontrar el camino a la aldea más cercana. Necesitaba calor, refugio y quitarse la ropa mojada. Si no hacía todo lo posible por moverse, moriría el cochero y el escape de su padre habría sido en vano. Moriría a un lado del camino, a la mitad de la nada. Nadie la encontraría, al menos no hasta que fuera demasiado tarde. Dependía de ella salvarse. Algo de lo que había estado acostumbrada con los años. Natalia no quería morir... el dolor en su cabeza empezó a latir más fuerte y pronto ya no pudo luchar más. Sus ojos giraron hacia atrás mientras luchaba por mantenerse consciente, y perdió.

CAPÍTULO DOS

La tormenta que golpeaba el carruaje había cobrado vida propia. Lucas, el conde de Darcy, miraba la nieve que caía por la ventana del coche, casi atónito por su presencia.

Realmente no había considerado la posibilidad de una tormenta de nieve cuando acordó acompañar a su amigo, Edward Kendall, duque de Weston a su casa en Dover. Debió haberlo hecho, era invierno y después de todo, la probabilidad de que nevara era alta, pero estaba aburrido. Por lo que aceptó y ahora se arrepentía cada vez más de esa decisión.

“Está cayendo a un ritmo alarmante”, anunció Lucas sin esperar mucho comentario de sus dos compañeros de viaje. “Tal vez no lleguemos el día de hoy a la mansión Weston”.

Edward agitó su mano con desdeño. “Estaremos bien. Cuando lleguemos a Canterbury encontraremos una posada y pasaremos la noche”.

Su amigo estaba siendo demasiado optimista. Era época navideña. Probablemente habría muchos viajeros dirigiéndose a casa, para celebrar con sus familias durante las siguientes dos semanas. Ciertamente debía haberse ido a casa. Su hermana Helena estaría decepcionada de que la dejara sola con su miserable padre y desinteresada madre. Lucas se lo compensaría más tarde. Ella lo perdonaría; Helena siempre lo hacía.

“No parece demasiado terrible”, Callista la condesa de Marin dijo al mirar por el lado izquierdo de la ventana. “Un poco de nieve nunca hace daño a nadie”.

La condesa era la última amante de Edward. El duque creía estar enamorado de la joven viuda y ciertamente podía estarlo. Lucas no presumiría conocer el funcionamiento interno del corazón de su amigo. Tal vez estaba enamorado, pero probablemente sus sentimientos tendían más hacia la lujuria. El amor no era algo que aquellos en sus círculos experimentaran mucho. De seguro Lucas no tenía idea de cuál podría ser el lado más sentimental del romance. Él nunca se había enamorado, ni siquiera se había imaginado que algún día podría estarlo.

De alguna manera dudaba que alguna vez tuviera sentimientos tiernos hacia una mujer. El matrimonio de sus padres no le había dejado una buena impresión. Si alguna vez se casara, probablemente sería con características similares, carente de amor y muy parecido a establecer un acuerdo. El amor no tenía lugar en un matrimonio del montón.

Sin embargo, lady Marin era encantadora. Su ascendencia francesa le había heredado un encantador cabello oscuro y ojos verde claro. Sus pómulos eran altos y pronunciados y tenía unos hermosos labios rosados que probablemente eran deliciosos para besar. Tal vez Edward asesinaría a Lucas si pudiera discernir sobre la dirección de sus pensamientos. Si lady Marin creía que la tormenta de nieve no era notable, tal vez no tenía la inteligencia que previamente Lucas creía que tenía. “La nieve puede ser bastante mortal si no se toma en serio”, respondió Lucas. “Ha habido muchos choques de carruajes en las carreteras heladas. Odiaría que nosotros fuéramos una de esas desafortunadas calamidades”.

Edward besó la mejilla de lady Marin. “No lo escuches querida. Está de mal humor y así ha estado desde que partimos”.

Lucas frunció el ceño a Edward. El miserable estaba en lo cierto. Su padre lo había puesto de mal humor antes de haber aceptado viajar con Edward a la casa de su familia, en lugar de ir al castillo de Montford. Su padre era un bastardo controlador y había vuelto a tirar de los cordones de su bolsillo. Lucas era el heredero aparente, el único heredero. Su madre había fallado con su deber de proporcionar una persona extra. Helena hubiera estado destinada a ese papel si hubiera nacido hombre. Solo por eso, su padre la odiaba más de lo que le desagradaba Lucas. El duque de Montford no tenía ni un hueso paterno en su cuerpo. Sus hijos eran solo un medio para ese fin.

Así que cuando la convocatoria llegó para exigir su asistencia a la casa familiar para la celebración navideña, Lucas con gusto la rechazó y en su lugar siguió a Weston hacia su carruaje ducal. La mansión Weston sería más entretenida que su propio hogar. “El mal tiempo no es algo que se tenga que ignorar”. Había algo al costado del camino. Entrecerró los ojos y luego se dio cuenta de lo que estaba allí. Había otro carruaje volcado. Golpeó la parte superior del coche para llamar la atención del conductor y este se detuvo.

“¿Qué ocurre?”, preguntó lady Marin. “¿Por qué nos detenemos?”.

Lucas la ignoró y dio un salto. La respuesta de Edward fue seguirlo. “Veré por qué está alterado. Quédate aquí, cariño”.

El conductor del otro carruaje no se veía...bien. Lucas lo examinó primero y descubrió que estaba muerto. El pobre bastardo se había roto el cuello y probablemente había muerto inmediatamente. Los gemidos resonaron desde el interior del carruaje. Eso era bueno. Significaba que alguien seguía vivo en el interior y que tendría la oportunidad de ayudar a que se salvara.

“Darcy”, Edward llamó a Lucas. “¿Qué estás haciendo? El conductor parece no estar...vivo”. Luca ignoró sus palabras. Edward era un buen tipo, incluso estando un poco absorto en sí mismo. “Por favor, dime... ¿no subirás al carruaje, cierto?”.

Lucas fue hacia un costado del coche y abrió la puerta. El carruaje se había volcado hacia un lado cuando salió de la carretera. Debajo se encontraba una mujer que yacía acurrucada y apenas se movía. Tenía el cabello de un tono similar al de lady Marin y su rostro había perdido todo su color. Casi parecía tan blanca como la nieve que había empezado a cubrir todo su cuerpo. Un poco más de tiempo y hubiera sido enterrada por completo.

“Weston, voy a necesitar tu ayuda. Sube por aquí para que yo pueda entrar”.

“¿Has perdido la cabeza?”, preguntó el duque. “¿No deberíamos continuar hacia Canterbury y encontrar refugio?”.

“Lo haremos después de ayudar a la joven que está atrapada dentro del carruaje. Ten compasión”. Maldita sea, Lucas haría que lo ayudara. ¿Cómo Edward podía ser tan egoísta e insensible? ¿No querría que alguien lo ayudara si fuera él quien se encontrara en una situación similar?

El duque se quejó, pero finalmente hizo lo que le había pedido. Lucas se deslizó por el carruaje tan cuidadosamente como pudo hacerlo. No quería aterrizar accidentalmente encima de la joven y quizás herirla aún más. Cuando llegó a ella, la revisó para saber si estaba herida. Tenía una herida en la frente. El sangrado se había detenido y estaba seco a lo largo de su cabello. Sus párpados se abrieron y los ojos de color verde claro lo recibieron bajo la poca luz que proporcionaba la luz de la luna. Apenas había luz suficiente afuera para que él pudiera tener una buena vista de sus rasgos. Tendría que trabajar rápido para sacarla del carruaje y ponerla a salvo en el carruaje ducal.

“¿Quién es usted?”, preguntó ella. Su voz apenas era un susurro y un sonido más dulce que jamás había escuchado. “¿Dónde estoy?”.

“Soy Lucas”, contestó él. Probablemente debía haberse presentado como lord Darcy, pero quería algo más personal para ella. Lucas no podía explicarlo... la joven era encantadora e inocente, parecía especial. “¿Cómo se llama?”. Abrió la boca en vacilación. Sus párpados revolotearon unas cuantas veces. Debía estar luchando con su conciencia. Un suave gemido llenó el aire mientras intentaba moverse. “Shh”, dijo él. “Estoy aquí para ayudarla”.

“¿Qué está tomando tanto tiempo?”, silbó Edward. “Hace mucho frío aquí afuera. Saca a la chica para que vayamos a encontrar refugio”.

“No entiendo qué esta pasando”, dijo la joven. Podía estar un poco desorientada. “¿Por qué me duele tanto la cabeza?”.

“Ha tenido un accidente. La vamos a ayudar”, dijo él de la manera más dulce posible. No quería que la joven se preocupara si podía evitarlo. “Voy a levantarla para que la tome mi amigo. ¿Está bien?”.

“Sí”, contestó ella y después se estremeció incontrolablemente. “Tengo demasiado frío”. Su piel estaba helada al tacto. Tendría que agarrar una de las mantas debajo del asiento del carruaje y envolverla con ella. Cada centímetro de su ropa parecía estar empapada. Cuanto antes llegaran a Canterbury, mejor estarían todos. La joven contraería una enfermedad de algún tipo si no la calentaban pronto.


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