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Donde Se Oculta El Peligro
Donde Se Oculta El Peligro
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Donde Se Oculta El Peligro

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Ahora ella podía verlo todo, su sexo entero, su núcleo, donde sus dedos seguían con su movimiento hipnótico mientras masajeaba su clítoris.

"Dios." La palabra se escapó de sus labios.

Sus ojos se clavaron en ella. "Te calienta, ¿verdad? Pensé que lo haría."

Taylor vagamente podía oirlo ahora, aunque él no debaja de hablarle meintras convertía su clítoris en un nudo palpitante de tejido y su vaina codiciosa. Queriendo más, necesitando más, movió sus manos a la parte interior de sus muslos, manteniendo sus piernas extendidas para no obstruir la vista del espejo.

Cada una de las sensaciones de su cuerpo se incrementaron, consumiendola hasta que no existiera nada más que un intenso orgasmo. Intentó apartarse de él, aterrorizada por un lugar en el que nunca había estado, pero con la necesidad de ir. Su cuerpo le dio la bienvenida mientras su mente lo combatía. Una fina capa de sudor la cubría y le costaba respirar.

"No lo combatas." Su voz era oscura y seductora. "Acompáñalo. Deja que venga."

Sin previo aviso, el orgasmo se apoderó de ella, un violento levantamiento y sacudida, olas de sensaciones que golpeaban su cuerpo, la lanzaban de un lado a otro y la golpeaban con una intensidad aterradora. Los espasmos la sorprendieron más allá de su control. Su sangre estaba caliente. No—templada. No—caliente.

Él movió una mano para presionar su abdomen y mantenerla en su sitio mientras su cuerpo se entregaba al orgasmo. "Mira," ordenó él. "No apartes la mirada."

Taylor quiso echar la cabeza atras y gritar con éxtasis, pero se obligó a mirar el espejo. Vio como las paredes de su coño agarraban sus dedos, palpitaban contra ellos y el líquido brotaba de ella hacia su mano. Sus ojos se centraron en su cara, mirando, tal vez midiendo la fuerza de sus espasmos. En su punto más alto, empujó con más fuerza dentro de ella y sus dedos rozaron el punto sensible que la hizo caer de nuevo, un juguete en el viento que la consumía.

Mantuvo sus dedos dentro de la vaina, acariciando la carne aún temblorosa hasta que la última réplica se apagó. Cuando los sacó, los llevó a su boca y lamió cada uno con cuidado. Sus ojos brillaron. "Dulce crema, pequeña. Muy dulce."

Apartando el espejo, también se movió hasta quedar tumbado junto a ella. Tiró de su cuerpo contra el suyo, todavía temblando por su climax. Le acarició la espalda, sus grandes manos la acariciaron y la sostuvieron mientras su respiración volvía a ser algo parecido a la normal.

Esto tiene que ser la cosa más loca que él haya hecho nunca. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No tenía nada que hacer en esta habitación con esta mujer en particular. Un disparo sería demasiado generoso para él.

No era un hombre que se dejara llevar por su polla. Ni mucho menos. Y la pasión era una emoción prohibida en su vida. El pasado le había enseñado lo que podía ser una trampa. Le picaba y se rascaba. Cuando satisfacía sus necesidades sexuales, siempre era sincero con las mujeres que se llevaba a la cama. No esperes nada, les decía. No tenía nada que ofrecer.

Sin embargo, aquí estaba, incapaz de alejarse de esta mujer que le hacía sentir cosas muertas y enterradas desde hace tiempo. Una mujer con quien no tenía nada que ver en primer lugar.

Considerando su edad, era sorprendentemente inexperta, pero el fuego floreció bajo la piel de alabastro y se encendió en sus ojos verde esmeralda. Su falta de experiencia hacía que se calentara más que por la mujer en sí. Con cada respuesta que obtenía de ella, su propio cuerpo reaccionaba.

Sus ojos deboraron su desnudez, imprimiendo la imagen en su mente. Era una miniatura de Rubens que cobraba vida, todo curvas exuberantes y carne voluptuosa. Pechos que cabían bien en la palma de sus manos. Caderas y muslos con los que un hombre podía darse un festín. Su piel tan suave y satinada que al tocarla le calentaba la sangre y le palpitaba la polla.

Ella no se recortó ni se depiló el vello púbico y él se preguntó cómo sería ese tentador coño totalmente desnudo. Su polla se agitó cuando la visión se disparó en su cerebro.

La rabia irracional le arañó, el resentimiento hacia la mujer por hacerle sentir cosas cuando él quería que esto no fuera más que un acto de satisfacción física. Amargura que no podía apartar de ella, atraído por el tirón de un hilo invisible que ella, sin saberlo, ejercía sobre él. Sabía que la ira le había hecho comportarse de forma espantosa, pero no parecía poder hacer otra cosa.

Si hubiera tenido la fuerza de alejarse antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero no la había tenido entonces, no la tendría ahora. En vez de eso, había tratado de hacer que le despreciara utilizando palabras groseras y obligándola a hacer cosas como el truco del espejo. Sus gustos y hábitos sexuales estaban muy por encima de todo lo que Taylor Scott había experimentado nunca. Estaba seguro de ello. Las mujer que se llevaba a la cama sabían lo que era y lo que esperaba. No eran novatas a las que se pudiera asustar.

Y ella lo sería si esto llegaba a algún lado, si él dejara que las cosas se salieran de control otra vez. Taylor Scott no estaba en el tipo de juegos sexuales en los que él estaba. Tampoco era el tipo de mujer que un hombre se lleva a la cama para un polvo rápido. Sabía que el desbloqueo de su sexualidad esta noche había sido una reacción al caos de su vida. Ciertamente, nadie lo sabía mejor que él. Ella se merecía a alguien que la sedujera y engatusara, desenvolviendo cada capa con cuidado y atención. Él la estaba bombardeando, asaltando sus sentidos para levarla lejos.

Él tenía sus motivos. Esta mujer podía llegar a la superficie si él se lo permitía y eso no era una opción aceptable. Tenía que poner espacio emocional entre ellos. Recuperar su famoso control. Cuando esta noche terminara, esto tenía que instalarse en el fondo de su mente, no tentarla para encontrarla de nuevo, despojarla de su ropa y follarla sin sentido.

O admitir la duplicidad que le estaba ocultando, una verdad que seguramente proporcionaría aún más combustible para su ira.

Capítulo Tres

Taylor dejó que el calor del gran cuerpo que tenía al lado la calmara mientras su pulso se ralentizaba y recuperaba la sensación de normalidad. Levantó una mano hacia su pecho y pasó los dedos por la gruesa piel que cubría el duro músculo. Cuando rozó sus pezones planos, éstos se endurecieron y ella lo miró, sobresaltada.

"Eres nueva en esto, ¿verdad?" Él levantó la cabeza. "Sí, los pezones de los hombres son tan sensibles como los de las mujeres. Se excitan igual. Y se estimulan otras partes del cuerpo también."

Su polla, totalmente excitada, hizo presión contra ella, y sin pensarlo, la rodeó con los dedos. La vara era dura como una roca, un centro de acero con una piel suave que lo acunaba. Palpó las venas y las crestas, pasando el pulgar por el ancho de la cabeza para captar la humedad que allí se encontraba. ¿Debería decirle que tampoco había hecho esto nunca? Excepto por un idiota que la obligó a masturbarlo y no la soltó hasta que ella lo hizo.

Esto es tan diferente que no hay comparación.

Se apartó de él, se sentó y tomó la vara caliente con ambas manos. Acunándolo, lo miró con curiosidad. El cuerpo a su lado estaba rígido, expectante. Ella seguía pensando que su erección era enorme y dudaba de su capacidad para metérsela toda en el cuerpo, pero se deleitaba con ese pensamiento. Unas pesadas venas la corrían a lo largo de los lados y la cabeza era ancha, de color púrpura oscuro. Unas gotas de líquido se asomaron por la punta. Pasó la punta de un dedo por ella y la lamió lentamente. Sabía salado y un poco dulce.

Respondiendo a un impulso primigenio, se inclinó hacia delante y pasó la lengua por la cabeza, tocando con la punta la pequeña abertura.

"Jesús, Taylor." Le agarró la cabeza y tiró de ella hacia atrás. "Me encantaría correrme en tu boca, pero no antes de que te folle el coño."

Su uso de palabras que hasta ahora habían pasado de puntillas por la periferia de su vocabulario hizo que la bestia de su cuerpo volviera a cobrar vida. La levantó para que se tumbara sobre él y acunó su cara entre las manos.

Antes de que vayamos con eso, voy a follarte con mi boca y a saciarme de probar el delicioso manjar que eres. Voy a deslizar mi polla dentro de tu apretado coño y hacer que te corras a gusto." Le tocó una nalga, deslizando las yemas de los dedos en la hendidura y trazando la línea. Cuando tocó la anchura de su ano, ella saltó. Él rió, un sonido gutural. "Apuesto a que nunca te había tocado nadie ahí, ¿verdad? No sabes lo mucho que me gustaría follar ese culo virgen."

Cada músculo de su cuerpo se tensó mientras una oscura emoción la recorría.

De repente, él rodó para que ella estuviera de espaldas, mirándole.

"No tienes ni idea de las cosas que quiero hacerte." Dió una pausa. "Taylor." Recalcó su nombre. "Qúe mal que solo tengamos esta noche."

Sí. Qué mal.

Tocó su cuerpo como si fuese un violín, haciendo cosas con las que ella nunca había soñado. Ahora, él tenía las piernas de ella sobre sus hombros, su anchura separando sus muslos, y su boca la estaba volviendo loca. La mantuvo abierta con los pulgares mientras usaba su lengua para saborearla con golpes tan ligeros que la hizo querer gritar. Ella trató de empujar sus caderas hacia él, pero él la sujetó con firmeza.

"Te lo dije." La miró, con la humedad de su coño brillando en sus labios. "No voy a ir con prisa."

Agachó la cabeza de nuevo y volvió a lamer solo los labios exteriores, sujetandolos para su exploración.

"Por favor," suplicó ella, su cuerpo suspendido en un estado de excitación que pedía a gritos ser liberado.

Él se rió, un sonido bajo y áspero. "Coje el espejo."

"¿Qué? ¿Espejo?" Su cerebro empezaba a fallar de nuevo.

"El espejo. Está justo al lado de tu mano. Cógelo. Quiero que mires esto de nuevo. Quiero que veas lo que yo veo cuando te abro como a una flor."

Sin fuerzas para negarle nada, levantó el espejo y lo mantuvo alejado de su cuerpo. Le pasó la mano por debajo de un muslo para que viera cada centímetro de su coño. Estaba fascinada, no podía dejar de mirar. La tenía totalmente expuesta, sus labios abiertos, los tejidos rosados oscurecidos palpitando ligéramente por su estimulación.

"Ves lo sensible que eres?" Movió una mano para pellizcar la punta de su clítoris y arrastrarla hacia delante.

Al instante, vio que más líquido mojaba su tejido y sus palpitantes paredes vaginales. Con sus jugos cubriendo un dedo, lo pasó de un lado a otro por la punta de su hinchado bulto. Una espiral de desesperada necesidad se estrechaba dentro de ella con cada movimiento de su mano. Verle hacer esto solo aumentaba su excitación.

Le quitó el espejo y lo tiró a un lado. "Cuando vuelvas a casa, dondequiera que esté, quiero que te acuestes en la cama por la noche y recuerdes esto. Coge este espejo, colócalo entre tus piernas y tócate. Imagínate que es mi mano. Y si volvemos a encontrarnos, quiero que tengas esa imagen en tu mente."

Volvió a dedicarse a su tarea, lamiendo sus tejidos abiertos antes de deslizar la lengua en su vaina y moverla dentro y fuera con un movimiento constante. Lamió toda su longitud y luego tomó su clítoris entre sus dientes y lo mordió suavemente.

La intensidad creció en ella, abajo en su estómago, al fondo en su coño. Pero cuando ella se movió, él retrocedió, deteniéndose hasta que ella quiso gritar. La miró como esperando alguna señal para volver a empezar.

Intentó sujetar su cabeza hacia ella, pasando los dedos por la seda negra que era su pelo, pero él era demasiado fuerte para ella—demasiado decidido. Cuando pensó que perdería la cabeza, él metió dos dedos dentro de ella, empapándolos en sus copiosos líquidos.

"¿Quieres correrte, pequeña?" Su voz era gruesa con lujuria, sus ojos quemándola como dos rayos láseres. "¿Quieres que te lleve al límite?"

"Sí, sí, sí," cantó ella, tratando de urgirlo con sus caderas.

Sintió su lengua dentro de ella de nuevo, y una mano pellizcando y tirando de su clítoris. Sin previo aviso, le metió uno de sus dedos cubiertos de fluidos en el culo. Ella gritó y se corrió con tal intensidad que pensó que se le romperían los huesos. Mientras la follaba con su lengua, movía su dedo dentro y fuera de su culo al mismo ritmo. El doble asalto la hizo subir más y más hasta que estuvo segura de que no podría aguantar más.

No le dió descanso, sujetándola con las piernas levantadas sobre sus hombros, su lengua y sus dedos implacables. Por fin, por fin, mientras los escalofríos disminuían lentamente, él buscó algo en la mesita de noche y ella lo vio enrollar un condón en su enorme erección.

Dios, ¿va a hacerlo ahora?

Ella estaba tán cansada que no sabía como lidiaría con ello.

Pero entonces él estaba allí, la cabeza de su polla justo en su entrada, justo en la pequeña y apretada abertura. Él todavía sujetaba sus piernas encima de sus hombros, dándole mejor acceso. Ella cerró las manos en puños mientras él la empujaba lentamente, retirándose y volviendo a empujar. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Su cuerpo no se podía estirar, ella quería decírselo. Y apenas podía respirar, se sentía muy llena.

Cuando abrió los ojos, él la estaba mirando, ese mismo brillo caliente que arde en los iris negros.

"No puedo," trató de decir.

"Sí, puedes. Respira ondo, después suéltalo."

Ella lo hizo como él indicó, al exhalar, él apretó fuerte una vez más, él estaba dentro de ella hasta el fondo. ¡Dios! Sentirlo era increíble.

"¿Estás bien?" preguntó él, mirandola fijamente.

Asintió, incapaz de formular palabra.

"No tienes ni idea de lo que amaría ver mi polla en tu boca, sentir tu lengua en ella, tus labios alrededor mio. Pero he ido demasiado lejos, así que supongo que eso tendrá que ser una de mis fantasías. Pero embestir tu coño será el éxtasis más dulce, pequeña". Negó con la cabeza mientras ella abría la boca. "Taylor. Voy a follarte más allá de lo que creías posible."

Su mirada él se clavó en ella mientras comenzaba la lenta danza, el ritmo constante de entrada y salida, de ida y vuelta, el roce de su polla contra las paredes de su coño tan erótico que pensó que se correría sólo por esa sensación. Encerró los tobillos detrás de su cuello para equilibrarse y luego no pudo pensar en absoluto. Su mundo consistía en su bastón mientras la acariciaba dentro y fuera, el suave golpeteo de sus pelotas contra su culo como contrapunto.

Siguió y siguió, sin variar el ritmo. Dentro y fuera. Adelante y atrás. El sudor de su cuerpo estaba húmedo bajo la piel de sus pantorrillas, los músculos de sus brazos tensos mientras se mantenía en su sitio.

"Toma tus pezones", jadeó. "Pellízcalos para mí."

Deseando desesperadamente que la llevara al límite, los frotó y pellizcó. La sensación era tan intensa que frotó y pellizcó más fuerte, instándole silenciosamente a ir más rápido.

"Dime, Taylor. Déjame escuchar lo que vas a decir."

¿Decir el qué? ¿Qué es lo que quiere?

Ella a penas escuchaba su voz. No podía escuchar, no podía pensar, sólo podía sentir la inmensa polla que tenía dentro suyo, empujándola más y más, hasta que sólo pudo concentrarse en la necesidad de su coño.

"Dime que te folle," gritó con los dientes apretados.

Sí. Lo que sea. Sólo hazlo.

"Fóllame," gritó ella.

"Ahora, Taylor. Córrete ahora." Empujó con fuerza una última vez y, al comenzar su liberación, provocó la de ella. El orgasmo la tomó con tal fuerza que pensó que no sobreviviría. Ella palpitaba y convulsionaba y se empalaba en él, utilizando su cuerpo para exigirle que se mantuviera en su sitio, muy dentro de ella.

Cuando el último escalofrío desapareció y él bajó suavemente sus piernas a la cama, ella se hundió en un sueño más profundo que cualquier otro que hubiera conocido.

* * * *

Mantuvo todas las ventanas del coche abiertas mientras se alejaba de San Antonio. Su intención había sido volver al rancho esta noche, pero estaba seguro de que el hombre que le esperaba sería capaz de leer sus pecados escritos en su cara.

¡Mierda!

La había liado muchisimo.

Seguir su taxi hasta el hotel había sido fácil. Cuando la vio entrar en el bar, intuyó una oportunidad ideal para investigar. Consigue información de ella para el viejo. A decir verdad, había imaginado que encontraría una vagabunda. O una conspiradora que buscara ganar mucho dinero. O simplemente una estafadora común y corriente que había apostado por la mayor marca de todas.

Pero Taylor Scott no era nada de eso. Lo que ella había resultado ser era alguien de quien él había sido completamente incapaz de alejarse. Le sorprendió que se le pusiera dura al instante con sólo sentarse junto a ella en el bar. Acompañarla a su habitación había sido el fallo más grande, un impulso caballeresco del que se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca. En el momento en que ella lo había tocado, se había deshecho.

Obviamente había tenido muchas mujeres. Tal vez más de las que le correspondían. Pero ninguna había tenido nombre o cara, todas eran un narcótico para borrar el dolor que vivía en su alma. Sabían lo que les esperaba y se ofrecieron de buen grado al hombre cuyos apetitos sexuales eran legendarios.

Taylor no se parecía a ninguna de ellas, con una cualidad que era a la vez terrenal y dulce, y en el momento en que ella había presionado sus labios contra los suyos en ese atrevido beso, algo había irrumpido en él. Un rayo habría tenido menos efecto sobre él. El calor sexual sólo era parte de eso. Se sentía como si hubiera estado esperando una eternidad por ella y eso era lo que le asustaba.

No se había cansado de tocarla. De saborearla. Enterrándose profundamente dentro de ella. No podía borrar la memoria de sus suaves labios en su boca, en su caliente erección, o la sensación de su apretada y húmeda vaina apretada alrededor de él. Ella estaba en su sangre, infundida en él como una droga. Incluso ahora su cabeza seguía en aquella habitación de hotel y su polla totalmente excitada deseaba que así fuera.

El tacto de sus manos sobre su piel había sido tan suave como el beso de una mariposa, la sensación de su coño alrededor de su polla un puño apretado y húmedo que sacaba cada gota de él. Todavía podía sentir el golpe de sus testículos contra su firme culo mientras se introducía en ella. Sientiendo su piel suave y satinada y sus pezones gruesos, del tamaño adecuado para su boca. Inhalando el persistente aroma de su esencia, más dulce que la mejor pastelería. Su esencia se incrustó en sus fosas nasales y la sensación de su pelo y su piel se marcó en sus manos. Si cerraba los ojos, la imagen de ella desnuda, el pelo revuelto alrededor de ella como un marimacho, los ojos encendidos, hicieron que se le pusiera dura al instante.

Pero no era solo su cuerpo lo que lo capturó. Había visto a través de esos vivos ojos verdes y sintió que se ahogaba. La angustia se había agitado en su interior y él había querido quitarle el dolor. Sin embargo, había intuido que jugar el papel de protector con ella sería un error. No, esta era una mujer llena de agallas y determinación. Puede que lo haya reprimido toda su vida, pero el tigre que se escondía en su interior estaba a punto de rugir.

Habia muchos motivos por los que la noche entera había sido una mala idea. Pero si tenía la oportunidad de repetirla, sabía que lo haría. Quería poseer a esta mujer casi más que cualquier otra cosa en el mundo, y esa era la peor idea de todas. Las mujeres como ella tenían relaciones y los hombres como él no. Sin duda no con alguien como Taylor Scott. ¿Por qué no podía alejarse de ella como lo había hecho de todas las mujeres de los anteriores diez años? Sabía con tanta certeza como respirar aire que si la volvía a ver la desnudaría y se la follaría a la primera oportunidad.

Era implacable a la hora de controlar sus impulsos sexuales. Las mujeres que habían compartido su cama se habían asombrado de su capacidad para darles horas de placer antes de tomar el suyo. Nunca les había dicho que su distanciamiento mental le permitía controlar su cuerpo y, por tanto, el ritmo y la variedad de la actividad de la noche.

Nadie había llegado a lo más profundo de su ser, donde guardaba la pantera enjaulada, como lo hizo Taylor en una noche. Ni siquiera su famosa e implacable disciplina personal pudo purgarla de su sistema. ¿Cómo diablos había dejado que una pequeña hembra lo echara todo a perder en un abrir y cerrar de ojos?

No sabía si la rabia que le invadía era contra ella o contra él mismo. Había pensado en alejarla, en hacer que lo odiara con la crudeza del sexo, con su comportamiento grosero. Lo que sea para matar el sentimiento que crecía dentro de él. Todo lo que había hecho era llevar a ambos a un mayor nivel de excitación. ¿Y por qué le había dicho una y otra vez que se diera placer en casa y pensara en él mientras lo hacía? ¿Que recordara cómo le tocaba y qué le hacía sentir?

¡Jesús!

Se alegraba muchísimo de que se fuera de la ciudad. Si la volvía a ver, toda buena intención, toda advertencia a sí mismo se rompería como un cristal fino. Mañana haría su reporte, seguiría en la estructura bien definida de su vida y rezaría al cielo para que las circunstancias cambiaran y no tuviera que volver a verla.

* * * *

La primera cosa de la que Taylor se dió cuenta cuando abrió los ojos era que le dolían todos los músculos de su cuerpo. De dentro y de fuera. La segunda era que tenía la madre de todos los dolores de cabeza. La habitación estaba todavía oscura, las pesadas cortinas ocultaban las ventanas. Deslizó los ojos hacia la derecha, donde estaba el radio-despertador, y parpadeó ante los números.

¿Doce en punto?

¿Del mediodía?

No era posible.

Se sentó, después decidió que no había sido buena idea. Sentía su cuerpo como si un camión le hubiera pasado por encima, dado marcha atrás y vuelto a pisar. Y toda una sección de percusión estaba practicando en su cabeza. La habitación apestaba a sexo, su aroma se pegaba a su piel y a las sábanas y flotaba en el aire. Mientras se recostaba en las almohadas, la noche anterior se le vino encima como un sueño aterrador.

Dios, Taylor. ¿Qué has hecho?