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Papi Toma El Mando
Papi Toma El Mando
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Papi Toma El Mando

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Espera, le había dicho por teléfono la voz fuerte y firme de su madre, que intentaba tranquilizarla. Déjame hacer algunas llamadas telefónicas, ya se me ocurrirá algo. Dúchate, come algo, duerme. Cuídate. Mañana estaré ahí.

No podía comer; se sentía muy enferma para eso, y le dolía mucho la cabeza. Pero después de la ducha, si el agotamiento total era un indicio, podría dormir. Más allá de eso, no podía prometer nada.

Incluso desde la casa, Sarah podía ver el agua subir. Había sacado a las ovejas justo a tiempo. Gracias a Bert. Las vallas estaban casi sumergidas en los corrales más cercanos al río, y la lluvia no mostraba signos de amainar. Un relámpago la hizo saltar, y el ruido del trueno que siguió inmediatamente la hizo temblar. Ahora no sería capaz de dormir, no con la tormenta que se desataba en el exterior. Siempre había odiado las tormentas eléctricas. De niña le aterrorizaban, especialmente por la noche, cuando el relámpago interceptaba la oscuridad, iluminando todo lo que la rodeaba durante una fracción de segundo, antes de que el estruendo del trueno volviera espeluznante su entorno familiar. Cuando eso ocurría salía corriendo y entraba de puntillas en la habitación de Jasón, se subía a la cama con él, temblando de miedo, mientras la tormenta azotaba la casa. Está bien, hermana. Esas siempre habían sido sus palabras. Nunca se burlaba, sólo la calmaba, la protegía y la comprendía. Nadie más sabía lo asustada que estaba por las tormentas; nadie excepto Jason.

Un destello de culpa la atravesó al ver el estado de su habitación. No podía dejar sus trofeos en el suelo; tenía que arreglarlos.

Capítulo cuatro

Lo primero que notó Sarah cuando despertó fue que no sólo había dejado de llover, sino que el sol entraba por su ventana y el cielo estaba hermoso, claro y azul, sin nubes. Ya, gran parte de la inundación había bajado. El suelo estaría empapado, lo sabía, pero las vallas eran cada vez más visibles, con escombros esparcidos sobre los alambres que evidenciaban lo lejos que había llegado el río.

Por primera vez en mucho tiempo, su cabeza no dolía tanto. En lugar de hacer el duro trabajo físico que se había convertido en su nueva normalidad, había pasado la mayor parte de la tarde de ayer en la habitación de Jason, primero ordenando los CDs y trofeos y luego recordando. Recordando a Jason, recordando su infancia, recordando tiempos más felices. La vida había sido buena, en ese entonces. Sin preocupaciones. Su futuro estaba todo planeado: Jason iba a hacerse cargo de la granja, y ella iba a ir a la Universidad de Otago y estudiar para ser una veterinaria de animales grandes, para cuidar de los animales que amaba. Y ahora... ahora su vida era un caos.

Arrojando las mantas, se levantó rápidamente de la cama. Había decidido dejar la granja y volver a Wellington, para terminar sus estudios, pero primero, su madre iba a venir. Y tenía que organizar la casa. Tenía que ponerse a trabajar. Incluso después de descansar del trabajo de ayer, y de un sueño relativamente bueno, seguía estando cansada hasta los huesos. El cansancio amenazaba con abrumarla mientras se dirigía a la cocina, pero ella lo apartó. Sólo tendría que soportar el cansancio por unos días más y luego se marcharía. De vuelta a su vida en la ciudad, a sus estudios, a sus amigos.

Después de tomarse una taza de café, Sarah limpió y aspiró la casa, miró su reloj y gimió. Su madre llegaría en cualquier momento, y todavía tenía que limpiar las huellas de barro del suelo de la cocina y lavar los platos. No podía dejar que su madre viera la casa así. Aunque Karen siempre había criado y entrenado caballos y ayudado en la granja, así como en el mantenimiento de los libros de la granja, su casa siempre había estado impecable. Jamás había habido polvo en los zócalos como ahora; los calcetines nunca antes se habían pegado a parches pegajosos en el suelo, y los platos sucios nunca se habían amontonado hasta tener moho.

El traqueteo del vehículo familiar frente la reja, hizo que dejara la aspiradora a un lado. La limpieza tendría que esperar.

Sarah vio a su madre bajar del elegante sedán plateado Holden que su padre había comprado justo antes de que ella se fuera a la universidad. Estaba cubierto de salpicaduras de barro ahora, pero así como siempre había estado la casa, el auto sin embargo, lucía impecable. Así era Karen: ordenada, limpia, metódica. Muy diferente a Sarah que era desorganizada y soñadora.

Desde la terraza, podía ver a su madre inclinando la cabeza hacia atrás para respirar profundamente el aroma de la granja. La lluvia siempre revitalizaba la frescura del aire, despejando el polvo.

Extendiendo sus brazos, se reconfortó con el calor del abrazo de su madre. La mujer mayor parecía cansada, era evidente, y lucía más envejecida que unas semanas antes. La preocupación nublaba su rostro y tenía ojeras que nunca tuvo antes. Aunque Karen siempre había sido una mujer alta, con hombros grandes y un busto grande, ahora se veía encorvada y desgastada, y mucho más vieja que sus cincuenta y dos años. El sufrimiento que había atravesado recientemente se evidenciaba en su aspecto físico. Sarah se preparó para un regaño por el estado de la casa, pero no pasó eso. En su lugar, su madre tranquilamente puso la tetera y empezó a limpiar de forma tranquila y metódica, con una serenidad que Sarah envidiaba. Karen con serenidad, ponía orden en el caos, un talento que Sarah no había heredado.

Sarah se hundió en una de las duras sillas de la cocina, el agotamiento se grabó en cada hueso de su cuerpo. Sabía que debía ayudar a su madre, pero no tenía fuerzas para ello. Apoyando su antebrazo en la mesa, se inclinó hacia adelante, deseando poder cerrar sus ojos cansados, sólo por un momento.

"Sabes que en primavera y verano tu padre necesitaba mucho de mi ayuda. Esta granja es demasiado grande para que la dirija una sola persona. Has estado haciendo un buen trabajo aquí, tú sola".

––––––––

El inesperado elogio hizo sonreír a Sarah, quién se sentó y se encogió de hombros. "Hice lo mejor que pude. No fue suficiente, pero al menos lo intenté. De todos modos, pronto regresaré a la ciudad. No tiene sentido que me quede más tiempo aquí".

Karen sacó sus manos del fregadero y las apoyó en el borde del banco, con los antebrazos mojados con burbujas. Parecía abatida. Sarah se puso tensa; se preparó mentalmente para defender su decisión.

"Se te necesita aquí, Sarah", dijo Karen con firmeza. "Eres una Taylor, esta granja ha estado en manos de los Taylor desde siempre, y tiene que permanecer en manos de los Taylor", prosiguió viendo a Sarah con una mirada tan feroz que ella no pudo evitar encogerse en su silla, derrotada.

"No lo entiendes, ¿verdad? Papá tiene razón, soy una inútil. No estoy hecha para ser un granjera".

Karen se burló, sumergiendo sus brazos en el agua jabonosa de nuevo. "¿Por qué siempre tienes que escuchar a tu padre cuando está en uno de esos estados de ánimo? Ignóralo cuando habla despectivamente, es habitual en él. Ya lo sabes." Karen golpeó una taza recién lavada contra el escurridor con más fuerza de la necesaria. "¿No puede la Universidad esperar, sólo un poco más? Tu padre será transferido a la Unidad de Espina Dorsal de Burwood mañana, en Christchurch. Por supuesto que me va a necesitar con él. Nos quedaremos allí en el futuro inmediato".

"Uh-huh". ¿A dónde va esto? Sarah se preguntaba. Ya sabía que sus padres no volverían aquí pronto. ¿Qué es lo que estaba pasando?

"Ayer te dije que haría algunas llamadas telefónicas y que te ayudaría. Ya lo he hecho. Nick llegará mañana. Sólo puede quedarse un año, es un campeón de toros y se va a Australia el año que viene para competir en el circuito de rodeo de allí. Pero es un comienzo".

"Bien. No me necesitarán aquí entonces". Aunque sabía que debía estar contenta, el saber que estaba de sobra le golpeó como un puñetazo en las tripas. ¿Qué le pasaba?

"Sí, te necesitamos aquí". La voz de Karen era firme, llena de pasión, y el cuerpo de Sarah estaba tenso, listo para luchar por su derecho a irse. "Mira, Sarah, eres la única esperanza para este lugar. No quiero estar sentada ahí arriba preocupándome por la granja, preocupándome por mis caballos... Necesito más tiempo. Por favor, quédate un poco más. Necesito saber que estás aquí, supervisando todo". Karen suspiró, luego respiró profundamente antes de volver a ver los ojos de Sarah. "Voy a necesitar toda mi fuerza para ayudar a tu padre. Esto lo ha golpeado con fuerza, sabes".

Sarah tragó saliva. Por supuesto, ella sabía que el accidente de su padre le había golpeado con fuerza. Era una cáscara de su antiguo yo; apenas podía imaginar lo que este último accidente debía haberle hecho a su estado mental. Pero si alguien podía ayudarle a superarlo, y a aprender a amar la vida de nuevo, era su madre. Pero... ella tenía sus propios planes, sus propios sueños.

Madre e hija se quedaron allí un momento, envueltas en una invisible batalla de voluntades. Ninguna de las dos miró hacia otro lado. Un hormigueo recorrió la columna vertebral de Sarah al oír la voz de su hermano diciéndole las palabras que le había dicho tantas veces cuando estaba vivo: Escúchala, hermana. Sabes que tiene razón.

Sarah suspiró y miró hacia otro lado, primero a sus pies, luego por la ventana hacia las colinas. Respiró profundamente. "Está bien, lo haré. Me quedaré hasta el final del año. Pero a principios del año que viene, volveré a la universidad. Es lo mejor que puedo hacer".

"Gracias, Sarah." El alivio que reflejó el rostro de Karen conmocionó a Sarah hasta la médula. ¿Por qué siempre era ella la que terminaba sintiéndose culpable?

Pero sólo había una pregunta.

"Así que este nuevo administrador. Es de por aquí cerca, supongo", se devanó los sesos, imaginado quien podría ser. Conocía a todos los locales, había crecido con la mayoría de ellos, y por lo que sabía, ninguno de ellos era un campeón de toros.

"Es de Bahía Hawkes, creo. ¿Por qué?".

"Bueno, es sólo... Umm." ¿No era obvio? "¿Dónde va a vivir? No tenemos ningún alojamiento para trabajadores".

Karen parpadeó, como si eso también fuera obvio. "Va a vivir aquí en la casa", dijo. "Contigo".

Sarah sintió que su boca se abría con horror. Trató de objetar, pero se quedó sin palabras. Trató de sacudir la cabeza, pero no pudo hacerlo. Estaba tan sorprendida por la idea de que se había quedado paralizada.

"¡Bueno, te fuiste a vivir con un montón de desconocidos, en una ciudad extraña, debo añadir!", dijo Karen, sumergiendo sus manos en el fregadero, evitando los ojos de Sarah. "No veo la diferencia", añadió.

Sarah se quedó en silencio, tratando de entender todo lo que le había dicho. Un extraño viviría en su casa, y se mudaría mañana. Sí, era eso.

"Hay una cerradura en la puerta de tu dormitorio. Y en el baño. Estarás bien", dijo Karen, como si la privacidad fuera lo único que le preocupara a Sarah respecto a su nuevo inquilino.

"¿Sabes algo de este tipo?" preguntó Sarah, incrédula.

"No", admitió Karen, demasiado alegremente. "Pero él está muy bien recomendado. Sus referencias son magníficas. Me han dicho que es todo un caballero. Estarás bien".

"¿Qué dice papá de todo esto? Estoy segura de que preferiría que volviera a Wellington".

Karen se puso rígida.

"No lo sabe, ¿verdad?" Sarah sabía que no había manera de que su padre permitiera que un extraño tomara el lugar de su hermano. No sin mucha persuasión.

"Tu padre no está en condiciones de tomar decisiones sobre nada", anunció Karen, a la defensiva. "Pero es lo mejor que puede hacer, sabes que lo es".

"Espero que tengas razón". ¡Más vale que no sea un asesino con hacha ni nada de eso!

"Ven a secar estos platos para mí, amor", la voz de su madre interrumpió sus pensamientos. "Entonces podremos preparar la habitación de invitados. Espero que sea lo suficientemente cómoda para él. No es una habitación grande, pero tendrá que servir".

* * *

Gracias a la ayuda de Karen, la casa volvió a estar en orden y una cazuela se estaba cocinando a fuego lento en el horno, pero aunque olía y sabía delicioso, Sarah no podía comer más que unos pocos bocados. Su estómago estaba lleno de nudos. ¿Estaba haciendo lo correcto, aceptando quedarse? No estaba segura. Nunca había tenido ninguna duda de que iba a ser veterinaria. Sus asignaturas en la escuela habían sido elegidas con esa carrera en mente, y todos los sacrificios que había hecho desde entonces, habían valido la pena sólo porque sabía cuál sería el resultado final de todo ello. Entonces, ¿por qué, ahora, estaba dispuesta a dejarlo todo en suspenso?

Abriendo la puerta de la habitación de Jason, ahora ordenada y recién aspirada, se tumbó en su cama. Miró fijamente al techo antes de darse la vuelta, para agarrar su almohada y hundir su cara en ella. Inhaló profundamente. Antes olía a Jason. Durante mucho tiempo, ella había sido capaz de captar su olor, en lo profundo de la almohada. Pero ya no; había pasado demasiado tiempo. Ahora, si ella ignoraba todos los objetos personales que se exhibían en la habitación, casi podía creer que él nunca había estado aquí.

Sus hombros temblaron y ahogó un sollozo, apretando la almohada contra su cara. Ella no lloraría, no ahora. Llorar no resolvería nada; nunca lo había hecho, y había llorado más de lo que le correspondía durante varios años.

Todo va a estar bien, hermana. Ahí estaba su voz de nuevo, tan clara en su cabeza, que era fácil para ella creer que él estaba parado a su lado. Pero no lo estaba; era sólo el recuerdo de su voz familiar, consolándola como siempre lo hizo, en las tormentas, justo cuando ella más lo necesitaba. A pesar del vacío que sentía, oír la voz de su hermano, aunque sólo fuera en su imaginación, la hacía sonreír.

Necesitas comer. Él también le había dicho esas palabras con bastante frecuencia a lo largo de los años. Solía quedarse tan atrapada en sus sueños, perdida en su pequeño mundo, o montando a caballo por las colinas, que se olvidaba del tiempo. Jason a menudo tenía que venir a buscarla y traerla a casa, recordándole que debía comer.

"Incluso desde el otro lado me estás cuidando, ¿eh?" Ella se puso de pie y se estiró. "Está bien, me voy. Voy a comer. Pero caray, hermano, espero que tengas razón. De verdad, de verdad espero que tengas razón".


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