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Seduciendo A Una Princesa Americana
Dawn Brower
Dos personas extrañas entablan una amistad y se enamoran en medio del caos de la guerra. La Srta. Brianne Collins está acostumbrada a conseguir todo lo que quiere en la vida. Creció en una genuina plantación sureña, pero quiere más. Unirse a la sociedad neoyorquina parece ser su meta final, pero nada resulta como ella lo imaginó. Hasta que conoce a Lord Julian Kendall y entablan una extraña amistad. Julian Kendall es el segundo hijo del Duque de Weston. Para aliviar su aburrimiento comienza a trabajar como espía para la corona. En su primera misión es enviado a América para vigilar al movimiento sufragista. Su tarea le parece una tontería, pero cumple con su trabajo. Después de un tiempo la relación de Julian y Brianne toma un giro inesperado,con la guerra a punto de estallar puede que nunca tengan la oportunidad de descubrir lo que hay en sus corazones. La felicidad parece esquiva mientras la guerra se extiende por todo el mundo, pero ambos se aferran a la esperanza de tener una oportunidad de encontrarla.
Dawn Brower
Seduciendo a una Princesa Americana: Los Descendientes de Marsden
SEDUCIENDO A UNA PRINCESA AMERICANA
LOS DESCENDIENTES DE MARSDEN LIBRO DOS
DAWN BROWER
Traducido por MARIELA CORDERO
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y situaciones son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con locales, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es mera casualidad.
Seduciendo a una Princesa Americana 2019 Copyright © Dawn Brower
Arte de portada y Edición por Victoria Miller
Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso escrito del autor, excepto para el uso de breves citas en una reseña del libro.
Publicado por Tektime
AGRADECIMIENTOS
Gracias a los que me ayudaron a pulir este libro. Elizabeth, eres increíble. Eres la mejor. También gracias una vez más a mi maravillosa editora, Victoria Miller. Cada día me ayudas a ser una mejor escritora y sin ti no estaría donde estoy hoy. Este libro es mucho más asombroso porque me empujaste cuando quise sepultar mis cicatrices y ser terca. En mi mente este libro era perfecto y no podía comprender que necesitaba algo extra para hacerlo aún más especial. Así que no puedo agradecerte lo suficiente por darme la patada en el trasero que necesitaba.
Los personajes de este libro pasan por tantos desafíos que es increíble que no se rindan, que sigan luchando. Al principio parecen casi superficiales y sus preocupaciones un tanto ridículas, pero de alguna manera todos vivimos esos momentos. En los que dudamos, nos cuestionamos, y simplemente miramos fijamente a nuestras vidas y sentimos como si algo faltara. Entonces nos enfrentamos a tiempos difíciles y no tenemos tiempo de compadecernos. Simplemente sobrevivimos. Si tomas algo de este libro, toma esto: Ama tu vida incluso en los instantes más difíciles porque nunca sabes cuándo encontrarás esa chispa de felicidad en el mar de la miseria.
Este libro es para todos los que necesitan algo de alegría en su vida. Mientras que los personajes viven momentos de tristeza y melancolía, al final lo hacen; encuentran un camino hacia su propia felicidad. De otra manera no sería un romance. Tal vez este libro les ayude a todos a encontrar una manera de ver la posibilidad de vivir su propia historia de amor.
CAPÍTULO UNO
Nueva York, 1911
El silbido de un tren resonaba en el túnel, anunciando su llegada a la estación de Penn. El chirrido de los frenos se dejó escuchar poco después, mientras se detenía cerca de la plataforma de salida. Brianne Collins miró por la ventana y respiró hondo. Habían llegado, y ella no podía esperar a explorar todo lo que la ciudad tenía para ofrecerle. Incluso la estación parecía poseer algo nuevo y emocionante. La estación de Penn era brillante, con mármol rosa en todas partes. Estaba recién estrenada, había abierto oficialmente en noviembre, hace apenas seis meses. Con la llegada de la primavera, sus padres finalmente acordaron permitirle venir a Nueva York y experimentar la vida social disponible en la ciudad.
"No te apresures a salir del tren", dijo su madre, Lilliana Collins, con severidad mientras ponía un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja. "Todo el mundo tendrá prisa, y podrías perderte en la confusión. Nos bajaremos después de que la mayoría de los ocupantes hayan salido".
Brianne frunció la nariz en señal de disgusto, pero permaneció sentada, a pesar de que estaba ansiosa por salir y moverse. Daba por hecho que su madre le arruinaría toda la diversión. Su hermano, William, se paró y miró por la ventana. "Hay mucha gente ahí fuera. No me gusta”, dijo pasándose una mano por su cabello oscuro. Sus ojos azules, del mismo tono que los de su madre, tenían una chispa de inquietud en ellos.
"No te gusta nada aparte de Lilimar". Su renombrada casa, herencia de su madre, era una de las pocas plantaciones que quedaban en funcionamiento en Carolina del Sur. Lilimar era una combinación del nombre de su madre, Lilliana Marsden, antes de que se casara con el padre de Brianne, Randall Collins. "Por favor, abstente de enumerar la virtudes del campo. Estamos en Nueva York, y tengo la intención de disfrutarlo". Brianne le mostró a William una sonrisa optimista. "Anímate querido hermano. Una vez que papá se nos una, podrás volver a Lilimar y respirar tranquilo".
William hubiese preferido quedarse en la plantación y ayudar con el manejo de la finca. Si no se hubiera necesitado a su padre en Carolina del Sur, William se habría quedado en casa. El otro negocio familiar era el de los barcos. Se había fusionado con la naviera Marsden hace años, pero su padre seguía siendo el jefe de la compañía. También era propiedad a medias de su tío Liam Marsden, el vizconde Torrington.
Un porcentaje de la compañía naviera era parte de la dote de Brianne. Lilimar era la herencia de William, y un día él sería el dueño absoluto. Brianne sospechaba que su madre le firmaría la escritura pronto. Dedicaba más tiempo que nadie a la plantación. "Me gusta pasar tiempo contigo y con mi madre", dijo William en tono petulante.
"Estoy segura de que así es, querido", le dijo Lilliana.
Su padre había ordenado a William que las acompañara en el viaje a Nueva York. A Randall Collins no le gustaba la idea de que su esposa e hija viajaran a los peligros de la ciudad sin una compañía masculina. "No debería alabarlo, madre", dijo Brianne poniendo los ojos en blanco. "Le alienta a actuar como un niño petulante".
William la miró fijamente. "En este vagón de tren la única que actúa como una niña eres tú. No entiendo por qué te has empeñado en pasar una temporada en Nueva York ¿Acaso no pudiste encontrar a alguien que se casara contigo en Carolina del Sur?".
Su hermano no la entendía. Se trataba de algo más que de solo encontrar el hombre adecuado con el que pasaría el resto de sus días. Se sentía tan… inquieta. Brianne quería algo más.-. Había estado en Inglaterra varias veces visitando a su familia, pero sentía que había sido muy sobreprotegida. Un hombre no era lo que necesitaba. Solo había sido una excusa para obtener el permiso de sus padres para viajar a Nueva York. Se presentaría en sociedad y conocería a nuevas personas. Anhelaba emoción y encontrar un propósito. Brianne esperaba hallar ambas cosas en la ciudad, y si no lo hacía, bueno entonces, podría viajar a otro lugar. "Lo que necesito no está en Carolina del Sur", respondió.
"¿Y crees que lo encontrarás aquí?", dijo William sacudiendo la cabeza, con una expresión exasperada en su rostro. "De alguna manera, dudo que ese sea tu único propósito. ¿Qué estás tramando?".
"Ya basta", ordenó Lilliana Collins. "Recojan sus pertenencias; es hora de salir del tren". Se puso de pie y agarró su bolso de mano. No dijo ni una palabra más mientras se dirigía a la puerta.
William y Brianne se miraron el uno al otro durante unos segundos y luego la siguieron. Todavía había mucha gente deambulando por la estación de tren, pero el ajetreo por salir había cesado tal como su madre había predicho. Brianne estaba fascinada por el esplendor de Penn Station. Se había fijado antes en el mármol rosa, pero ahora se deleitaba en observar las amplias escaleras y las majestuosas columnas. No había nada parecido a esto en Charleston. Tenían algunos edificios elegantes, y para ser sinceros la plantación era un lugar muy hermoso. Lilimar era una casa que representaba su época con enormes pilares, un majestuoso balcón y grandes ventanas. Incluso tenía exuberantes jardines y paisajes que aumentaban su atractivo. Lilimar era su hogar, pero Brianne estaba ansiosa por escapar de él.
Había crecido entre mimos y privilegios, consciente de quién era y de su lugar en el mundo. Penn Station le hizo sentir ese lujo y se sintió renovada. Su vida se abría a muchas posibilidades y tendría la oportunidad de ir a lugares en los que nunca había estado. Estaba tan entretenida observando el lugar que se desplazó por la estación, sin prestar atención a dónde se dirigía. Brianne se tropezó con alguien que casi derriba al suelo. "Mis disculpas…" Casi había derribado a una dama de cabello oscuro y serenos ojos azules, quién pese a la claridad de su mirada tenía una expresión severa en su rostro. Si Brianne tuviese que adivinar, seguramente era unos años mayor que ella.
La mujer sacudió la cabeza y frunció el ceño. "Debería prestar más atención".Brianne nunca se había sentido peor. Había estado tan embelesada observando el lugar que no se había fijado por dónde iba. No solo casi había tirado a esta mujer al suelo, sino que también había logrado separarse de su madre y su hermano. "Tiene razón". Brianne se mordisqueó el labio. "Fue una tontería de mi parte. Por favor, discúlpeme".
La mujer le dio una palmadita en el brazo. "Todos cometemos errores. Olvídelo", dijo echando un vistazo a su alrededor. "¿Viaja sola?".Esa pregunta la irritó un poco. Casi sonaba como si la otra mujer la estuviera juzgando. Parecía estar sola también. ¿Por qué eso le preocupaba? "¿Importa?" dijo Brianne enarcando una ceja.
"No, por supuesto que no", respondió la mujer. "Es el derecho de una mujer hacer lo que le plazca. Es por eso que he estado trabajando tan duro como activista en el movimiento sufragista. Pero estoy divagando… Se me olvidó presentarme". Ella extendió su mano. "Soy Alice Paul".
Su nombre le resultaba un tanto familiar a Brianne. Ella la miró con atención y examinó su mano extendida. Lentamente, levantó la suya y la estrechó. Brianne no estaba acostumbrada a dar la mano. Ese tipo de saludo le parecía algo varonil. "Brianne Collins", dijo ella. "Respondiendo a su pregunta anterior, no viajo sola. Estoy con mi madre y mi hermano, pero parece que los he perdido de vista".
"Eso es horrible. Es una ciudad tan grande. ¿Desea que le ayude a localizarlos?".
Fue amable de su parte ofrecerse, pero no quería incomodar a la mujer. Entonces descubrió por qué su nombre le resultaba tan familiar. Su prima Angeline era una militante activa en el movimiento sufragista en Inglaterra. Constantemente le escribía a Brianne y le contaba sobre las actividades en las que estaba involucrada. Por supuesto, tras su matrimonio con el Marqués de Severn, ella había reducido su exposición pública y sus actividades eran más discretas. A Lucian no le gustaba que su esposa se pusiera en peligro, pero la apoyaba en sus convicciones. Angeline había trabajado con las Pankhursts, y por eso el nombre de Alice Paul le resultaba familiar. Brianne inclinó su cabeza a un lado y preguntó: "¿Eres la misma Alice Paul que fue encarcelada en Inglaterra el año pasado?".
Sus mejillas se enrojecieron un poco. "Mmm, sí", respondió. "Admito que no fue la más espléndida de las experiencias. La alimentación forzada…" Se estremeció. "Pero es una buena causa, y lucho por lo que creo. ¿Sigues el movimiento de las sufragistas en Inglaterra?".
"Sí y no", respondió Brianne. "Una pariente mía es militante activa en la causa, pero no he buscado información por mi cuenta".
"¿Oh?" Alice levantó una ceja. "¿Acaso la conoceré?"
"Quizás", dijo Brianne. "Ella me habló de usted en sus cartas. Es Angeline St. John, la marquesa de Severn".
Ella frunció el ceño. "Reconozco el nombre, pero no tuvimos la oportunidad de conocernos mejor. Una lástima", Dijo ella encogiéndose de hombros. "Ahora estoy trabajando por la causa aquí. Si desea unirse a nuestro movimiento…"
"No estoy segura de que sea algo que deba hacer", la interrumpió Brianne. Empatizaba con la causa, pero no deseaba convertirse en una militante. Brianne prefería quedarse en casa antes que salir a marchar por las calles o participar en una huelga de hambre. Aunque entendía sus postulados, disfrutaba de la vida que tenía. ¿Por qué cambiarla? Además, Alice Paul parecía un poco trastornada, y Brianne no estaba segura de que le agradara.
"Cada mujer debería asumir un rol activo en su propia vida, ¿no cree?", dijo Alice sonriendo alentadoramente. Varias personas pasaban junto a ellas, y lo mejor sería que avanzaran o finalizaran su conversación. La estación Penn estaba repleta y su charla improvisada podría irritar a algunas personas. "¿No tiene opiniones propias que quisiera manifestar? Tiene que haber momentos en los que desee poder hacer lo que quiera sin tener que pedir permiso. Piénselo, y si elige unirse al movimiento, envíeme una carta. Estaré en la ciudad unos días y luego volveré a casa". Brianne miraba a su alrededor, esperando divisar a alguno de sus familiares. Necesitaba hallar con urgencia un motivo para abandonar esta conversación.
"Lo tendré en cuenta". Ella no deseaba involucrarse en el movimiento sufragista. A Brianne le gustaba su vida tal como estaba. ¿Por qué debería cambiarla? Algo le llamó la atención, y miró más allá de Alice Paul. Emitió un suspiro de alivio. Su madre y su hermano estaban en el otro extremo de la estación. "Si me disculpa, acabo de encontrar a mi familia, y debo reunirme con ellos. Fue un placer conocerla".
"Fue un placer, aunque casi me derriba. Espero tener noticias suyas". Con esas palabras, Alice Paul se despidió de Brianne.
Se dio la vuelta para caminar hacia su madre y su hermano y se topó con un pecho duro y masculino. Rayos. ¡No era su día de suerte! Primero Alice Paul, y ahora este caballero desprevenido… "Perdón", dijo.
"¿Conoce a la mujer con la que estaba conversando?", preguntó el hombre. Tenía un exquisito acento inglés que le recordaba a su abuelo Thor. Emanaba un aire de autoridad. Su cabello era tan oscuro como el cielo nocturno, y sus ojos poseían el color del cielo durante una tormenta, una mezcla de gris y azul.
"No puedo entender por qué eso sería de su incumbencia", respondió ella. "Ya que definitivamente no nos conocemos". Brianne le echó un vistazo al hombre y contuvo la respiración. Era hermoso. Siendo honesta consigo misma, tenía que admitir que era el hombre más guapo que había visto. Si él no hubiese sido grosero, podría haber considerado coquetear con él.
Sus labios se movieron ligeramente. "Supongo que tiene razón".
"No hay ninguna suposición. Nunca hemos sido presentados".
"No estoy en desacuerdo con usted", contestó en tono airado. "Sin embargo, conozco a su familia. Le he visto a pesar de que nunca nos han presentado".
Eso la sorprendió. "No le creo".
Se rio con suavidad y se giró ligeramente para que ella pudiera ver a su hermano y a su madre dirigiéndose hacia ellos. "¿No es esa su familia?", dijo enarcando una ceja. "Conozco a William. Conozco a Andrew y Alexander. Son queridos amigos míos. Fui a Eton y luego a Oxford con ellos".
Por supuesto que tenía… ¿Qué posibilidades había? "Me pone usted en desventaja, ¿por qué no se presenta?".
"Lord Julian Kendall", dijo y se inclinó. "Ahora, sobre esa mujer…"
"Ella no es asunto suyo", le interrumpió Brianne. No necesitaba ningún sermón. Especialmente porque no tenía intención de involucrarse con gente como Alice Paul. "¿Pero sabe quién es ella?". "Por supuesto que sí", respondió. "Pero no necesito darle explicaciones. Usted no es mi hermano ni mi padre. Apenas nos conocemos. Ahora, si me disculpa, debo unirme a mi familia".
No le permitió decir ni una palabra más. Brianne pasó por delante de él y se acercó hacia su madre y su hermano. Finalmente la habían visto, y William se dirigió hacia ella. Brianne asintió con la cabeza y le hizo un gesto para que se quedara en su sitio. Sería más fácil si ambos se quedaban donde estaban. No tenía ningún deseo de volver a separarse de ellos. Había tenido dos conversaciones indeseables y desagradables y ya estaba más que harta de Penn Station. De hecho, estaba empezando a no gustarle. Hasta ahora, no le había brindado ninguna buena experiencia.
CAPÍTULO DOS
Julian Kendall se dirigió al Hotel Irving, situado en el 26 de Gramercy Park South. Era un hotel exclusivo situado en la isla de Manhattan. Nada de Nueva York o de Estados Unidos le atraía. Julian finalmente llegó al hotel y entró. Un empleado lo saludó de inmediato. "Buen día, señor", dijo un hombre de cabello castaño oscuro con algunas canas cerca de su oreja. "¿En qué puedo ayudarle?".
"Mi nombre es Lord Julian Kendall. ¿Recibió un telegrama sobre una reserva para mí?".El hombre se inclinó y escudriñó el contenido del libro de reservas y luego asintió con la cabeza. "Su telegrama decía que estaría aquí por un tiempo indefinido".
"En efecto", respondió Julian. "Espero hacer de Nueva York mi hogar lejos del hogar". Le mostró una de sus más encantadoras sonrisas. "Lo que he visto hasta ahora me ha hecho pensar que estaré aquí por un largo tiempo". No mentía. El encuentro con Brianne Collins fue bastante providencial.
El dependiente se dio la vuelta y abrió un armario, y luego arrancó un juego de llaves de un gancho. Las colgó delante de Julian. "La curva es para su habitación, y la que tiene una G blasonada es para la puerta de Gramercy Park. Siéntase libre de disfrutar el parque, pero es exclusivo. Solo los que tienen una llave pueden usarlo. Por favor, no deje entrar a ninguna gentuza al parque. Hay damas que lo usan regularmente, y queremos garantizar su seguridad".
Qué idea tan original… Ninguno de los parques de Londres estaba cerrado de esta manera. Intentaban mantener a los individuos indeseables fuera del parque y que solo la gente de clase alta pudiera su usarlo. ¿Qué posibilidades había de que alguien de la clase baja se aventurara a venir a esta parte de Manhattan? Parecía que la clase rica pululaba por esta zona. No había notado a nadie más. Ni siquiera un miembro de la clase trabajadora… ¿Tendrían una regla que no les permitía salir en público o algo así?
"Gracias", dijo Julian lo más educadamente posible. Había crecido con privilegios, pero nunca antes se los habían restregado en la cara de esta manera, o quizás no lo había percibido antes. "¿Puede indicarme dónde está mi habitación?"."Suba las escaleras y gire a la derecha. La habitación está al final del lado izquierdo".
"Mis baúles serán enviados desde la Estación Penn. Por favor, tráigalos a mi habitación cuando lleguen". Había contratado a alguien para que se ocupara de su equipaje cuando llegara. El único equipaje que tenía ahora era una pequeña maleta. Sosteniendo las llaves en una mano y su maleta en la otra, se dirigió en la dirección que el dependiente le indicó. No tardó mucho en llegar a su habitación. Deslizó la llave en la cerradura y la giró. Una vez que la cerradura se abrió, empujó la puerta y entró.
Era una habitación lujosa. Cerca de la ventana había una silla y una mesa a juego. Había una chimenea frente a un pequeño sofá, y una mesa había sido colocada cerca de ella. En una habitación separada y más pequeña, había una cama de felpa con un cobertor granate bordeado de oro. Había otra pequeña mesa al lado de la cama. La luz iluminaba el área del dormitorio de dos puertas al estilo francés que daban a un balcón.
No era tan grande como sus habitaciones en Londres, pero serviría. El hotel hizo un excelente trabajo al condensar los gustos más finos de los ricos. Todo debía encajar y eso dejó un sabor amargo en su boca. Julián puso su maleta en la cama y se acercó al lavabo situado en el lado opuesto de la habitación. Había agua en la jarra. Echó un poco en el cuenco correspondiente, se salpicó la cara y se secó con una toalla. Esto lo refrescó y le quitó algo de la mugre del viaje. Tal vez él daría un paseo por este Gramercy Park…
Se guardó las llaves en el bolsillo y salió de su habitación, súbitamente inquieto. Podría caminar por la zona y tal vez encontrar un club de caballeros. Le vendría bien un trago o varios. A esta hora, le sería difícil conciliar el sueño. Julian salió del hotel silbando mientras se dirigía a la calle. El parque estaba bastante cerca, pero no quería explorarlo por el momento.
"Julian", gritó un hombre.
Detuvo su marcha. Nadie debería saber que había llegado o que estaba en Nueva York. Lentamente, se volvió hacia dónde provenía la voz y sintió un gran alivio. Por supuesto que William Collins lo buscaría. Lo había visto hablando con Brianne en la Estación Penn. Sonrió y saludó al otro hombre. "¿Te quedas por aquí?" No sabía qué más decirle.
William asintió. "Sí, padre compró una casa a la vuelta de la esquina. Es el lugar de moda en Manhattan. Le gustaba la idea de un parque cerrado para que mamá y Brianne pudieran dar un paseo".
Eso sería un beneficio extra para Gramercy Park. Si su hermana o su madre estuvieran aquí, se sentiría mejor sabiendo que estarían a salvo en un parque exclusivo. "Me hospedo en el Hotel Irving", Julian señaló el lugar que había dejado. "¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad? ¿No es un tiempo muy atareado en la plantación?" No sabía casi nada sobre el trabajo que se requería hacer en Lilimar. Parecía una pregunta razonable.
"Preferiría no estar aquí en absoluto", respondió William mirándolo fijamente. "Pero alguien tenía que acompañar a mi madre y a mi hermana. Mi padre estará aquí en un par de semanas, y luego volveré a casa. Siempre hay algo que hacer en Lilimar", dijo William inclinando la cabeza hacia un lado. "¿Qué te trae por aquí? ¿Aburrido de Inglaterra?".
En cierto modo, era así y esto le dio la excusa perfecta para explorar lo que Estados Unidos tenía para ofrecerle. "He estado viajando por muchos lugares. Mi padre pensó que sería bueno para mí ver cómo funcionaban las cosas en este país", dijo Julian encogiéndose de hombros. "Aunque dudo que la experiencia me aporte algo de madurez a mi carácter". Su padre no sabía nada sobre su trabajo como espía, y Julian pretendía seguir ocultándoselo. Actuar como una especie de pícaro encajaba perfectamente en la imagen que quería mostrar al mundo. "¿Por casualidad conoces un buen club de caballeros por aquí?".
"El Club de Jugadores está a la vuelta de la esquina en el 16 de Gramercy South", respondió William. "Es un club sólo para miembros".
Julián entrecerró su mirada y preguntó: "¿Significa eso que no puedo entrar?" Parecía exactamente el lugar al que necesitaba entrar. Seguramente la élite de Nueva York se concentraría en un lugar como ese.
William sonrió. "No exactamente". Hizo un gesto hacia el sendero que llevaría hacia el club. "Resulta que soy un miembro. Sígueme y te nominaré para que seas admitido. Aunque, debo advertirte, hay que pagar una suma bastante alta para ingresar, pero vale la pena si quieres algo de privacidad. Estaré en Nueva York más de lo que me gustaría, y unirme al club era necesario para mí", dijo William suspirando. "Iba hacia allá ahora mismo. Mi hermana colma mi paciencia. Tenía que escaparme por un rato".
Eso parecía una oportunidad para hablar sobre las tendencias de Brianne. En su lugar, tomó un enfoque ligeramente diferente. "Entiendo. Mi propia hermana se pone difícil a veces". Se metió las manos en los bolsillos mientras caminaban. "Tuve un pequeño encuentro con la tuya en la Estación Penn. No quiso a aceptar mi ayuda".
William puso los ojos en blanco y dijo en un tono de reproche: "Cree que lo sabe todo y no atiende a razones. Si tuviera los pies puestos en la tierra no se habría separado de nosotros al salir del tren. Tuvo suerte de que la encontráramos rápido".
No la encontraron lo suficientemente rápido, pues ella tuvo el tiempo suficiente para encontrarse con Alice Paul… Él hablaría sobre esto con William más adelante. Por ahora, entraría en su club y lo exploraría. "Háblame del Club de Jugadores", le animó Julian.
"Fue fundado en 1888 por Edwin Booth," comenzó William. "Quería usar el club como una forma de limpiar el manchado apellido de su familia. Su hermano menor era John Wilkes Booth".
"Ah", respondió Julian. "El asesinato de un presidente haría que cualquier apellido fuera indeseable…". "No me hubiese gustado estar en sus zapatos. Si tuviera un hermano, y él hubiera hecho algo tan estúpido, y no hubiera sido localizado y abatido por los soldados de la Unión, creo que yo mismo le hubiese disparado".
"Por suerte no tendrás que averiguarlo. Nadie puede ser de nuevo tan estúpido”, dijo Julian riéndose con ligereza. Él nunca intentaría asesinar a una multitud, pero podía comprender por qué alguien molesto con la persona a cargo podría ser tan tonto como para al menos intentarlo. "Aunque tu hermana podría ser la ruina de tu existencia".
"Demasiado cierto", William estuvo de acuerdo. "La quiero, pero a veces actúa como una arpía".
Doblaron la esquina y se dirigieron al Club de Jugadores. William abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara. La sala principal tenía una gran chimenea de mármol con un sofá de color burdeos como punto focal frente a ella. Dos sillas a juego la flanqueaban. Una escalera cercana estaba adornada con una alfombra roja de felpa. Lo que Julián presumía era un comedor estaba a la izquierda, más allá de la escalera. Una larga mesa con al menos veinte sillas. Varias piezas de arte colgaban de las paredes. "Este es un lugar muy lujoso…", dijo Julian y luego señaló un cuadro. "¿No es ese un…?" Señaló una pintura de brillantes flores rosadas y blancas en un jarrón blanco. Podría haber sido un Van Gogh o un Monet, pero no estaba seguro.
William se encogió de hombros. "No sé mucho de arte. Aunque Mark Twain solía ser un visitante habitual aquí. Creo que uno de sus manuscritos originales está en exhibición. No he tenido la oportunidad de ver muchos de los artículos que exhiben aquí".
Interesante… "¿Este es un club para artistas?".
"En gran parte", confirmó William. "Hay otros que no son exactamente artistas, pero crean cosas".
No estaba seguro de lo que eso significaba. "Explícate por favor".
"Nikola Tesla es un miembro", dijo William.
Julian no estaba tan familiarizado con el trabajo del físico, pero había oído su nombre antes. Un científico no era un artista, pero sí, exploraban las posibilidades del mundo. "¿Necesito tener algún tipo de don para ser miembro?".
"Yo no lo tengo", dijo William. "Les gusta mantener una mezcla de artistas por falta de una palabra más precisa, y gente de la clase alta. De esta forma el Club de Jugadores mantiene un equilibrio entre personas con recursos materiales y personas con talentos especiales”. Al parecer este club sería mucho más interesante de lo que había pensado originalmente… "En ese caso…" Hizo un gesto hacia William. "Llévame con la persona con la que necesito hablar sobre la membresía".
No llevó mucho tiempo convencer a los directivos de que consideraran su membresía. No pudieron admitirlo en el acto. Tendría que ser sometido a votación, pero los miembros principales no pensaron que sería un problema. Les agradaba la idea de incorporar al hijo de un duque en sus registros. A Julian le gustaba la fuente de información en la que iba a sumergirse. Todo saldría mejor de lo esperado. Si todo marchaba bien, podría volver a casa antes de lo planeado, y tal vez podría conseguir una misión más interesante. Esta tarea no le gustaba mucho, pero sentía que debía ejecutarla. Si quería hacerse un nombre, tenía que tomar las medidas necesarias para demostrarles a sus superiores que podían confiar en él, sin importar cuan desagradable fuese su trabajo. Lo enviaron a Nueva York porque querían que alguien vigilara al movimiento sufragista.
Inglaterra tenía sus propios problemas con respecto a los derechos de las mujeres, y era prudente que observaran el clima en otras latitudes. Alice Paul era una americana que se había involucrado con las Pankhursts en Inglaterra, y había sido ella la que había llamado la atención de los funcionarios del gobierno. Parte de su tarea era asegurarse de que ella no regresara. Su última estadía en la cárcel no había sido agradable. Por supuesto, era un término suave para lo que ella había soportado. Por su propia terquedad, podría haber muerto de hambre, y se habían visto obligados a alimentarla contra su voluntad. Afortunadamente, sobrevivió y luego regresó a casa. Si se quedaba en su propio país, no debería volver a ser un problema para Inglaterra.
Aunque Alice Paul era parte de su misión, no era el único objetivo. No la seguiría y la espiaría. Parecería extraño si lo hiciera. Era un miembro de la aristocracia, y sería más fácil para él infiltrarse en la sociedad de Nueva York. Haría su parte para parecer un caballero con medios, y en su tiempo libre, husmearía en el movimiento sufragista. Probablemente también había mujeres de las clases altas insatisfechas con su estatus. La Srta. Brianne Collins parecía ser una de ellas…
Su amistad con Alexander y Andrew Marsden le facilitaría acercarse a ella. Por dicho vínculo pudo hablarle en la Estación Penn, pero eso no bastaría para ganarse su confianza. Al parecer le había desagradado a La Srta. Collins. Así que tendría que hacer un gran esfuerzo para hacerla cambiar de opinión. Ella podría ser la persona que necesitaba para espiar a las sufragistas. Los hombres de la alta sociedad eran sus otros objetivos. Eran los que controlarían el clima en los Estados y a un nivel más alto en el gobierno federal. Ya que ellos tenían todas las cartas, por así decirlo, dependería de ellos si se realizaba un cambio.
En cierto modo, Julian no estaba seguro de por qué les importaba lo que estaba pasando en América. ¿Por qué Inglaterra no podía decidir por sí misma si concedía o no más derechos a las mujeres sin guiarse por lo que estaba pasando en el mundo? Era un tema difícil y podía ver por qué los hombres no querían renunciar al control que habían tenido por siempre; sin embargo, las mujeres deberían tener la capacidad de elegir por sí mismas lo que querían para sus vidas sin que nadie las gobernara. Eso no significaba que aprobara algunas de las prácticas en las que participaban las Pankhursts. Eran peligrosas y radicales.