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Tren De Cercanías
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Tren De Cercanías

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Desde allí, además de una espléndida vista panorámica del distrito de Peak, podía ver la ruta exacta que podría haber seguido Jennifer, siguiendo un sendero señalizado que cruzaba el camino de herradura y giraba en torno a la base de Parnell’s Hill.

Había realizado él mismo la ruta, girando a mitad de camino para subir a la cumbre. Un agradable camino de hierba se había convertido en una dura subida, pero incluso en la parte más baja el peligro era evidente. Con el viento entre los restos de las obras de cantera ahora reclamadas por la vegetación local, había docenas de laderas rocosas, barrancos y riscos.

Para los adolescentes aventureros podía ser muy divertido trepar, pero ¿y si era el lugar de descanso final de una mujer que había tratado de caminar hasta casa en la nieve y había dado un paso en falso en un sitio erróneo?

Tras sentarse en un banco para recuperar el aliento, Slim sacó un papel de su bolsillo y leyó la información que había imprimido de un sitio web de datos históricos del tiempo. La nieve del día de la desaparición de Jennifer se había pronosticado, pero fue más abundante de lo esperado. Aunque era probable que Jennifer, como una persona local familiarizada con el clima de la zona, se hubiera preparado para ese tiempo, pudo haber querido llegar a casa lo antes posible. Podía haber caminado aprisa, incluso corriendo, aumentando el riesgo de una caída mortal.

Slim volvió hacia el camino principal y pasó un rato mirando los barrancos y riscos a lo largo del camino. Algunos estaban indicados solo por una cuerda a la altura de las rodillas, que podría no haberse visto con los veinte centímetros estimados de nieve que cayeron esa noche.

Un par de veces, Slim incluso se descolgó cuidadosamente por rocas del tamaño de un coche para llegar a huecos cubiertos de hierba escondidos desde el camino, mirando en espacios sombríos, apartando arbustos y zarzas en busca de cavidades lo suficientemente grandes como para contener un cuerpo.

No era que esperara encontrar algo, sino que estaba examinando la posibilidad de que un cuerpo pudiera haber permanecido sin descubrir.

De acuerdo con los artículos de los periódicos, se llevaron a cabo varias búsquedas de Jennifer durante los siguientes días. Aunque no encontraron nada salvo su bolso, se realizaron varias grandes batidas en el campo mientras estaba activo el Estrangulador, a menudo de cientos de voluntarios. Dos de los cuerpos se habían encontrado enterrados en fosas superficiales a un par de cientos de metros de una carretera importante.

Slim frunció el ceño y sacudió la cabeza. No era imposible que el cuerpo de Jennifer hubiera caído en algún lugar y hubiera permanecido sin descubrir durante más de cuarenta años, pero sin ningún animal capaz de arrastrar un cadáver humano era muy improbable.

Slim se levantó y miró a lo lejos. La empinada ladera se suavizaba, convirtiéndose en un terreno caótico de escoria enterrada bajo helechos y zarzas antes de que el páramo volviera a su ser.

Por supuesto, podía haber caído, pero no muerto. Podía haberse arrastrado por la nieve, desorientada, perdiendo las fuerzas lejos del camino.

Volvió a sacudir la cabeza. No podía descartarlo, pero definitivamente había otras posibilidades que resultaban más probables.

Encogiéndose de hombros, empezó a bajar penosamente hacia el sendero, dejando atrás todos los secretos que pudiera albergar una antigua cantera.

8

—Gracias por atenderme.

El anciano se apoyó en su bastón y agitó su mano libre como para espantar una mosca.

—No hay problema. Entre. Perdone el desorden. La asistenta no viene hasta mañana. —Guiñando un ojo, añadió—: Se limita a sentarse y beber té si no le dejo trabajo para hacer.

Slim siguió al anciano que cojeaba a un desordenado cuarto de estar. Había recuerdos de la policía en las estanterías y colgados de las paredes. Slim advirtió un par de condecoraciones por su valentía y reconocimiento por la ejemplaridad de su trabajo.

El anciano ofreció a Slim una silla y luego se sentó en un sofá reclinable, gruñendo mientras se hundía en el asiento, con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo.

—Me temo que ya no soy gran cosa —dijo.

Slim asintió mirando la estantería más cercana, en la que había un par de fotografías enmarcadas en blanco y negro de un joven con uniforme de policía, junto a un casco en una caja de cristal y un par de medallas.

—Parece que se entregó al cuerpo —dijo.

—Tanto como el que más durante casi cuarenta años —dijo el antiguo inspector jefe jubilado Charles Bosworth—. Era todo para mí. —Mostró una sonrisa flemática—. La policía era mi vida. Por eso no me casé nunca. Era mi amante.

—Debió ser duro dejarlo.

—Tuvieron que arrastrarme fuera de la oficina —dijo Bosworth riendo—. Me mantuve un tiempo como consultor. Y después de que se acabó eso, aún quedaron visitas ocasionales de alguien como usted que quería saber algo acerca de un caso concreto. Jennifer Evans, ¿verdad?

—Exacto —dijo Slim—. Soy investigador privado. Mis últimos dos casos fueron algo… problemáticos. El caso de Jennifer parecía mucho menos peligroso, si entiende lo que quiero decir. Un misterio de hace cuarenta años. No había ningún peligro ni riesgo, ¿no? Si nadie lo ha resuelto hasta ahora, hay pocas posibilidades de que puede dañar a alguien. —Slim se miró las manos—. He descubierto por las malas que algunos misterios deben seguir enterrados.

Bosworth tosió, sin que Slim estuviera seguro de si estaba de acuerdo o no, pero tomó un par de carpetas de una mesa que tenía a su lado y se las entregó.

—Recuerdo a Jennifer Evans —dijo—. Un misterio como ese nunca deja de producirte cierta impresión. Me refiero a que pareció desvanecerse en el aire.

—Nadie hace eso —dijo Slim, recordando un caso anterior—. Siempre van a alguna parte.

—Pero descubrir a dónde es lo complicado, ¿verdad?

Slim abrió la primera carpeta y miró el contenido. Buena parte era lo mismo que le había dado Elena, pero había algún material adicional. Algunas fotos de Jennifer, una con su uniforme de enfermera, otra de la mano de una niña pequeña, una tercera con un hombre que él nunca había visto. Parecía una mujer perfectamente normal y feliz de algo más de treinta años.

También había transcripciones de declaraciones de otros pasajeros. La mayoría eran cortas (una página o menos), con los pasajeros declarando que no conocían a Jennifer ni habían visto nada sospechoso. Uno señalaba que se le conocía como «esa guapa enfermera que a veces toma el último tren», otro que «siempre estaba sonriendo» y un tercero que «parecía que nada le preocupaba».

—Después de que me contactara usted, hablé con un viejo amigo en la comisaría de Derbyshire y le pedí una copia de la documentación —dijo Bosworth—. Todavía tengo suficiente influencia como para conseguirla sin problemas. De todos modos, me temo que no hay mucho para seguir adelante.

—La pista más pequeña podría ser importante —dijo Slim.

—Oh, sin duda, pero recuerde que esto pasó antes de que las pruebas de ADN se usaran para todo. Y el cuerpo de Jennifer nunca apareció. Es un enorme elefante en la habitación.

—¿Puedo preguntarle qué piensa que pasó? Entre nosotros, si quiere. Sin considerar lo que las pruebas podrían haber sugerido.

Bosworth frunció el ceño.

—En la policía trabajamos solo con pruebas. Nunca me ha gustado la especulación. ¿Por qué no me dice lo que usted cree que pasó? —Sonrió—. Y luego le diré por qué es probable que se equivoque.

Slim se frotó la barbilla, tirando de la barba de un par de días.

—Bueno, pudo haber tratado de llegar a casa a pie, pero se salió del camino.

—Se habría encontrado su cuerpo. Había algunos agujeros por esa zona, pero ninguno lo suficientemente profundo como para no ser revisado.

—Bueno, tal vez fue secuestrada por el Estrangulador del Distrito de Peak.

Bosworth sacudió la cabeza y mostró una sonrisa triste, como si estuviera hablando con un aficionado.

—Por supuesto, lo consideramos, pero Bettelman vivía en Manchester. E incluso si hubiera estado en Holdergate un sábado de enero a esas horas de la noche, recuerde que nevaba y que lo había estado haciendo desde hacía un par de días. ¿Realmente se habría arriesgado a un secuestro en esas condiciones? Habría sido una completa estupidez.

—Entonces se fugó. Abandonó a su familia. Tenía un amante o tal vez su marido era un monstruo en la intimidad.

—¿Le ha preguntado a la hija?

—Aún no.

—Bueno, yo lo hice, en su momento. Por lo que parece eran una familia feliz. Su desaparición dejó destrozado a su marido, Terry. Se pasó todos los fines de semana durante meses peinando la localidad, convencido de que se había caído en su camino a casa. No encontró nada, pero la angustia le llevó a una crisis nerviosa. Estuvo entrando y saliendo de hospitales y Elena se fue a vivir con sus abuelos en Leeds. Él nunca lo superó y murió destrozado hacia 1990.

—Parece que se mantuvieron en contacto.

—En lo profesional, sí. Verá, el caso nunca se cerró oficialmente hasta que Jennifer fue declarada muerta oficialmente en 1997, veinte años después de su desaparición. Mantuve el caso abierto, buscando siempre nuevas pistas, pero no encontré ninguna.

—¿Entonces qué cree que pasó?

—No se lo puedo decir con exactitud, porque no estoy seguro de por qué, pero tengo la impresión de que está muerta.

—¿Por qué?

—Porque ¿qué mujer que planea abandonar a su familia llamaría a su hija para decirle eso? Imagínese la crueldad que se necesita. Una mujer que trabajaba como enfermera en la Enfermería Real de Manchester. No, estoy seguro de que algo le pasó, pero sea lo que sea, fue después de terminar esa última llamada telefónica.

—Así que —dijo Slim—, la clave es lo que vio ese niño.

—Eso me temo —dijo Bosworth—. No tenemos nada salvo el recuerdo de un niño de seis años y una única fotografía de unas pocas pisadas gastadas en la nieve.

9

—¿Don?

—Hombre, Slim, suenas bien —dijo Donald Lane, un viejo amigo del ejército de Slim, que ahora dirigía una agencia de información en Londres—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito ayuda para rastrear a alguien.

—Claro, muy bien. ¿Sigue vivo?

—Hasta donde yo sé, sí.

—Eso está bien. ¿Qué más sabes?

—Debería tener 48-50 años. Se crio en Sheffield. Su nombre era Toby. Una carrera en algo creativo. Tal vez artista.

—Bueno, lo buscaré, Slim, pero es una descripción muy vaga.

—Es lo único que pudo recordar mi contacto —dijo Slim—. De niño, fue testigo de un posible delito, pero de mayor trató de olvidarse de ello. Eso me han dicho.

Don suspiró al otro lado de la línea.

—Bueno, no es mucho, pero haré lo que pueda.

—Gracias.

Slim colgó. Luego llamó a Kim.

—Buenos días, Mr. Hardy. ¿Cómo va su investigación?

—Bastante estancada, como es habitual —dijo Slim—. Me temo que tengo un trabajo pesado para ti.

—Bueno, para eso estamos.

—Necesito que consigas una lista de personal de la Enfermería Real de Manchester en torno a 1977. Me doy cuenta de que muchos podrían ser muy viejos o haber muerto, pero me gustaría tener tantos números de contacto como sea posible.

—Me pongo a ello.

—Muy bien. Solo si tienes tiempo…

Kim rio.

—Mr. Hardy, nunca ha sido jefe antes, ¿verdad? Por supuesto que tendré tiempo. Me paga para tener tiempo.

Slim sonrió.

—Es una nueva experiencia para mí, eso sí.

—Le llamo mañana.

—Gracias.

Colgó. Tras tomar su chaqueta del respaldo de una silla, corrió a otra reunión con Elena en un restaurante local para tomar pescado con patatas. Elena había traído una caja de recuerdos que tenía de su madre.

—No sé si algo de esto será útil —empezó Elena—. No le importaban las cosas materiales. Tampoco a papá. Ya sabe, teníamos muebles y cosas, fotos de la familia, pero estas son las únicas cosas de decoración que todavía tengo.

Slim echó un vistazo a la caja. Una casita de porcelana, lo suficientemente pequeña como para caber en la palma de la mano. Una medalla militar de bronce. Un pequeño broche en forma de cisne. Algunas cosas más, que daban la impresión de ser recuerdos de familia. Probablemente nada de valor para una investigación, pero no costaba nada asegurarse.

—¿Puedo llevármelos?

—Por supuesto. Pero tenga cuidado, ya sabe. Puede que no parezcan gran cosa, pero para mi tienen mucho valor.

—Lo entiendo.

—Gracias. ¿Has… quiero decir, ha avanzado algo hasta ahora?

Slim sacudió la cabeza.

—No le voy a mentir, señora Trent. No creo que valga para mucho. En este momento no tengo ninguna pista de lo que le pasó a su madre. —Ante la mirada decepcionada de Elena, añadió—: Pero solo llevo un par de días de investigación. He hecho algunos contactos y confío en poder descubrir algo.

—Bueno, han pasado cuarenta y dos años, así que supongo que puedo esperar unos días más —dijo Elena.

Slim forzó una sonrisa. Hubiera querido decir que las posibilidades de encontrar a su madre eran pocas, pero no podía acabar tan pronto con sus esperanzas. No hasta haber seguido todas las pistas posibles.

—En este momento, solo estoy tratando de descartar posibilidades —dijo Slim—. Cuantas más elimine, más probable será descubrir una pista que desvele lo que pasó. —Hizo una pausa, mirando a Elena mientras esta comía, sin mirar al frente—. Siento tener que preguntar esto, pero, como digo, tengo que eliminar posibilidades. ¿Había alguna razón por la que su madre pudiera haber querido huir?

Elena pareció sorprendida por un momento. Se estremeció como si le hubiera llegado de repente un aire helado, antes de recuperar la compostura. Cuando miró al frente, Slim pudo adivinar por su mirada que era algo en lo que nunca había pensado.

—Hasta donde yo sé, no había ninguna razón por la que mi madre pudiera haber querido marcharse. No salíamos en el periódico, si se puede decir así. Mis padres no tuvieron un matrimonio perfecto, pero funcionaba bastante bien comparado con otros. Yo tenía doce años y sabía lo que pasaba. Hubo tensión cuando mi padre fue despedido, también cuando mi madre asumió más turnos. Pero fueron cosas aisladas y se arreglaron por sí solas. Mi padre consiguió otro empleo. La jornada laboral de mi madre volvió a ser normal. Cosas cotidianas. Era raro que discutieran. He pensado mucho en eso y solía preguntarme si mi madre tendría un amante con el que se había fugado. Pero nos llevábamos bien. ¿Por qué iba a abandonarme? ¿Por qué todos estos años de silencio? Mi padre… se enfadaba pocas veces. No era una bestia en la intimidad. Si hubiera querido dejarlo, él no habría hecho nada.

Slim asintió. Hacía garabatos en un cuaderno, preguntándose si había algo útil que anotar.

—¿Ha recibido algún correo extraño en estos años? —preguntó—. ¿Cartas sin firmar, postales de Navidad, algo así?

Elena sacudió la cabeza.

—Siempre he tenido sospechas de cualquier cosa que no podía identificar. Pero al final siempre averiguaba quién lo había enviado.